domingo, 23 de agosto de 2020

El Plan del Veladero I

 Víctor Cardona Galindo

En la cañada del Morenal, un paraje de la sierra muy cercano a Los Valles, las tropas del Plan del Veladero encabezadas por el general Amadeo Vidales casi acabaron con un batallón de federales. Aquella batalla sangrienta del 28 de octubre de 1926 dejó muchos soldados muertos. Las aguas del arroyo del Morenal bajaban rojas porque en su cauce quedaron muchos heridos que se desangraban, algunos se acercaban a tomar agua y ahí morían. Con el paso del tiempo y como testigo de aquella fecha quedó un conjunto de cruces esparcidas por todo el lugar.

La calle Nicolás Bravo en 1921

El Plan del Veladero que estaba dirigido contra la colonia española de Acapulco se proclamó en el cerro con ese nombre, pero las más cruentas batallas se pelearon en Atoyac porque el jefe de ese movimiento el general Amadeo Sebastián Vidales Mederos instaló su cuartel general en la sierra cafetalera, primero en Los Valles y después en El Fortín del Cerro Plateado.

En los años veinte del siglo pasado las haciendas más grandes de la Costa Grande eran propiedad de las casas españolas del puerto de Acapulco, Baltazar Fernández, Uruñuela, Alzuyeta, Quiroz y Compañía, quienes también tenían las fábricas de hilados y tejidos de El Ticuí y Aguas Blancas. En Acapulco eran dueños de una industria de jabón llamada “La Especial”. Contaban con bodegas en diferentes partes de la región por medio de las que controlaban el mercado de algodón, la copra y los granos básicos. El sometimiento de los costeños, al dominio y la explotación de los comerciantes españoles eran casi completos.

La casa comercial Alzuyeta y Compañía fue fundada en 1821, paradójicamente el año de la consumación de la independencia; B. Fernández y Compañía, fue fundada en 1824 y Fernández Hernández (La ciudad Oviedo), constituida en 1900. Sus propietarios eran vascos, en el caso de la primera y asturianos, sin parentesco entre sí, en el caso de las dos últimas. Las cabezas de las casas eran Marcelino Miaja (B. Fernández y Cía.) Jesús Fernández (Fernández Hnos.) y Pascual Aranaga (Alzuyeta y Cía.)

Esas empresas españolas ocuparon el lugar que había dejado vacante la Nao de China, que dejó de venir en 1821. El control comercial de los españoles era absoluto, así lo contó el cronista de San Jerónimo de Juárez don Luis Hernández Lluch: “El medio de transporte era la arriería; venían cientos de recuas de Morelia, Oaxaca, Puebla y Cuernavaca. Traían mercancía del lugar de origen y llevaban productos ultramarinos a diferentes partes de la república, estas compañías progresaron mucho; en el tercer tercio del Siglo XIX llegaron a controlar a las autoridades del estado y en los 30 años del porfiriato las empresas gachupinas eran muy poderosas, estaban bien organizadas y en la década de 1890 se fusionaron creando la firma Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, quienes planearon construir un complejo textil para evitar traer las telas de Europa y ahorrarse los gastos de importación y de paso aprovechar la gran cantidad de materia prima barata que existía en ese momento en las dos costas de Guerrero”.

Mario Gil en su libro El Movimiento escuderista de Acapulco describe como los españoles se fueron apoderando poco a poco de todas las riquezas de la región y controlaban todas las actividades productivas. Controlaban el poder político, acaparaban la producción agrícola, tenían las industrias, controlaban la comunicación, el crédito, Bancos, seguros y telégrafos. Las mulas que cruzaban la sierra eran controladas por sus agentes.

Esos consorcios extranjeros habían llegado a controlar en forma absoluta la economía de ambas costas –la Costa Grande y Costa Chica- donde se halla la riqueza de Guerrero. Al iniciarse la segunda década del siglo XX el dominio de los gachupines era completo, como el que ejercían en todo el país al iniciarse la guerra de liberación nacional en 1810.

Rogelio Vizcaíno y Paco Ignacio Taibo II relatan en su texto Socialismo en un solo puerto: “El control gachupín del puerto se vino acompañado por un tipo de dominio aberrante que apelaba a la violencia, el fraude, la intriga y el crimen”.

El principal punto de apoyo del monopolio, se encontraba en el aislamiento del puerto. Desde Chilpancingo por tierra no había carretera, se contaba con un peligroso y escabroso camino de herradura que se recorría en una semana. Por mar la comunicación era por medio de pailebotes que prestaban servicio permanente entre Acapulco-Salina Cruz y Acapulco-Manzanillo.

Las tres firmas, dueñas de la mayor parte del transporte por recuas de mulas, impidieron en incontables ocasiones la construcción de la carretera México-Acapulco sobornando a los ingenieros y técnicos que el gobierno federal comisionaba para realizar los estudios de las posibilidades de realizarla. Los enviados se regresaban con talegas de dinero informando que era imposible trazar una vía en esa serranía.

Los españoles eran dueños de una flotilla de barcos y en el comercio aniquilaban cualquier competencia: “Las tres casas españolas poseían una flotilla de pailebotes que hacían el servicio de cabotaje entre Acapulco y Manzanillo, Col. hacia el norte, o hasta Salina Cruz, Oax. por el sur, siendo ellos los armadores de esos buques, ningún competidor comercial podía proveerse directamente de mercancías. Poseían el servicio de carga y descarga desde los barcos a la costa, pues no había muelles” comenta Mario Gil.

Con esa infraestructura ellos controlaban el movimiento de mercancías y de los productos de la región. Cuando algunos comerciantes mexicanos se organizaron y compraron barcos para transportar mercancías, los españoles compraron a los capitanes para inducirlos a hacer naufragar los buques. Fue lo que ocurrió con “El Progreso” de 9 toneladas, y “La Otilia”, de 6 toneladas propiedad de los hermanos Vidales, que bajo la excusa de alguna tormenta fueron encalladas. También crearon un fondo para hacer quebrar a sus competidores árabes. Por eso José Saad llegó a simpatizar con la lucha de Juan R. Escudero.

En Pie de la Cuesta las tres casas españolas poseían grandes almacenes y bodegas destinados a guardar las cosechas compradas a un precio muy ventajoso que les permitía determinar el precio del maíz, el frijol, la harina y la manteca. Habían adquirido grandes extensiones de tierra en las costas. Al inicio de la revolución en 1911, la hacienda Los Arenales era propiedad y residencia de Baltazar Fernández, descendiente directo del fundador de B. Fernández y Compañía. Las firmas eran propietarias de las haciendas de San Luis, Aguas Blancas, El Mirador y la Testadura y mantenían relaciones cordiales con otros latifundistas españoles como los hermanos Guillén, los hermanos Nebreda y Francisco Galeana.

En Atoyac de Álvarez había  terratenientes y latifundistas que vivían en la cabecera municipal y eran: Germán Gómez, Andrés Pino, Octaviano Peralta, el coronel Alberto González, Gabino Pino González, Herman Ludwig y el guatemalteco Salvador Gálvez, quienes ya contaban en sus extensiones con plantaciones de café en la sierra.

Pero en la Costa Grande los más voraces eran los hacendados españoles, cualquier campesino que viviera en las haciendas y no fuera del agrado de los propietarios o de los administradores era obligado a salirse bajo cualquier pretexto. Sí les prestaban tierras a los campesinos pero en los terrenos altos infértiles y en cantidades mínimas, no más de tres hectáreas, mediante el pago de una renta. Las cosechas se levantaban tan pronto ordenaban los administradores para darle el pasto al ganado, aun cuando el maíz o frijol estuviera todavía secándose.

