Víctor Cardona
Galindo
Tenía siete años que el
levantamiento del general Jiménez había terminado, cuando se vino la llamada
Guerra de los Pinzones en 1884. Muchos atoyaquense abrazaron esa causa, donde
uno de los valerosos capitales fue, el bisabuelo de Lucio Cabañas, Doroteo
Cabañas Calderón.
El Fénix
número 49 que se publicó el 16 de diciembre de 1876 dice que la señora Josefa
Amaro Galeana peleaba la posesión del predio Las Huertecillas que le fue
despojado por el finado coronel Eugenio Pinzón y se condenó a los descendientes
del despojante al pago de costas, daños y perjuicios con previa justificación
de la parte actora. El fallo a favor de Amaro se dio el día 28 de octubre de
1876, firmado por Martín Solís juez de primera instancia del distrito de
Galeana. A partir de ahí los Pinzones acudieron a los buenos oficios de sus
amigos en el gobierno, pero no
encontraron apoyo porque la contraparte pertenecía a la también poderosa
familia Galeana.
Se dice que las injusticias del gobierno que presidía
Manuel González, el acoso del gobernador del estado Diego Álvarez y el pleito
de tierras en el predio Huertecillas, dio origen al movimiento armado del año
1884, promovido por los hermanos Pinzón, que llevó como jefe a Dámaso Reyes, El general Zoyate. Estas fuerzas
sublevadas fueron atacadas por primera vez en la cuadrilla de El Humo municipio
de Atoyac. Después de este combate los pinzones tuvieron que resistir la embestida
de la fuerzas federales de los batallones de Infantería 4º, 8º y 24º que
comandaban Pioquinto Huato, Gregorio Ney y Esteban Morales respetivamente y que
estaban bajo las órdenes del coronel Canuto Neri.
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Francisco Galeana Nogueda trató de manera muy amplia la historia de Atoyac en su libro Conflicto sentimental. Memorias de un bachiller en humanidades publicado en 1992. |
“La población de Atoyac tuvo que soportar una de la
situaciones más difíciles de sus tragedias; sus casas fueron objeto de
incendios y de igual suerte corrieron las cuadrilla de El Salto, Mexcaltepec y
Cerro Prieto. Sin embargo ante todas esta vicisitudes, las valientes fuerzas de
los pinzones soportaron el embate de sus perseguidores, diseminándose en
lugares estratégicos en toda la comarca, integradas por Doroteo Cabañas(bisabuelo
de Lucio), Julián Nava, Isidro Reyes, Herculano Nava, Cristino Galeana, Doroteo
Gervasio, Gregorio Mesino, Andrés Gervasio y Quirino Martínez, todos ellos
siguieron imponiendo su entereza y su valor, hasta que fueron invitados a
indultarse por el coronel Canuto Neri, quien les ofreció darles garantías y
respetar sus vidas, y al mismo tiempo girando órdenes de extenderles salvoconductos
a los principales Jefes de la Revolución de Corral Falso, pues interesaba a su
gobierno que no se alterara el orden en otros pueblos para que no hubiera
mayores repercusiones de la misma índole en el país”, registró el cronista de
Atoyac Wilfrido Fierro Armenta.
Una vez indultadas estas fuerzas, el coronel Neri, recibió
instrucciones de que los principales jefes rebeldes fueran hechos prisioneros y
fusilados. Los detenidos custodiados por un batallón fueron llevados al paraje
de Los Tres Brazos, donde fueron ejecutados. En el campo quedaron tirados los
cadáveres de: Desiderio, Carlos y Rafael Pinzón. Con ellos murieron también J.
Isabel Evangelista, Herculano Salinas y Abraham Radilla. “Este fue el pago que
el gobierno dio por sus servicios prestados por mucho tiempo en defensa de la
patria en vez del perdón por el error cometido”, concluye Wilfrido.
Esta rebelión cambió la composición de las comunidades,
porque muchas de las tropas sublevadas ya no bajaron de la sierra, allá se
quedaron a vivir. Los Cabañas, por ejemplo, permanecieron en El Camarón y
bajaron hasta el movimiento revolucionario de 1911, cuando Pablo, Pedro y
Tiburcio Cabañas participaron en la toma de la ciudad de Atoyac.
