Víctor Cardona Galindo
A veces pienso que la vida en la ciudad
de Atoyac inicia en Reforma. Esta calle,
para los que no saben, comienza donde estaba antes la terminal de autobuses Estrella de Oro. Ahora está la farmacia
del “Ahorro”, frente a la veterinaria de Arsenio Juárez por donde viven Juan y
Ramón Galeana. Para mejores señas en esa calle durante mucho tiempo estuvo el
grupo de Alcohólicos Anónimos “Nuevo Amanecer” antes de irse para la colonia
Las Palmeras, donde sigue salvando vidas.
La Reforma por la mañana muy temprano se
llena de carretilleros. Frente a la panadería de don Natalio llegan las
vendedoras de la parte baja del municipio. Traen girasoles, ramas de albahaca,
mangos y toda clase de productos. Las combis se paran en el puente. A
diferencia de la calle Aquiles Serdán, en Reforma el tránsito va haciéndose más
denso.
En esta calle confluyen las combis que
vienen de El Ticuí, la colonia Miranda Fonseca, las que vienen de Alcholoa,
Zacualpan, San Jerónimo y la Colonia 18 de Mayo. Eso nada más para mencionar
las rutas de transporte. Porque si mencionara una a una las comunidades cuya
puerta de entrada a la ciudad es Reforma entonces no acabaría pronto.
Yo camino por Reforma todos los días
para ir al trabajo, me bajo en el puente cuando vengo del Ticuí. Al bajarme a
veces veo un campesino que afila su machete en uno de los muros del puente. Ese
puente que se construyó después del 2004, año en que azotó a esta ciudad una
tromba. Por esas fechas yo tenía mi estudio, en una de las orillas del arroyo
Cohetero. Todo mi archivo se perdió en la inundación, un trabajo de 14 años de
investigación y acumulación de información se los llevó el agua. De mi
biblioteca sólo se salvó el libro Como
Agua para Chocolate de Laura Esquivel.
Creo que hasta entonces supe que la calle se llamaba Reforma y que no
era una prolongación de la avenida Aquiles Serdán como yo creía.
A los vecinos que perdieron sus cosas,
el Ayuntamiento, les repuso sus refrigeradores, camas, estufas y hasta
lavadoras. A mi nadie me repuso mis libros, de los datos que tenía en el
archivo, después descubrí el placer de volverlos a encontrar, y también aprendí
a tener mi estudio en las partes muy altas.
Si ahora me bajo en el puente, es porque
en la esquina de Reforma con Nicolás Bravo, se instala El Nanche a vender los periódicos. Ya los taxistas conocen el lugar
como la esquina de El Nanche. En el futuro cuando se le siga llamando así
pensarán que en el lugar había un árbol de ese fruto, como en la parada de El
Tamarindo donde ya no hay tamarindo.
Nuestro amigo el “periodiquero” no se
llama Nanche, así le decimos por ser
de El Nanchal un pueblito que está en las faldas de la azul montaña a unos
cuatro kilómetros al noreste de la ciudad. El
Nanche es todo un personaje su nombre verdadero es Cervelio García Sánchez,
es nieto de Isidoro Sánchez el famoso “Satélite”, pero en desmadre los amigos
le dicen Cervecelio, porque era bien
borracho, y tenía la costumbre de irse a su casa a la una de la mañana, hasta
que se le apareció un encapuchado rumbo a El Nanchal dejó de beber y ya no
volvió a su pueblo, se quedó a vivir en la ciudad.
Cuando escribí la primera parte de éste
relato en el Atl y lo subí a Facebook
apareció el encapuchado, dio la cara y en confianza contó que todas las noches
Cervelio pasaba borracho y apedreaba las casas y a los perros que le ladraban
hasta el cansancio. Por eso decidió espantarlo. Se puso un sombrero negro, se
cubrió parte de la cara, se vistió con un capote y con un garrote largo se puso
en el camino fumándose un puro. Cuando El
Nanche iba a comenzar a corretear los perros, el encapuchado le dio una
fumada al puro y únicamente se vio la brasa en el aire. Al Nanche hasta la
borrachera se le quitó y se regresó corriendo a la ciudad. Desde entonces no se
va de noche a su pueblo, ya vive aquí.
Pero antes que se le apareciera el
encapuchado tuvo un raro encuentro, hechos que fueron marcando la ruta para que
dejara la bebida. Resulta que una tarde llegó al Fortín (así se llama una cantina)
y anduvo de mesa en mesa buscando quien le invitara una cerveza, todos se la
negaron, pero en una esquina estaba un hombre elegante muy bien parecido que le
dijo “yo te la voy a invitar, ven siéntate conmigo”. Se bebió una caguama con
él y luego se marchó. Caminó por Hidalgo y al llegar al Atrancón ya lo estaba esperando el amigo bien vestido
que había dejado en El Fortín.