De acuerdo a lo recogido por Crescencio Otero Galeana en su libro El Movimiento agrario costeño y el líder Profr. Valente de la Cruz, el aviso era intempestivo y cuando los campesinos estaban levantando su producto, los caporales metían el ganado a pastar y se comían los cultivos que casi siempre era las semillas básicas para la subsistencia de las familias: maíz y frijol.  Los campesinos no podían sembrar árboles frutales de vida larga. Los esbirros de los hacendados sí tenían ese privilegio, pero únicamente podían plantar una o dos palmeras de coco, cuando mucho dos árboles de mango y algunas plantas de plátano. Esa era la condescendencia por los servicios prestados, de ésta manera muchos se volvían serviles a los hacendados que así formaban su pequeño ejército de guardias blancas y pistoleros.

Al campesino que criaba ganado, sólo se le permitía tener cinco animales, porque aun las pasturas del campo libre también pertenecían a las haciendas. El campesino no tenía derecho a tomar para sus vacas ni un solo manojo de pasto del que nacía en el campo libre y quien desobedecía era expulsado, y si intentaba defenderse inmediatamente era aprehendido por las guardias blancas de la hacienda y remitido a Tecpan la cabecera de distrito, donde residía el tirano Prefecto Político y tenían su sede las autoridades judiciales que estaban al servicio de los hacendados y latifundistas españoles.

“Cuando los españoles levantaron sus fábricas de hilados y tejidos –El Ticuí y Aguas Blancas- exigieron a los campesinos que se sembrasen algodón el cual les compraban a precios arbitrarios. Para aprovechar las cosechas de copra que adquirían a precios ridículos construyeron una fábrica de jabón La Especial, cerca de Acapulco”, asienta Mario Gil.

“Los campesinos eran además obligados a sembrar lo que convenía a las casas comerciales, forzando, como lo hicieron en la hacienda El Arenal, a destruir la siembra de ajonjolí para sembrar algodón”, escribieron Vizcaíno y Taibo.

Las casas españolas además de tener en la nómina a los regidores del Ayuntamiento, pagaban a la policía del puerto de Acapulco que era un cuerpo de guardias blancas a su servicio, por eso no se descarta que los gendarmes hayan asesinado a Rafael Bello, dueño de la fábrica de hilados y tejidos La Perseverancia, por órdenes de la colonia española a principios del porfiriato.  El 11 de mayo de 1876 falleció en Acapulco el Sr. Rafael Bello, propietario de la fábrica de mantas “La Perseverancia” de Atoyac. “Bello nació en Tixtla y fue Presidente Municipal de Acapulco. Fue asesinado por la Policía de Acapulco”, informaba El Fénix en su edición número 31 publicada el 17 de junio de 1876, la sociedad se indignó por el asesinato porque se dijo que fue una celada preparada con antelación; un grupo de ciudadanos de Atoyac pidieron al Juez de Primera Instancia, el 20 de mayo de 1876, castigo para los policías que lo asesinaron, porque era benefactor de esta municipalidad. La carta fue enviada por Rómulo Mesino.

En el mismo periódico El Fénix número 31, en la página 4, donde se habla de los movimientos de pasajeros del puerto se asienta que salió el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot nacional “Mexicano” el ciudadano español D. Alzuyeta.

Para los que se oponían a los españoles estaba la famosa leva, los rebeldes eran aprehendidos para ponerles el uniforme militar. En los años 20 del siglo antepasado muchos que huían de la mala justicia, buscaban protección en la sierra; algunos construyeron jacales cerca de otras cuadrillas y sembraban maíz, frijol y pequeños cañales, para allá, en la serranía, no era fácil que fueran los rurales, los pistoleros de los dueños y caciques políticos.

Otero Galeana escribe que los hacendados españoles y sus administradores, eran dueños de vidas, honras e intereses. Eran intocables y manejaban a las autoridades a su antojo porque las tenían compradas o ellos las ponían directamente. El campesino sólo tenía a su favor el aire que respiraba, el sol que lo alumbraba, el agua que tomaba y la leña seca que en esos tiempos había en abundancia en esta región. Se pagaba renta por las siembras de maíz, ajonjolí, arroz, tabaco, frijol y otros muchos cultivos. Los labriegos vivían pobres vistiendo huaraches de tres agujeros, calzón y cotón de tosca manta y sombreros de palma. Y para acabarla de amolar a principios de los veinte se vivieron algunos años de sequía y se perdieron las cosechas por falta de lluvias. Los españoles acaparaban el grano y lo guardaban en sus bodegas de Acapulco y Tecpan. Se vino la hambruna y mucha gente murió por falta de alimentos. Por eso fue a principios de los años veinte cuando se organizaron los primeros grupos solicitantes de tierras y los comités agrarios. Los hacendados y terratenientes respondieron con la persecución y el asesinato.

 

 

domingo, 9 de agosto de 2020

La Escuela Real II y última parte)

 Víctor Cardona Galindo

El 18 de mayo de 1967, el mitin de la Escuela Juan Álvarez fue reprimido con violencia por parte de policías judiciales estatales. Esa masacre ocasionó que Lucio Cabañas, el principal orador, dejara de ser profesor y se convirtiera en guerrillero. La Escuela Juan Álvarez antes se llamó Escuela Real. La cual, según el testimonio de don Cipriano Castillo “era una casa blanca de tejas tenía tres puertas de madera, y una salida a la barda. Formaban a los niños antes de entrar al pie de la casa. Se podía cursar hasta cuarto año, después salían y se iban a estudiar a otro lugar. Tenía un pretil hacia el lado del poniente, en la calle Juan Álvarez como de metro y medio de alto”.

Aspecto de la construcción de la escuela Juan Álvarez. Foto. Del álbum de María Laurel.

En 1940 entre el Ayuntamiento y la escuela había un cuarto que era la comandancia y cuando salían los niños a jugar iban a ver a los presos, porque la barda del Ayuntamiento era la misma con la de la escuela.

El maestro Teófilo Salas Cervantes recuerda que llegó a la Escuela Juan Álvarez el 10 de noviembre de 1954, cuando estaba de director Porfirio Alday Mújica. En ese entonces había siete grupos, a él le asignaron el tercer año. Teófilo estuvo 25 años frente a grupo y 21 como director de ese plantel. Se jubiló a los 46 años de servicio.

Cuando llegó la escuela era de adobe y tejas con corredor y dos salones grandes, uno que venía de la avenida Juan Álvarez hacia donde era el Ayuntamiento; el otro, de norte a sur era un salón largo que se dividía para separar los grupos y abajo había un desnivel donde estaban los primeros años; ahí había primer año y parvulito que era como el kínder porque después de parvulito pasaban a primer año.

Rememorando su estancia en la escuela el profesor Teófilo Salas señala la fecha de su fundación en 1886, cuando se llamaba Escuela Real. Con el tiempo llegó a llamarse Escuela Primaria Semi-urbana del Estado Juan N. Álvarez. Luego pasó a ser urbana.

Después de una investigación exhaustiva en la que participó doña Juventina Galeana  y el grupo Convivencia Cultural se le suprimió la “N” y se llama ahora Escuela Primaria Urbana del Estado Juan Álvarez, porque se logró demostrar que el general firmaba únicamente como Juan Álvarez y la “N” no tenía razón de ser.

Don Custodio Pino a sus casi 100 años recordó que fue secretario de la mesa directiva de padres de familia que encabezó Bonifacio López Díaz, y que un día de 1956 visitaron al presidente municipal doctor Segundo de la Concha para solicitarle permiso para hacer el baile del 16 de septiembre y recabar fondos en beneficio de la escuela. El doctor Segundo de la Concha les dijo “Lo siento mucho pero el baile ya lo está organizando el Ayuntamiento, pero les voy a dar otra cosa mejor. Les voy a ceder lo que es el palacio municipal para que se haga grande la escuela”. A los pocos días cumplió y luego murió.

En 1956 la escuela de tejas y adobe tenía un color rosita. Antes de ir a clases los alumnos iban al río por agua, porque las casas no tenían agua potable. Para el consumo doméstico de las familias se traía del río, donde se hacían unos pocitos a la orilla para sacar el líquido vital.