El testimonio de Pablo Cabañas
Barrientos dice: “Doroteo Cabañas que vivía en Corral Falso se sumó a la
lucha y después de la muerte de los
Pinzón, no pudo regresar a su pueblo y se quedó a vivir en El Camarón donde su
familia creció. Allá nacieron Pablo, Pedro, Tiburcio, Juana y Ramona. Pero un
día siendo don Doroteo ya un viejo unos gavilleros raptaron a Juana. Don
Doroteo la quiso defender y lo asesinaron”. El viejito veterano de la lucha de
los pinzones quedó tirado en el camino que lleva al cerro de la Bandera.
Después el
ya general Canuto A. Neri se levantó en armas en 1893 y en Atoyac encontró
decididos partidarios. En 1901 participaron los atoyaquenses apoyando a Rafael
Castillo Calderón. El Plan del Zapote fue redactado en Mochitlán pero se dio a
conocer en Atoyac donde encontró un importante apoyo.
A los 10 años, los maderistas
encabezados por el profesor Silvestre Mariscal González tomaron la ciudad de
Atoyac, el 26 de abril de 1911. Después se dieron los pleitos internos, entre
maderistas, en los que perdieron la vida el coronel Perfecto Juárez y Reyes y
el capitán Florentino López. La muerte de estos dos importantes maderistas, le
costó la cárcel y más tarde la vida a Silvestre Mariscal.
En los años 1912 y 1913 esta región fue
escenario de la revuelta de Julián Radilla, que exigía la liberación de
Mariscal. El gobierno maderista envío al 30 batallón a combatir a los
radillistas y se dio aquel histórico combate en la cabecera municipal que duró
7 días. En 1916 Pablo Cabañas Macedo (abuelo de Lucio) enarboló la bandera zapatista
en la Costa Grande y en 1918 se sumó al El
Cirgüelo, para
combatir a los Figueroa y su ejército de verdes integrado por indios Yaquis.
Esa vez mariscalistas y zapatistas exigían la libertad del gobernador Silvestre
Mariscal.
El 7 de julio
de 1919, Arnulfo Radilla se fugó de la prisión de Chilpancingo acompañado de
algunos zapatistas, en esta acción murió el mochitleco Cenobio Mendoza quien
también intentaba fugarse. Arnulfo Radilla atravesó la sierra y llegó caminando
a la ciudad de Atoyac con las ropas raídas, luego se refugió en el cerro de la
Cal, donde la leyenda dice que está enterrado el tesoro de la Aduana.
Por eso para
1919, Arnulfo Radilla seguía alzado en la sierra. Patricio Pino escribió en su
diario que la noche del viernes 14 de noviembre de 1919, la guarnición militar
se sublevó y se unió a los rebeldes que bajaron de la sierra encabezados por
Alberto de la Cruz y Arnulfo Radilla. Después de esto el subteniente Genchi y
dos soldados que apoyaron a Radilla fueron fusilados. Pino nos muestra en sus
escritos como la población estaba sometida a los designios de los militares que
vejaban, sometían a los comerciantes a préstamos forzosos y el que no accedía a
dar el dinero exigido era conducido como animal a la cárcel pública, como
sucedió con Rosendo Galeana Lluch. Mientras los propietarios de las fincas de
café casi no subían a la sierra por temor a los rebeldes.
Los
zapatistas siguieron en la sierra y en una de las intrigas que se dieron entre
los bandos, Pablo Cabañas dio muerte a Arnulfo Radilla por el rumbo de Loma
Larga el 12 de enero de 1920. Un año después se amnistió y se sumó a la gente
de Álvaro Obregón.
Los combates siguieron en 1923
cuando muchos aguerridos atoyaquenses enarbolaron la bandera del agrarismo
junto a Alberto Téllez, Silvestre Castro, El
Cirgüelo y
Valente de la Cruz. De Atoyac salió una comisión, encabezada por Feliciano
Radilla, para rescatar a Juan R. Escudero, pero por la intervención de la
madre, Irene Reguera, no pudieron protegerlo en la sierra y más tarde fue
asesinado por las guardias blancas de Rosalío Radilla. Es así como las luchas
obreristas de los Escudero se pelearon con las armas en la Costa Grande
principalmente en Atoyac.
Los atoyaquenses secundaron a Amadeo
Vidales con su Plan del Veladero en 1926, movimiento armado que duró hasta
1929. El cuartel general de Amadeo Vidales estuvo un tiempo en Los Valles y
luego en El Fortín, del cerro plateado, municipio de Atoyac. Dice
José Carmen Tapia Gómez que “la vida de los campesinos de La Costa Grande
guerrerense está profundamente ligada al cerro Plateado, que fue ocupado por
Morelos y Galeana en tiempos de la lucha por la independencia y en donde, más
tarde, se llegó a decir que Zapata y Villa organizarían un congreso”.