Le dijo “te estoy esperando, porque no
tengo amigos en Atoyac y quiero que me acompañes a cenar y a beber. Ten
chíngate una”, y de atrás de un pretil donde estaba sentado aquel desconocido
sacó una cerveza modelo bien fría y se la dio, él se abrió otra. Cuando se la
acabaron de atrás de pretil sacó otra y otra.
Luego le dijo “vamos a cenar” y al decir
eso llegó un taxi por ellos que los llevó al centro donde cenaron tacos y de
ahí al Tahúr el bar que estaba de moda. El Nanche sólo recuerda que en El Tahúr
aquél hombre le invitó las cervezas y una muchacha. Al otro día cuando despertó
estaba en su casa, donde sus familiares le dijeron que lo llevó un hombre bien
parecido y bien vestido en un taxi.
Se vino a la ciudad de Atoyac y anduvo
investigando. Todos decían haberlo visto pasar con ese joven apuesto y bien
vestido que pagaba todas las cuentas con billetes de a 500 pesos. Pero Cervelio
desde entonces vivió asustado. Porque todos concluyeron que era El Diablo que
anduvo con él.
El
Nanche fue el
primero que les enseñó a unos periodistas, entre ellos a los enviados de la
revista Milenio y a los de El Sur,
donde estaba la tumba del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos. Salió
fotografiado en la primera plana de El
Sur con su sombrero viejo, sentado sobre la tumba. Desde entonces ese
ejemplar del periódico lo guarda como su máximo tesoro.
Cuando vinieron los delegados zapatistas
en marzo de 1999 a promover “La consulta por la paz y la democracia”, una noche
sólo Cervecelio y su servilleta, nos quedamos de guardia. Yo
era corresponsal de El Sur y Cervelio
estaba bien borracho como era su costumbre. Ya se iba, pero para que se quedara
le invité una caguama, ahí nos
quedamos toda la noche. El Nanche no
dejó de hablar de todos los políticos locales y de los amigos. Porque siempre
ha tenido esa capacidad de enterarse de todo. Ya por la mañana llegó Carlos
Quevedo, se puso al frente de la guardia, y me fui al mercado a desayunar un
arroz frito con café y El Nanche se
fue a curársela.
Cervelio es uno de los distribuidores
que El Sur ha tenido en Atoyac a lo
largo de sus 20 años y es muy cumplido. Desde hace tiempo me viene exigiendo
ver su historia en el periódico que con tanta dedicación distribuye entre los
lectores de Atoyac. Porque aquí El Sur
es el periódico que más se lee. Entre los otros distribuidores que ha tenido El Sur sólo recuerdo a Ana Santiago.
El
Nanche se hizo
voceador –periodiquero, más bien-
vendiendo el semanario Atl. Su
director Felipe Fierro le daba los periódicos para que los vendiera. Era bien
borracho y muchas veces se quedó dormido en algún corredor con el paquete de
periódicos como almohada. Otras veces la gente le iba a decir a Felipe que El Nanche ya había empeñado el paquete
de periódicos en una cantina. Felipe iba, los desempeñaba y se los volvía dar
al Nanche. Cervelio fue una de las
causas que Felipe se descapitalizara y el Atl
dejara de salir regularmente, y ya cuando el Atl no salía, le decía a todos que Felipe no sacaba el periódico
porque el alcalde Pedro Brito le había untado la mano con un billete. Comentaba
risueño: “Ese Felipe ya se vendió”.
Por la mañana para estar con El Nanche se juntan muchos amigos, por
ahí llega Sambry, mi compadre Paco Magaña, El Pollito, Dimis y uno
que otro chico de negligé, que van a
enterarse de los chismes de la mañana porque El Nanche los tiene frescos, aun aquellos que no se han publicado
todavía. También se ven por ahí temprano Ladislao Sotelo Bello, Pedro Rebolledo
Málaga, José Salinas, Silvano Piza y Lázaro Mascot.
El doctor Orlando Santiago pasa por El Sur cuando va rumbo a su consultorio
y Layo Mesino el líder fundador del
OCSS va por su periódico y regresa a la colonia 18 de Mayo en donde vive.
Muchos pasan en sus carros a comprar el periódico y le dicen: “y ahora cuántos
muertos hubo”. El Nanche se limita a
decir: “deja de estar chingando y llévate el periódico”. Los automovilistas
bajan la ventanilla y él les alcanza El
Sur.