A principios de los cincuentas los alumnos usaban el uniforme blanco únicamente para desfilar y los demás días iban como podían. Ya para 1953 se había instituido el pantalón azul y camisa blanca para los hombres. Las mujeres llevaban un vestido azul con un cuello color blanco y rojo, algunas lo llevaban de plástico. Se hacía una comisión para el aseo en cada salón y se calificaba higiene y puntualidad, rememora Zacarías Mesino Patiño alumno que egresó en 1956.

En la escuelita de adobe y con mesabancos tradicionales, cursó el sexto año el compositor José Francisco Pino Navarrete quien concluyó la primaria en 1957. Él narró que con un grupo de 15 jovencitos venía a clases desde El Ticuí, porque en la escuela Valentín Gómez Farías sólo había hasta quinto año. Les tocó tomar clases en lo que fue el Ayuntamiento, donde se instaló el grupo de sexto año, después de que este edificio fuera donado a la escuela.

Antes de 1957 en el año que egresó Zeferino Serafín Flores la construcción era antigua, había siete grupos. Viendo la escuela de frente estaba el cuarto, quinto y sexto año, al fondo haciendo una escuadra estaba el tercero y segundo año. En un desnivel viéndola de frente estaba el primero “A” y primero “B”.

A finales de la década de los cincuentas no había salones de baile por lo tanto se organizaban bailes para recabar fondos en la escuela Juan Álvarez. Tenían divididas las paredes con tabiques, pero como estorbaban para la bailada, se mandaron hacer divisiones de fibracel con zapatas para hacerlas movibles y a la hora del baile quedaba una sola galera. En ese tiempo se celebraban fiestas de disfraces durante el carnaval. Aunque en ocasiones también se hacían eventos para beneficio del plantel en la barda de doña Mariana Herrera ubicada donde estuvo la fábrica de hielo. El 22 de noviembre se festejaba el día del músico y algunas veces para economizar los alumnos servían de meseros dice Zeferino Serafín.

En diciembre y antes de salir de vacaciones de Semana Santa, los alumnos más grandes iban de excursión a la playa en el lugar denominado Costa de Plata. Con el permiso de los padres se aportaba una módica cantidad y se alquilaba una camioneta.

Zeferino Serafín dice que también llegaron a ir de excursión al río a un lugar que se conocía como Paso Hondo, donde ahora está la presa; también visitaron algunas huertas como la de don Timo Flores.

Las festividades del 10 de mayo se hacían en la escuela y a veces en el cine Álvarez. Había una comida a medio día con un programa literario musical. El  9 de mayo se salía a cantar las mañanitas a las madres, en cabalgatas con faroles hechos con huesos de palapa y papel de china que llevaban una vela en el centro. A veces se cantaban las mañanitas el mero 10 a las 5 de la mañana. El día del maestro también se festejaba en la escuela y el día del soldado iban los alumnos al cuartel a cantarles las mañanitas.

Cuando era día de una celebración nacional los alumnos estaban frente al Ayuntamiento, antes de las seis de la mañana para izar la bandera en un acto encabezado por el presidente municipal quien izaba la bandera y los alumnos apoyaban con el himno nacional y la banda de guerra. En la tarde se repetía el procedimiento para arriar el lábaro patrio.

Se desfilaba el 16 de septiembre, el 12 de octubre, el 20 de noviembre y el 5 de mayo. Todos los 27 de enero los alumnos de la escuela asistían a la comunidad de Los Arenales para conmemorar el nacimiento del general Juan Álvarez y el 13 de abril iban a Tecpan de Galeana para participar en los festejos del natalicio del general Hermenegildo Galeana. 

Hubo también una parcela escolar en un islote del río, donde se sembraban hortalizas y legumbres. Se formaban comisiones para darle mantenimiento a la parcela. A muchos alumnos les tocó sembrar. En la explanada, frente al Ayuntamiento se instalaban tableros e improvisaban canchas de básquetbol y se jugaba en la tierra, igual ponían redes para practicar voleibol,  expresa Dagoberto Ríos Armenta.

La barda de la escuela se cayó porque don José Navarrete Nogueda iba a construir su casa y no previeron lo que podría venir. Escarbaron al lado de la avenida Juan Álvarez  y se derrumbó la vieja construcción el 30 de abril de 1959. Les cayó encima a unas personas que vendían esquimos pegados a la pared y murió la niña Fidelina Salgado Cruz de nueve años, su familia se salvó de milagro.

“Después de la caída de la barda comenzó a organizarse el patronato y la sociedad de padres de familia para construir otra pared. Estaban en ese comité Flaviano Sánchez, Rosalino Sotelo, Pedro Mesino, Gonzalo Mesino y Custodio Pino, se trabajaba muy bien, organizaron bailes para recabar fondos”, explica el profesor Teófilo Salas Cervantes.

Le solicitaron apoyo al gobernador Raúl Caballero Aburto, quien les autorizó los recursos para la construcción del plantel. Se empezó a tumbar la vieja construcción el 8 junio de 1960 y luego comenzó la construcción aunque con el desafuero de Caballero Aburto y la desaparición de poderes en el estado, la obra se suspendió. Posteriormente los padres de familia y la autoridad municipal continuaron con los trabajos. Logrando finalmente obtener el apoyo del gobernador sustituto Arturo Martínez Adame.

Mientras se construía el nuevo plantel, los alumnos tomaron clases en casas particulares. Se distribuyeron de acuerdo a la cooperación de los padres de familia que tuvieron la voluntad de prestar sus casas sin cobrar ni un quinto de renta. Había unos grupos en casa de Agustín Galeana, donde Nicolás Manríquez, Custodio Pino, Lucio Castro Radilla, Rosendo Téllez Blanco, Asunción Benítez, Hermenegildo Zambrano, Sabás Javier y Eduardo Gómez dice Wilfrido Fierro, en la Monografía de Atoyac.

Según el maestro Teófilo siempre estuvieron bien organizados nunca hubo ningún accidente, todos eran responsables, los maestros, padres de familia y los niños. Los homenajes se hacían en la calle independencia frente a la casa del señor Agustín Galeana.

Dice doña María Laurel que el 16 de diciembre de 1960, Raúl Caballero Aburto, gobernador del estado en una visita a este pueblo fue a la escuela Juan Álvarez para ver los avances que tenía la construcción. Luego el 12 de noviembre de 1961, el huracán Tara derrumbó un muro de ladrillos que estaba cimentando el segundo piso de la escuela.

Finalmente el 24 de marzo de 1963 fue inaugurado el nuevo edificio de La Escuela Juan Álvarez, cuando ya era presidente municipal Luis Ríos Tavera, aunque el trabajo y las gestiones recayeron principalmente en el ex alcalde Raúl Galeana Núñez, quien tiene el mayor mérito en la construcción de ese moderno edificio del cual goza actualmente el plantel. Toda la madera que se utilizó para colar la loza se trajo de su huerta que tenía en El Encanto.

Zacarías Mesino no considera que haya sido la escuela de los ricos como le llamaba la gente: “En 1956, había una hermandad entre los maestros y alumnos. Entonces no había distinción del que fuera rico o pobre. Posteriormente se dio eso, que dijeron que ya los ricos manejaban la institución, que la maestra Julia Paco estaba actuando mal. Luego vino un movimiento para quitarla, yo ya no viví eso”

Para Zeferino Serafín la Escuela Juan Álvarez era la escuela principal, más no la escuela de ricos, esa es una versión que se corrió en el movimiento de 1967. Pero en su tiempo había gente que no llevaba ni siquiera huaraches, andaban descalzos. En 1957, ya era obligatorio el uniforme. La edad no era controlada terminaban algunos de 15, 16 ó 17 años. Había alumnos de distintas edades en un grupo. Algunos estudiantes por cuestiones de trabajo se iban a la sierra a “la corta del café”, abandonaban la escuela y después volvían a comenzar de nuevo por eso salían de más de 15 años.