Históricamente el Ejército ha cometido atrocidades
contra la población civil, sobre todo en la persecución contra Vidales,
quemando pueblos y cortándoles las trenzas a las mujeres que encontraba en la
zona del café. Como testigo de esa barbarie que se vivió está el nombre de la
población de El Quemado misma que muchas veces fue reducida a cenizas.
Los
vidalistas vengaron los agravios, “de emboscada en emboscada fueron acabando al
67 Batallón de Infantería, hasta que una mañana los exterminaron en la barranca
de El Morenal, paraje que hoy se localiza en el ejido de Los Valles”, recuerda
Simón Hipólito Castro.
En
la cañada del Morenal, un paraje de la sierra muy cercano a Los Valles, las
tropas del Plan del Veladero encabezadas por el general Amadeo Vidales casi
acabaron con un batallón de federales. Aquella batalla sangrienta del
28 de octubre de 1926 dejó muchos
soldados muertos. Las aguas del arroyo del Morenal bajaban rojas porque en su
cauce quedaron muchos heridos que se desangraban, algunos soldados se acercaron
a tomar agua y ahí murieron. Con el paso del tiempo y como testigo de aquella
fecha quedó un conjunto de cruces esparcidas por el lugar.
“Aquí
siempre se ha mantenido la inquietud levantisca”, recordó don Inés Galeana
Dionisio quien nos dijo que 300 hombres se habían enlistado en 1939 en espera
de las órdenes de Juan Andrew Almazán para tomar las armas. Ezequiel Padilla
encontró mucho apoyo acá en 1946 y Enrique Guzmán en 1952, luego el gazquizmo
en 1960.
Aquí los bandos revolucionarios
atoyaquenses limaron sus asperezas con las balas y se fueron matando entre
ellos hasta consolidarse los grupos que controlaron el municipio en forma de
cacicazgos. En la sierra, Pedro Cabañas
Macedo y Toribio Gómez Pino; en el bajo, Crispín Ocampo Bello, quienes
encabezaron una época de terror hasta pacificar el municipio. Estos grupos
caciquiles que se fortalecieron con el alemanismo, entraron en crisis en 1960,
con el surgimiento del movimiento cívico anticaballerista que llevó su cauce
hasta la masacre del 18 de mayo de 1967 que marcó el inicio de la guerrilla del
Partido de los Pobres comandada por Lucio Cabañas.
También la guerrilla de la
Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) de Genaro Vázquez Rojas se
desarrolló en nuestra sierra. Esa organización se fundó en El Triángulo un
lugar que se encuentra en los límites con Coyuca de Benítez a un kilómetro de
El Posquelite.
Genaro estaba preso en el penal de
Iguala donde intentaron asesinarlo. Por ello, el 22 de abril de 1968, el primer
comando armado de la Asociación Cívica Guerrerense, lo liberó de la cárcel.
Este comando estuvo
integrado por siete miembros y Roque Salgado Ochoa fue su comandante, lo
conformaban: José Bracho Campos, Filiberto Solís Morales y los atoyaquenses
Ceferino Contreras Ventura, Pedro y Donato Contreras Javier y Abelardo
Velázquez Cabañas. De esos siete murieron dos, Filiberto y Roque. Salieron
heridos Ceferino Contreras y José Bracho.
“Este grupo que llamábamos Comando
Armado Vicente Guerrero fue preparado para rescatar a sangre y fuego a Genaro
de las garras del estado. Genaro, planeó la estratagema siguiente; fingir un
dolor de muela, para que lo trasladaran a una clínica dental que se encontraba
a unos 200 metros de la cárcel. El primer intento no dio resultado porque
muchos niños que salían de la escuela Herlinda García, estuvieron en peligro de
perder sus vidas”, escribió Antonio Sotelo.
La segunda vez. “Cuando la policía
conducía al compañero Genaro, el comandante Roque Salgado le marcó el alto y le
ordenó que dejaron en libertad al reo, pero la policía en forma imprudente,
empezó a disparar contra los cívicos; el comando armado contestó el fuego y se
trabó un tiroteo”, dice Sotelo.
De acuerdo a Orlando Ortiz, cosas
estuvieron así: “A las diez y media de la mañana Vázquez Rojas salió de la
prisión custodiado por el sargento de la policía urbana Librado Mendoza Espino
y el policía José Rodríguez Flores, así como el agente de la judicial Maclovio
Salgado Ocampo”, quienes fueron encargados de llevarlo al centro de salud. El
enfrentamiento con la policía duró como siete minutos.