Víctor Cardona Galindo
Se
dice que en Atoyac, somos café, guerrilla y guerra sucia. Que los atoyaquenses miramos hacia el río
que nos da vida, pero también nos mete
grandes sustos de vez en cuanto con esas estruendosas avenidas, por eso Ignacio
Manuel Altamirano cuando anduvo por aquí le hizo dos preciosos poemas: “Al
Atoyac” y “el Atoyac en una creciente”.
El
domingo 19 de abril a las cinco de la tarde presenté en la casa de la cultura
de Zihuatanejo mi libro Vientos de la Costa hacia la sierra,
publicado por la Secretaría de Cultura y la editorial Praxis. En Acapulco el 31
de marzo se presentó toda la colección Juan García Jiménez que consta de 10
libros.
En
estos textos se encuentran relatos que tienen que ver con el río, donde está el
Salto Grande, por donde llegan los cocodrilos, pero también leyendas que se niegan a desaparecer.
Cuentan que el Diablo que tiene una vivienda en cada camino desde donde influye
males y bienes sobre los individuos. El Cuera Negra camina por las noches,
montado en su caballo negro, en busca de aquellos que tienen compromisos con
él.
Aquí
se narra la vida de personajes populares que hacen más interesante la vida en
los pueblos, la exuberancia de caminos y de zonas arqueológicas como la Ciudad
Perdida.
Hablamos
de ese Atoyac donde doctor Antonio Palos Palma vino desde España para instalar
su consultorio, donde hacía milagros curando a la gente y se daba tiempo para
conspirar en bien de la humanidad. El cura rebelde Máximo Gómez Muñoz llegó
desde Jalisco para proteger al pueblo en estas tierras, Máximo en la defensa de
los derechos humanos y Máximo en la defensa de los pobres.
Los
cafetaleros llegaron a tener tanto dinero que viajaban en avioneta, riqueza que
dilapidaron en los “burros” de la zona de tolerancia. La vida era beber después
de pasar tres meses en románticos campamentos limpiando y cortando café en
nuestra selva exuberante, llena de encantos y rica en flora y fauna. En esos campamento
donde se escuchaba el rugido del jaguar, el sonido de la cáscara de los árboles
donde afilaba sus garras por las noches. El grito estridente de la martica que
se acercaba a los palos de zapote a comer en la oscuridad.
Más
arriba de la zona del café están esos preciosos, coloridos y peligrosos
jardines de la sierra donde se produce gran parte de la riqueza de Guerrero de
manera ilícita. Esa goma que ha dejado, llanto y dolor, pero también felicidad
para los que han sabido aprovechar sus beneficios.
Hablamos
del Atoyac aquel que ha estado presente en las luchas épicas desde siempre,
desde los primitivos cuitlatecos, la resistencia india a los españoles, la
independencia, la reforma, la revolución y el movimiento cívico que concluyó
con la famosa masacre del 18 de mayo de 1967. Luego la lucha guerrillera de
Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, de donde se desprenden las vidas ejemplares de
muchos luchadores sociales, que hacen de Atoyac una tierra indómita.
En
el entorno está la Escuela Real, la preparatoria número 22. El folklorismo de
la danza de El Cortés, el Carnaval y la Feria del Café.
En
este libro hablamos de la fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí, de escritores
como Simón Hipólito Castro y de los corridos como el de “los hermanos Zequeida”.
En
vientos de la Costa hacia la sierra, encontraremos dos personajes de película:
María La Voz una ticuiseña que hizo famosa adivinando y luego fue asesinada a
puñaladas. Benita Galeana le contaría la historia a Juan de la Cabada quien la
hizo cuento, luego guión de cine y después llevaron a la pantalla grande. También
está el caso de Tirsa Rendón la protagonista de la verdadera historia de la
isla de Clipperton, tragedia de la que se han escrito muchos libros, se han realizado
documentales y se hicieron películas, mientras Tirsa Rendón moría abandonada y
olvidada en la colonia Sonora de Atoyac adelantito de Arroyo cohetero.