Algo que pudo darle el mote de escuela de los ricos fue que la mayoría de los presidentes municipales le daban preferencia a la Juan Álvarez. Sólo cuando Rosendo Radilla Pacheco fue alcalde tuvo la preferencia la Modesto Alarcón, que encabezó el desfile ese año.

El profesor Salas Cervantes expresó: “Es mentira que no se recibía a fulano porque no traía zapatos. A esta escuela le decían la escuela de los ricos, pero aquí siempre se ha recibido a todo mundo y hasta en la actualidad se sigue recibiendo a la gente más pobre”.

Consideró que: “el uniforme es preferible porque con un vestido que el papá le pudiera comprar a su hijo no tenía necesidad de andar comprando más vestidos. Es bueno tener uniforme porque la gente que tiene dinero le compra buena ropa a sus hijos y los que son de escasos recursos vienen los niños con ropa humilde y con el uniforme no hay ninguna discriminación”.

Actualmente la escuela es dirigida por el profesor Baltazar Hernández Valle. El maestro Teófilo fue penúltimo director y hace el recuento de su gestión: se construyó la cancha de básquetbol, se arreglaron los salones y todos los baños. Además de mejorar el mobiliario, todo lo necesario para el bien de los niños y para la presentación de la escuela. Con satisfacción dice que no hay en todo el estado una escuela que esté tan bien cuidada como la Juan Álvarez. Ahora tiene aire acondicionado, computadoras y bocinas en cada uno de los salones. La escuela va mejorando de acuerdo a la tecnología. Todo eso gracias a los padres de familia y a los maestros que les gusta trabajar.

 

 

miércoles, 5 de agosto de 2020

La Escuela Real I

Víctor Cardona Galindo

La Escuela Primaria Urbana del Estado Juan Álvarez se localiza en la Plaza Morelos, colinda con el edificio del Ayuntamiento. Es una escuela con tradición y la más antigua del municipio de Atoyac.

A lo largo de su historia, las instalaciones de la escuela Juan Álvarez fueron cuartel, salón de baile y refugio para los damnificados de desastres naturales. Además ha cobijado en sus instalaciones a la Escuela Primaria Nocturna y a la secundaria particular “Beatriz Hernández García”. En sus aulas comenzó a funcionar el Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial (CBTIS) y hospedó al módulo de la Licenciatura en Educación Media Superior de la Universidad Autónoma de Guerrero. Además ha servido de auditorio para conferencias sobre diferentes tópicos.

Demolición de la vieja escuela real

Ahí se reunió cada mes la Sociedad Médica de Atoyac. En sus salones ha funcionado el taller de pintura de Jesús Carranza, la escuela de Karate y los cursos de inglés que esporádicamente impartía el DIF.

Se fundó como Escuela de Niños, después se le denominó Escuela Real, luego Escuela Oficial de Niños, más tarde como Escuela Primaria Mixta del Estado, posteriormente como Escuela Primaria Semi Urbana del Estado Juan N. Álvarez y ahora se llama Escuela Primaria Urbana del Estado Juan Álvarez. Una institución que ha sido escenario de múltiples acontecimientos en la vida local.

La fundación de la primera escuela en nuestra entidad se le atribuye al agustino Fray Juan Bautista Moya quien en 1541 fundó en Pungarabato, Tierra Caliente un templo y anexó un convento para instruir niños; la obra se repitió con éxito en Petatlán y Tecpan, de la Costa Grande del actual estado de Guerrero, nos informa el doctor Eugenio Mendoza Ávila en su libro La educación en Guerrero 1523-1992 editado en 1989.

Cabe recordar que algunos historiadores aseguran que Moya evangelizó esta zona y no es descabellado pensar que lo llevado a cabo en Pungarabato se repitió en Mexcaltepec. Entonces el agustino habría fundado la primera escuela en lo que ahora es el municipio de Atoyac.

En 1813, el primer Congreso de Anáhuac en Chilpancingo Guerrero, mandató “… que se eduque a los hijos del labrador y del barrendero como a los del más rico hacendado”, pero fue hasta en el México independiente cuando don Valentín Gómez Farías creó la dirección de Instrucción Pública, el 23 de octubre de 1833.

En 1849, se erige el Estado de Guerrero y la formación de las escuelas de Guerrero tiene como antecedente la ley promulgada el 5 de marzo de 1850, siendo gobernador el general Juan Álvarez, quien luego emitió el 15 de junio de 1852 el decreto número 36, que permitía la creación del Instituto Literario del Estado de Guerrero, que llevaba el nombre de “Instituto Literario Álvarez”. La institución tendría la finalidad de impartir la enseñanza secundaria, nos dice Apolo Egeo Alejos Mejía en su libro La educación en Guerrero durante el Porfiriato, publicado por la UAGro en 1988. Se buscaba cubrir la carencia de maestros en las escuelas primarias. En este decreto se establecía también la obligación de los municipios de enviar becado a un alumno que hubiera concluido la primaria con calificaciones óptimas.

Para 1861 el gobierno de Guerrero a través del decreto del 16 de diciembre, ordenó la creación de las escuelas reales; las cuales serían atendidas por los municipios. En Atoyac fue hasta 1886 cuando comenzó a funcionar la Escuela Real, “el edificio fue construido sobre las paredes viejas de una barda que pertenecía al señor Sixto Serafín” escribió Wilfrido Fierro Armenta en la Monografía de Atoyac. Comenta don Julio Castro que la escuela se construyó ahí para cumplir la última voluntad de un antepasado de la familia Serafín.

En el Periódico Oficial del estado de Guerrero del 3 de septiembre de 1887, en un apartado dedicado a la instrucción pública, se indica que en el pueblo de Atoyac funcionan cinco escuelas de niños y que la de niñas está cerrada por falta de directora. 

En marzo de 1889 se terminó de construir el primer edificio de la Escuela Real de Atoyac, las obras se habían iniciado el primero de septiembre de 1888. Durante esos años el gobierno además de la mencionada escuela había fundado otros centros educativos, porque en 1889 en la cabecera trabajaba la Escuela Real de niños, la escuela de niñas y funcionaban primarias en San Jerónimo, Corral Falso, Boca de Arroyo y Zacualpan. Aunque, a veces, debido a la falta de maestros se cerraban por lapsos cortos, principalmente las escuelas de niñas porque era difícil encontrar maestras.

También la llamaban Escuela Oficial porque en la cabecera funcionaban algunas escuelas particulares, como la de don Espiridión Flores, papá del ilustre David Flores Reynada y la que abrió Custodio Valverde en 1904, que estaba frente a la plazuela la Perseverancia.

El 16 de enero de 1902, a las 17:20 un gran temblor sacudió el estado de Guerrero. Causó daños en muchas escuelas de la Costa Grande. Durante el mes de julio de ese año iniciaron las reparaciones que concluyeron hasta marzo de 1905.

El 10 de noviembre de 1903 se inauguró una escuela en Boca de Arroyo, municipio de Atoyac. Entre otros datos sobresalen: “el día 5 de marzo de 1904, previos requisitos legales tomó posesión del empleo de director de La Escuela Oficial de segunda clase de niños de Atoyac, Gabriel Solís nombrado por el superior gobierno del estado” informaba el Periódico Oficial Número 12 del 18 de marzo de 1904.

Era difícil encontrar profesores por eso en octubre de 1904, por falta de directores estuvieron cerradas las escuelas de Atoyac, San Jerónimo y El Humo.

Wilfrido Fierro apunta que el 27 de julio de 1911 en el corredor de la Escuela Oficial, el coronel Martín Vicario realizó el licenciamiento de las tropas de Silvestre G. Mariscal, después de la toma de Acapulco y del acuerdo de Juárez que expulsó del país al dictador Porfirio Díaz.

Tanto el Palacio Municipal como la Escuela Oficial  sirvieron de cuartel a las tropas del mayor Perfecto Juárez y Reyes, donde fue sitiado por las fuerzas de Silvestre Mariscal en una pelea que duró todo el día el 11 de enero de 1912. Cuenta Mariscal en sus memorias: “El fuego se había generalizado y como a las 10 de la mañana ya los teníamos reducido a sus cuarteles la sala consistorial y la escuela de niños”.