Cuando alguien le dice una chanza
contesta: “déjate de pendejadas”. Mientras ríe mostrando la ventana de los
dientes que le faltan.
Cervelio mucho se queja de los que le
deben. Les dice “ya págame cabrón, mi vieja come tres veces al día” es su forma
de cobrar a muchos de los que tiene en
una lista grande en su libretita de deudores. A los clientes del Ayuntamiento
nos dice “cabrones parece que trabajan con viuda” porque a veces saldamos
nuestra cuenta pasadito el mes.
El
Nanche para
todos tiene, de mí dice que yo era el que le lavaba las manos con alcohol a
Pedro Brito, que tengo guardado el recipiente y que lo voy a poner en un museo.
Luego agrega que llegué a ser la mugre del dedo chiquito de Armando Bello y que
por eso era muy influyente, pero que ahora Ediberto Tabares no me quiere y me
tiene arronzado.
Del doctor Sergio Eugenio rumora que no
pudo curar a Casanga y que se curó
con un té de Paulillo. De Layo Mesino comenta que ya no puede ni con su alma. Y
de Adolfo Godoy cuando era regidor, que ya no se bajaba del carro ni para
recibir el periódico y que no arreglaba ni donde se dormía.
En la administración pasada El Nanche pagó su parte de unas láminas
que se suministraron por medio de la congregación Mariana Trinitaria. Como no
llegaban Cervelio aprovechaba la presencia constante de los corresponsales de
los periódicos estatales como: Marcos Villegas, Dimas Arzeta, Pablo Alonso,
Cuauhtémoc Rea y Paco Magaña para denunciar al Ayuntamiento por esa
deficiencia. Muchas veces también salió en Cable Costa denunciando que le
debían sus láminas. Y cuando se las entregaron sus amigos de la dirección de
comunicación social subieron al Facebook la foto donde está con su morrala
llena de periódicos y su sombrero viejo recibiendo su dotación de láminas. El
acontecimiento provocó muchos comentarios. Todos le decían “Nanche estás en
internet” y él contestaba agarrando su sombrero viejo. “Yo no se de esas
pendejadas, no me estén chingando”.
El
Nanche está
enterado de la política y de los chismes del día. Ahora ya no bebe y se dedica
todo el día a vender el periódico, vende otros diarios pero la venta de El sur es su principal ingreso, yo le
digo que gana más que Juan Angulo y que se está haciendo rico a costa del
trabajo de muchos reporteros y ni las gracias les da. Porque gracias a que El Sur se vende bien ya terminó su casa.
Toda la mañana está en la esquina de Reforma y Nicolás Bravo y ya cuando le da
el sol deja la esquina y recorre la ciudad, gritándole a todo mundo “¡El Sur!” o grita alguna chanza, depende
de cómo se lleve con la gente con la que se topa en el camino.
Cuando
escribí la primera parte de este relato y la subí al Facebook, Valentín
Catarino Salas opinó que El Nanche
genera una buena vibra “al llegar a mi casa, la casa de ustedes, con un rostro
rojizo, sudoroso, agotado, como dijera él ‘por el pinche sol’, cabe destacar
que el buen Cervecelio llega
chiflando o gritando ¡El Sur! como ya mencionaste, mostrando por delante el
gran profesionalismo que le aplica sin duda día con día. El Nanche toca la
puerta, si le invitas un vaso de agua no dice que no, se sienta y se hecha un
poco de aire con ese sombrero viejo que aun usa y te empieza a platicar,
platicar y sin más rollo ya te dice toda las noticias que traen los diarios, te
cuenta anécdotas del transcurso del día y de un momento a otro sin más palabras
checa el tiempo, se despide y da las gracias...eso si, antes de hacer su
partida te regresa a ver con esa cara triste y cansada recordándote ‘me debes
tantos días que no se te olviden para el domingo”.
A veces me da risa de verlo con una
playera del Movimiento Ciudadano, otras con una del PT y más seguido con las
del PRD. Yo le digo que parece representante de IFE y contesta con una de esas
muchas chanzas que sabe hacer.
Cuando balacearon las oficinas de El Sur, en noviembre del 2010, lo
encontré por la mañana preocupado me dijo –imagínate si cierran el periódico,
va estar de la chingada, que voy a comer--. Unos días fue un vendedor
clandestino, pues al recorrer la ciudad no gritaba “¡El Sur”!, como siempre, solamente exclamaba “¡El periódico!”. Me lo
encontré y le dije --grítale bien cabrón--. Me contestó: “que estoy pendejo
para que den una bola de balazos”. Yo agregué – ¡Vale que el miedo anda en
burro!