lunes, 21 de julio de 2025

Jueves pozolero

 Ese jueves salí a las cinco de la mañana de mi casa, para alcanzar la urvan de la seis, estar a las nueve en Chilpancingo y coincidir con las aperturas de las oficinas.

Ir a la capital es deambular de aquí para allá buscando a los funcionarios con los que se quiere platicar. A las tres de la tarde estaba cansado y las oficinas cierran para comer. Tenía la ultima reunión a la siete de la noche, tomé un lunch y me puse a buscar un lugar donde descansar. Encontré un cuarto barato en un hotel cerca del centro. Me dieron una habitación en el fondo de la planta baja. Estaba todo tranquilo, limpio y fresco. Me dispuse a descansar y dormí profundamente.

Como a las seis de la tarde me despertaron una serie de sonidos: como que le daban con frecuencia a un cajón que no cierra, se escuchaban el chocar de varias chanclas y gritos desesperados. Arriba y a los costados las camas rechinaban. Todo era ruido.

De pronto los sonidos se fueron apagando. Solamente quedó uno muy persistente y constante: Chaka, chaka, chaka, me cambié para salir y seguía: chaka, chaka, casi una hora y no paraba. Lo pensé y al fin me animé. Dije: “voy a preguntarle a ese cabrón como le hace para aguantar tanto”. Ya listo para salir caminé hacia donde venía el sonido ¡oh decepción! El sonido era de una lavadora que limpiaba los fluidos, de energías acumuladas, en una tarde de pozole y mezcal.

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