El miércoles 17 de diciembre de 1919, Patricio Pino Solís deja constancia de que Silvestre Gómez, el director de La Escuela Oficial de Niños estaba utilizando a los alumnos para pegar propaganda a favor de la candidatura de su hermano Benito Gómez a la alcaldía, contraviniendo la ley que le prohibía hacer política. Da cuenta, además de un baile programado para el día último de diciembre de ese año en la Escuela de Niños, la cual era utilizada como salón de bailes debido a la falta de centros sociales. Y en 1922, por las ventanas de la escuela se vendían los boletos para entrar a la función del cinematógrafo que se realizaba en la barda del Ayuntamiento.

Uno de los directores más ilustres que ha tenido la escuela Juan Álvarez fue el maestro Modesto Alarcón quien, de acuerdo a los datos proporcionados por José Hernández Meza, llegó a esta ciudad en 1913, era originario de Xochipala, Guerrero. Además de profesor ejercía como pastor evangélico presbiteriano. Fue director de la Escuela Real de niños de 1918 a 1925. En su honor la escuela que fundó la profesora Genara Reséndiz de Serafín lleva su nombre: Escuela Primaria Modesto Alarcón, de donde fueron profesores Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez Ramos.

Según el testimonio de Cipriano Catillo Noriega, Modesto Alarcón era un señor chaparro, gordito, tenía dientes postizos y usaba lentes, daba clases en la Escuela Real, vivía en la casa que ahora es de los hijos de Leobardo Martínez. Era muy pulcro para vestir, siempre andaba con zapatos negros. El maestro Modesto Alarcón también fue fundador de una escuela secundaria en 1930.

Don Simón Hipólito recuerda que solamente dos escuelas particulares de mucho prestigio había en Atoyac. En una impartía clases el maestro Modesto Alarcón. Su escuela se ubicaba por la calle Juan Álvarez, frente a la casa de Felipe Valencia. La otra, estaba en la calle Nicolás Bravo; ya casi para desembocar a la calle Juan Álvarez. Allí impartía clases el maestro Rafael Flores.

Modesto Alarcón fue parte del comité de Defensa Rural Proletaria en 1937, año en que falleció el 13 de septiembre. Sus restos mortales están sepultados en el panteón de este lugar.

Rosa Santiago Galindo, Rosita conoció al profesor Modesto Alarcón ya de edad avanzada, así lo recuerda: “bigotudito, gordo y grande como calentano. Era güero nada más que aquí, la gente se pone morena. Vivía en la casa que ahora es propiedad de los Martínez Ramírez, eran de él las dos casas que tiene esa familia en una vivía y la otra la utilizaba como escuela”. Los hermanos mayores de Rosita estudiaron con Modesto Alarcón, tenía una escuela particular que por la mañana era primaria y en la tarde impartía clases de oratoria y escritura. Formaba a sus alumnos como políticos y escritores.

Rosita recuerda también a la profesora Herminia L. Gómez, quien vivía con sus hermanas en la esquina de Guadalupe Victoria con Aldama tenían una casa chiquita de tejas. Daba las primeras letras, a su casita llegaban los niños. Aunque fue más famosa Anita Téllez Fierro y a ella no le han hecho honores. En la esquina de la calle Corregidora y Benito Juárez tuvo una escuela de parvulitos y enseñó a muchos niños.

Doña Carmen Mesino Sosa dice: “Antes, donde está el Ayuntamiento había una escuela de niñas cuya directora era la maestra Herminia  Gómez Loranca. Herminia era morenita delgada, simpática y muy educada, era una maestra muy activa, muy cumplida”.

La maestra María de Jesús Luna recuerda que Herminia despedía una personalidad muy grande, sabía dominar la situación, cuando ella fue a la escuela de niñas los dejaban solos y obedecían en cuanto al trabajo escolar, hacían todo lo que la profesora les decía. Era una escuela muy eficiente. Por eso una escuela que se ubica al norte de la ciudad lleva su nombre.

 “Herminia tenía buena estatura, delgada, blanca y su cara larguita; se veía bien con enaguas largas y blusa o vestidos largos”. Dice don José Parra Castro.

De 1925 a 1929, La Escuela Oficial se cerró durante el levantamiento armado de Amadeo Vidales, por eso los niños cuyos padres tenían posibilidades económicas asistían a escuelas particulares como la de don Espiridión Flores, como lo recuerda don Custodio Pino.

En 1928 la Escuela Oficial fue el cuartel del coronel Enrique Guzmán y prisión para Luis Urioste y Rosendo Galeana Lluck, quienes fueron acusados por el coronel Guzmán de estar apoyando a los Vidalistas. La escuela estaba en la mira de los federales debido a que uno de los jefes vidalistas Pascual Nogueda Radilla era profesor de esa institución.

En 1929 se unieron la escuela de niñas con la de niños para formar La escuela Primaria Mixta del Estado. La directora de la escuela de niñas era Herminia L. Gómez y la de niños era dirigida por Canuto Nogueda Radilla. En donde ahora está el edificio del DIF era la primaria de niñas,  y la de niños estaba en donde está actualmente la escuela Juan Álvarez recordó don José Parra Castro, a sus 87 años.

Don José Parra Castro estudió tres años en la escuela de mujeres cuya directora era la maestra Herminia L. Gómez y el cuarto año en la Escuela Real con don Canuto Nogueda Radilla, quien era un maestro correcto, estricto que imponía castigos severos. Don José recuerda que: “La Escuela  Real era de tejas, tenía un corredor con pilares que daba vuelta hasta la calle Juan Álvarez y para adentro había otras galeritas. La escuela de mujeres también era de tejas, con un corredor de horcones y rodeada por una barda bajita, tenía un patio sombreado por un guamúchil grueso, un día me dejaron encerrado, me brinqué la barda y me lastimé un pie”.

 

 


martes, 4 de agosto de 2020

18 de mayo de 1967 VI y última parte

Víctor Cardona Galindo

Isabel Gómez Romero nació en Las Patacuas, una comunidad ya desaparecida que estaba ubicada en el centro de la sierra cafetalera, fue hija de Modesta Romero Meza y Onésimo Gómez Serafín, estaba casada con Juvencio Rojas Mesino un campesino nacido en la ciudad de Atoyac.

Prisciliano Téllez Castro, Leonor Téllez Pino, 
Ángela Pino Vargas y Josefina Téllez Pino.

El 18 de mayo don Juvencio fue herido de un balazo en la nuca y al caer un policía le daba culatazos en la cabeza. Por eso doña María Isabel se le fue encima al agente y lo ensartó con un verduguillo, a ella otro policía le disparó con un M-1, el balazo la atravesó de costilla a costilla. Tenía cuatro meses embarazada de gemelos, la gente con susto y dolor veían como se le movía el vientre cuando estaba muriendo. Dejó huérfanos a tres hijos: Julia que ya estaba casada, Hilario de 13 años y Fermina de cinco.

El verduguillo que llevaba ese día era su arma habitual, lo traía para todos lados, cuando iba a lavar al río o al campo, a la leña. Doña María Isabel que tenía 35 años cuando murió se dedicaba a las labores del hogar y vivía en la calle Montes de Oca número 29 en la cabecera municipal donde fue velada, para luego ser sepultada en el panteón viejo. Donde cada año, el 18 de mayo, su hijo Hilario Rojas Gómez le llevaba flores. Hilario ya murió.

Mientras don Juvencio Rojas fue atendido de sus heridas por el doctor Antonio Palós Palma, quien lo ayudó para que no cayera preso. Los demás: Gabino Hernández, Juan Reynada y Franco Castillo heridos de bala fueron trasladados al penal de Tecpan y estuvieron detenidos. Con el tiempo Juvencio murió a causa de las heridas recibidas aquel funesto día.

Cuando sucedió la masacre, Hilario Rojas hijo de doña María Isabel estaba en casa con su hermana. Estudiaba el quinto año en la escuela Juan Álvarez con el maestro Celestino Lévaro. Se había espinado la rodilla por eso no fue a clases ese día.

Don Juvencio era campesino, cultivaba dos huertas de café en El Ocotal y en el lugar que ahora ocupa la colonia El Parazal tenía un corral donde trabajaba. Las huertas apenas eran plantillas y se perdieron en el abandono. Los dos hermanos menores: Hilario y Fermina, ya huérfanos,  quedaron a cargo de su abuela Modesta y su abuelo Onésimo que los llevaron a vivir a La Vainilla.

En 1989, cuando se fundó la Colonia Popular 18 de Mayo un campamento se llamó María Isabel Gómez Romero y ahora una colonia que fue fundada en el predio conocido como El Rondonal lleva el nombre de esta valiente mujer. “Más en fin, ya me despido, /ya voy a finalizar, /sólo una cosa les pido, /no se nos vaya olvidar /la muerte de doña Isabel, /heroína de Atoyac”, remataba en su corrido don Rosendo Radilla.

Prisciliano Téllez Castro nació el 4 de enero de 1922, en la comunidad serrana de La Florida. Era hijo de Rosendo Téllez Blanco y Ángela Castro, estaba casado con Ángela Pino Vargas. Tenía 45 años cuando murió en la plaza. Su esposa Ángela se quedó a cargo de sus seis hijos: Pablo de 23 años, Leonor de 22, Jesús de 20, José Luis, Matías y Josefina Téllez Pino de 8 años.

Se le recuerda siempre con ropa de campo y muy juguetón con sus hijos. Corría atrás de ellos simulando que era robachicos: “era muy cariñoso”, rememora Josefina Téllez. Pilaba el café de la huerta de su padre Rosendo Téllez Blanco y cargaba la camioneta para entregar el producto. Se involucró en el movimiento asistiendo a las reuniones en la escuela Modesto Alarcón. Ahí estudiaban sus hijos; uno de ellos, José Luis era alumno de Lucio Cabañas.

Era alto, delgado y rollizo, no usaba sombrero. Iba todos los días a la huerta de coco que tenía en Quinto Patio, donde hacía milpa y en la temporada de secas trabajaba su huerta de café que tenía en El Ocotal. Sus hijos nunca lo vieron enfermo: “era puro trabajo, en eso se entretenía, no era borracho ni fiestero. Tenía un caballo que usaba para el mismo trabajo del campo. El 18 de mayo andaba con una punzada en la cabeza por eso no fue a su huerta de Quinto Patio. No tenía pensado acudir al mitin.”

Salió a comprar unos cigarros, no encontró en la tienda cercana, luego buscó en la calle Independencia tampoco encontró y tuvo que ir hasta el Zócalo a una dulcería que estaba al poniente de la plaza. Después de comprar sus cigarros encendió uno y se paró en la orilla del Zócalo cuando vio que un policía le estaba dando a su compadre Gabino Hernández. Como era costumbre en los hombres de ese tiempo, Prisciliano siempre cargaba un puñal que igual le servía para su defensa, para hacer un cocol de sus hijos, pelar un mago o partir un limón.

Su hermano Cristino Téllez Méndez escribió en el periódico ATL (número 23, junio del 2000) que Gabino Hernández, compadre de Prisciliano fue alcanzado por un motorizado, quien le disparó y luego lo comenzó a golpear con su rifle, al ver esto Piche, como le llamaba su familia de cariño, salió gritándole desafiante al motorizado; “deja a mi compadre, yo te voy a enseñar a tratar a la gente. El policía soltó a Gabino y trató de encañonar a Piche, muy tarde, ya Piche le sujetaba el arma con tanta fuerza que ambos luchaban por quedarse con ella y en su desesperación cayeron sobre las piedras haciéndose pedazos el rifle. Piche rápido como un rayo, deslizó su brazo alrededor del cuello del policía, sujetándolo fuertemente, al mismo tiempo buscó atrás de su cintura un cuchillo con cacha de hueso, repetidas veces lo hundió en el cuerpo del agente que se desplomó sin vida”. Más otro motorizado acudió al auxilio de su compañero y le disparó en varias ocasiones al valiente campesino dejándolo muerto en el lugar.

Su cuerpo fue levantado por sus hijos con el auxilio del coronel Olvera Fragoso y velado en la casa de su padre en la calle Vicente Guerrero y al otro día fue sepultado en el panteón viejo.

Después de la masacre todo quedó en silencio. No se supo nada, nadie investigó nada y tampoco se esperaba nada del gobierno. Todos los hijos de Prisciliano trabajando salieron adelante. Pablo el mayor se puso al frente de la familia y siguieron con los trabajos de la milpa, el cocotero y el café.

Doña Fidelina Téllez Méndez escribió en Agua Desbocada. Antología de Escritos Atoyaquenses que su hermano Piche “era muy audaz y temerario, una vez un leoncillo se llevó del patio a su perro preferido, cogió su machete y persiguió al animal hasta que éste lo soltó y regresó a la casa con el perro en brazos, casi muerto, pero con sus cuidados volvió a ponerse bien”.

Sobre el mismo caso Cristino Téllez Méndez escribió en el ya citado periódico ATL: “Don Rosendo y sus hijos solían platicar en el patio los sucesos del día alrededor de una fogata o junto a una ‘pata de gallo’; rudimento hecho con tres palos cruzados y sujetos casi en un extremo, sosteniendo una piedra que a su vez sirviere de base a ocotes encendidos sobre ella… De pronto un león [así se le conoce en la región al puma] saltó al patio y al pasar cerca de ellos tomó en sus fauces a un perro chaparrito que descansaba cerca de Piche, dirigiéndose hacia un arroyo cercano, Piche como era su perro favorito, con rápidos reflejos tomó su machete afilado y una raja de ocote encendido y corrió tras él gritándole ¡deja mi perro! Por el arroyo lleno de peñas el león saltaba sin soltarlo entre los dientes y desconcertado veía como Piche lo seguía cuesta abajo, duró la persecución un rato al cabo del cual el león soltó al perro y de un salto se perdió en la espesura del monte y de la noche. Piche abrazó a su perro y regresó al campamento. Fueron necesarios varios días y varios remedios para cerrar aquellos agujeros dejados por el león en el cuerpo del perro”.

Como dije en otro momento los caídos el 18 de mayo de 1967 eran actores de primera línea de la vida atoyaquense y participaban en sus tradiciones y costumbres. En el caso de Prisciliano Téllez dice su hermano Cristino: “Cuando un año nuevo u otro festejo El Cortés hacía acto de presencia, Piche pedía prestada una cuchilla y un zarape a los toreadores y enfrentaba por gusto al enmascarado, éste trataba una y otra vez de aporrearlo con una y otra mano pero no lograba tocarlo siquiera, en medio del griterío de la gente. Al final Piche solía darle uno o dos golpecitos en las pantorrillas del Cortés como diciéndole ¡Te gano! Y regresaba cuchilla y zarape que le habían prestado”.

 

Los alumnos de Serafín

 

El maestro Gabriel Salones era el director de la escuela “Modesto Alarcón” y cuidaba el Sexto “A” que era el grupo de Serafín Núñez Ramos, quien había ido por los cheques del pago de los trabajadores al puerto de Acapulco. Les estaba platicando la clase, cuando se oyeron los disparos, los alumnos pensaron que eran cohetes. En eso llegó corriendo la maestra Rita Solchaga –diciendo “¡profesor Gabriel, profesor Gabriel!, mataron al profesor Lucio y a Serafín”. Al oír esto los alumnos se pararon de los asientos y el director se puso en la puerta para atajarlos, pero no pudo porque todos los niños brincaron el muro del aula, no respetaron, volaron la cadena de la puerta de la escuela y salieron a toda prisa a la calle.

Quien se los encontró dice que los muchachitos iban bañados en llanto porque la noticia era: ¡Mataron al profesor Lucio y a Serafín!

Llegaron al Zócalo con piedras en las manos, pero solamente encontraron a los muertos. Estaba en el piso el cuerpo de don Regino Rosales con su sombrero zapatista en la cara, era un sombrero de ala ancha y de copa abultada. Ayudaron a levantar el cuerpo de doña María Isabel y lo llevaron rumbo al camposanto donde vivía su familia.

La gente estaba alborotada y les dijeron que donde el doctor Chico (doctor Silvestre Hernández) estaba un herido. Era don Gabino Hernández que convulsionaba, brotándole sangre de un costado, estaba taponeado con gasa, aun así le salía sangre con espuma. Le habían dado un balazo en el abdomen a la altura del ombligo y le salió por la espalda.

Los alumnos de Serafín salieron a pedir dinero a la gente, ya que juntaron un poco se llevaron a don Gabino en un coche a San Jerónimo donde lo atendió el doctor Sotelo.

Luego que los ejecutores de la masacre se fueron los militares llegaron a la plaza en posición de combate. A esa hora, algunos ciudadanos simpatizantes del movimiento venían con las camisas amarradas y armados, pero los judiciales ya habían salido despavoridos y se llevaron a sus heridos en las camionetas que se usaban para el combate al paludismo.

Serafín Núñez Ramos recuerda que en la escuela Modesto Alarcón tenían un club de maestros para evaluar el trabajo de la semana. Innovaban en la enseñanza y no caían en la rutina. Con alumnos de sexto año editaron un periodiquito mimeografiado que se llamó Vanguardia Infantil, se imprimía en un mimeógrafo que el propio Serafín había fabricado. Educaba con la poesía de Pablo Neruda y García Lorca.

En su grupo la poesía era un instrumento de expresión del sentimiento, no sólo el contenido ideológico. Al final de la clase dejaban un hueco para cantar, recitar poesías y leer textos. Era un grupo en el que mucho se aplaudía. Serafín dice que él no les metió en la cabeza el camino de la política, lo hizo el ambiente. Muchos de sus alumnos se integraron al primer club de la Juventud Comunista, al movimiento social y algunos a la guerrilla.

Ese 18 de mayo por presión de los maestros de la sierra, como era el habilitado, Serafín tomó un taxi acompañado de un niño y fue a recoger los cheques al puerto de Acapulco. De regreso al tomar el camión en la Flecha Roja ya se comentaba de la masacre. En el tramo Acapulco-Coyuca encontraron unas ambulancias que iban a toda velocidad. Y al llegar a Coyuca ya lo estaban esperando en la terminal tres maestros de San Jerónimo que habían sido sus compañeros en la normal. Se lo llevaron a un domicilio donde le comentaron de la masacre y le dijeron que no sabían si habían matado a Lucio, pero que a él lo andaba buscando la policía. Se quedó en Coyuca y los cheques los mandó con el niño que lo acompañaba para que los entregara en la supervisión previo recibo. Su padre Fidel Núñez Ávila llegó a Coyuca y tomaron una camioneta rumbo a Tepetixtla. Mientras una tía se fue a cubrir su plaza en la Escuela Modesto Alarcón.  Él estuvo un tiempo en Tepetixtla trabajando en el campo con sus abuelos.

Serafín ya no volvió a Atoyac porque tenía orden de aprehensión, regresar era como llegar a la cárcel. Después de eso el Partido Comunista buscó la manera de protegerlo y lo envió a estudiar a la Unión Soviética. Don Fidel Núñez visitó a Lucio Cabañas en la sierra, el profesor convertido en guerrillero después del mitin del 18 de mayo de 1967, estuvo de acuerdo con la salida de Serafín Núñez del país. Dijo que era bueno que se fuera a estudiar al extranjero porque una vez triunfando la revolución socialista se necesitarían cuadros preparados para gobernar.

 

 

 

  


lunes, 3 de agosto de 2020

18 de mayo de 1967 V


Víctor Cardona Galindo
Según los testimonios los manifestantes no usaron armas de fuego, sin embargo el gobernador dijo que sí. La nota fue del reportero Manuel Galeana Domínguez quien publicó la versión de Raymundo Abarca Alarcón, quien dio a conocer la muerte de otro policía por lo que la lista subió a ocho muertos en ese zafarrancho.
Feliciano Castro Gudiño

“El gobernador dijo que un capitán de las fuerzas de Seguridad del Estado, Enrique García Castro, al inquirir sobre la reunión, fue agredido por una mujer y luego alguien disparó sobre él hiriéndole. La policía al ver esto, también se dispuso a repeler la agresión lo que provocó más disparos por parte de los manifestantes, estableciéndose entonces el tiroteo entre policías y descontentos, entre los que había profesores estatales y federales, así como gente extraña al magisterio y que los observadores identificaron como agitadores profesionales… El gobernador informó que murió en el camino el agente de la judicial, Genaro Ángel Navarrete”. El 20 de mayo de 1967, el gobernador Raymundo Abarca Alarcón estuvo en Atoyac”. (Prensa Libre, 25 de mayo de 1967, p. 4)
El 18 de mayo la sociedad de alumnos de la escuela Juan Álvarez tenía programado el festejo del día del maestro. Después los niños no pudieron regresar a la escuela, porque cuando sucedieron los hechos todos habían salido al recreo. Desde ese día se suspendieron las clases; algunos alumnos se incorporaron a la escuela Modesto Alarcón, como oyentes, hasta que fueron llamados a finalizar el curso en las casas de los maestros donde recibieron sus boletas de calificaciones.
En 1967 la ciudad de Atoyac tendría unos 10 mil habitantes, la mitad de la población que ahora tiene. El municipio tenía 32 mil atoyaquenses, a todos les impactó la noticia. Desde esa mañana la palabra “mitin”, se convirtió en una palabra de terror. Muchos crecimos con el miedo a esa palabra. Ya nadie quería hacer manifestaciones, por el recuerdo de aquel mitin del fatídico 18 de mayo, mi mamá se refería a esa fecha sólo diciendo “cuando el mitin”, decía: “ese día mataron a mi tía, una prima hermana de mi mamá”. Hubo quienes festejaron el acontecimiento sobre todos aquellos “observadores” que trabajaban gratuitamente para Raymundo Abarca Alarcón porque hay testimonios que aseguran que había personas encargadas de grabar los discursos para informar al gobierno del estado.
En el segundo informe de labores que rindió al pueblo el presidente municipal Manuel García Cabañas el primero de enero de 1968 dijo: “Todos los problemas que se fueron presentando se les dio el debido interés para resolverlos. El conflicto suscitado en la escuela ‘Juan Álvarez’, el cual terminó con hechos trágicos que lamentar, fue creado por intereses internos en la misma institución y tocaba única y exclusivamente a las dependencias educativas del sistema estatal resolver dicho problema. El Ayuntamiento nada tuvo que ver con tal situación, ya que oportunamente se hizo del conocimiento de las autoridades correspondientes para su debida atención”.
El 18 de mayo de 1967, es un parteaguas en la historia de nuestro municipio y también del estado de Guerrero porque marcó el fin de un movimiento cívico que exigía mayores espacios de participación democrática y el inicio de la guerrilla de Lucio Cabañas y su Partido de los Pobres. El Estado autoritario en lugar de atender las peticiones de los manifestantes, les envío a la policía judicial que disparó contra el pueblo, dando muerte en la plaza principal de la ciudad de Atoyac a: Feliciano Castro Gudiño, Arcadio Martínez Javier, María Isabel Gómez Romero, Prisciliano Téllez Castro y al revolucionario agrarista, Regino Rosales de la Rosa. Resultaron lesionados Juan Reynada Victoria, Gabino Hernández Girón y Juvencio Rojas Mesino. A quienes así como estaban heridos fueron apresados por judiciales en las clínicas donde eran atendidos, sólo Juvencio Mesino se salvó de ser traslado al penal de Tecpan por que el doctor Antonio Palós Palma lo defendió con energía.
Lucio recordaría más tarde ese acontecimiento con un discurso en la sierra: “Habíamos maestros del pueblo que estábamos dispuestos a orientarlo, no sólo en la educación sino en sus luchas como parte del pueblo, padres de familia parte del pueblo, contra todo el régimen, contra el gobierno, contra la clase rica… Y nos metimos en los problemas contra las compañías madereras, contra el Ayuntamiento, contra la explotación de los ricos ahí en Atoyac y se creó el movimiento. Entonces fue que se enojó Don Gobierno y nos mandó un montón de judiciales y nos hicieron una matanza el 18 de mayo”.
Los que murieron dieron la vida para que los niños de Atoyac tuvieran acceso a una educación verdaderamente gratuita. Defendían que los alumnos pudieran ir a la escuela sin las cargas pesadas de las cooperaciones económicas que se les imponían. Un campesino no podía nunca competir al mismo ritmo con los dueños del dinero, que si comparamos esas cooperaciones económicas con nuestros tiempos sería como pagar colegiatura en una escuela pública.
Después de la masacre el ejército patrulló las calles. Pasaban a cada rato por la calle Hidalgo, donde muchos miembros del movimiento se habían concentrado en la casa de la maestra Hilda Flores Solís. Ese 18 de mayo, Lucio con sus más cercanos colaboradores llegó a la casa de la maestra Hilda Flores por la noche, se acostó en la hamaca que estaba en la galera de la barda, tomó dos tazas de café, estaba cansado y lleno de coraje por la represión. Durmió esa noche en ese lugar.
Mucha gente pernoctó en el corredor, otros vecinos llevaban comestibles a regalar. En la tarde del 19 por la calle Hidalgo pasó el cortejo de los muertos, Lucio lo observó desde media casa, luego se despidió de doña Elizabeth Flores Reynada y se dirigió a Hilda, a quien le recomendó cuidarse porque se venía una represión muy dura. Con un morral colgado al hombro, seguido por sus amigos se despidió de los presentes, caminó por la calle Hidalgo y se perdió de vista.
Mucho tiempo después al hablar de aquel momento Hilda Flores le dijo a Laura Castellanos: “El mismo día Lucio llegó a la casa como a las 7:00 y 8:00 de la noche con un grupo de mujeres y tres hombres. El Ejército ya patrullaba las calles… Él se quedó en una hamaca en un galerón del patio. Aquí durmió esa noche. Almorzó, comió, y a las cuatro y veinte salió. No lo volví a ver. Me quedé al frente de la lucha con un grupo de compañeros porque muchos hombres debieron irse”.
Como se sabe las autoridades culparon a Lucio de la masacre. Por lo que se vio obligado a refugiarse en la sierra y fundar después el Partido de los Pobres. Se dice que ese día Cabañas salió armado con una pistola 32, rumbo a los distintos poblados, a buscar voluntarios para iniciar la lucha armada contra los más poderosos ricos y el gobierno. Ya oscureciendo llegó a la casa de su mamá Rafaela Gervasio Barrientos en San Martín de las Flores acompañado de Obdulio Morales Gervasio. Así iniciaba la guerrilla.
El maestro guerrillero recordaría la fecha bautizando a uno de sus grupos como “Brigada de Lucha 18 de mayo” y realizando la reunión anual del Partido de los Pobres todos los 18 de mayo que estuvo en la sierra.
“Cuando nos matan compañeros hay que matar enemigos. Cuando matan al pueblo hay que matar enemigos del pueblo... Ante la matanza, ¿Cómo le haríamos para venirnos al monte? Lo teníamos pensado desde antes. Nomás esperábamos que nos dieran un motivo. Estábamos cansados de la lucha pacífica sin lograr nada. Por eso dijimos: Nos vamos a la sierra”, diría después Lucio en uno de sus discursos cuando recorría los pueblos en su propaganda armada al frente de su Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
“El señor Lucio Cabañas /hombre de resolución, /quiere salvar al pueblo /y se opone a la reacción, /han muerto muchos hermanos /sin piedad ni compasión… Arriba Lucio Cabañas /el pueblo ya está contigo, /a conquistar la justicia /y a terminar al enemigo”. Rasgaba los acordes de su guitarra don Rosendo buscando la tonada de su corrido.
Los caídos ese día eran hombres fogueados en la lucha social, tenían una vida productiva y tradición. Eran partícipes de la vida y el acontecer atoyaquense. Arcadio Martínez Javier “Don Cayito” nació en San Francisco del Tibor y era padre del maestro Alberto Martínez Santiago de quien los reaccionarios de la escuela “Juan Álvarez” habían pedido su cambio a Coyuca. Murió ese día herido por una bayoneta. Tenía una huerta grande de 20 hectáreas, en el lugar conocido como La Pintada en el ejido de San Francisco del Tibor. Era Chaparrito blanco, muy participador  y solidario. Le gustaba torear en la danza del Cortés.
De don Feliciano Castro Gudiño se tienen muy pocos datos se sabe únicamente que vivía en la calle Capire y que tenía aproximadamente 60 años. Era peón de Justino Parra y cuando ocurrió el zafarrancho trabajaba en la elaboración de una galera para talleres en la escuela federal número 14. Su única hija fue María de Jesús Castro Mateos. Don Chano Castro fue levantado herido de la plaza fue atendido por el doctor Antonio Palós. El médico hizo hasta lo imposible por salvarlo, pero murió en su clínica.
Por su parte el Revolucionario Regino Rosales de la Rosa nació con el siglo XX. Tenía aproximadamente 67 años cuando murió. Su muerte como la de sus compañeros marcó el inicio de un nuevo periodo revolucionario para el pueblo costeño. La guerrilla del Partido de los Pobres con su comandante Lucio Cabañas Barrientos.
En la historiografía del municipio de Atoyac se tiene conocimiento de la existencia de Regino Rosales desde el 24 de noviembre de 1923, cuando Alberto Téllez encabezó el levantamiento armado agrarista de Atoyac y entre los primeros campesinos que lo acompañaron estaba el joven Regino Rosales. El 19 de diciembre del mismo año, los agraristas atacaron Atoyac y desarmaron a la policía del presidente Rosalío Radilla, un delahuertista que estuvo vinculado al asesinato de los hermanos Juan, Felipe y Francisco Escudero en el puerto de Acapulco y era jefe de las guardias blancas en la región.
Regino Rosales combatió en Coyuca de Benítez el 30 de diciembre de 1923, bajo las órdenes del coronel Silvestre Castro, El Cirgüelo y el 23 de enero de 1924 en Petatlán en el más encarnizado combate que se tenga memoria en la Costa Grande, donde las fuerzas delahuertistas salieron derrotadas por los agraristas encabezados por El Cirgüelo, Amadeo Vidales y Valente de la Cruz. Años más tarde Regino Rosales se sumó al vidalismo. Cuando Amadeo Vidales atacó la ciudad de Atoyac el 26 de junio de 1926, Regino Rosales formaba parte del cuerpo de voluntarios al servicio del gobierno federal, pero secundando a su jefe Alberto Téllez desertó y se sumó a los vidalistas para combatir de nuevo en el bando revolucionario. Regino Rosales fue combatiente durante los 3 años que duró el movimiento del Plan del Veladero.
Ya en los años sesenta, Regino Rosales se sumó al movimiento cívico en la lucha por la caída del gobernador Caballero Aburto. Se involucró de tal manera que – el día 14 de enero de 1961– cuando tomó posesión el presidente municipal Cívico, Rosendo Téllez Blanco, Regino Rosales de la Rosa fue nombrado comandante de la policía urbana.
También participó en el movimiento de solicitantes de vivienda que fundó la colonia Mártires de Chilpancingo, donde los líderes confiaban en su valor, con don Regino presente, sabían que no era fácil que la gente del gobierno los desalojara.
Finalmente en la masacre del 18 de Mayo de 1967, murió en manos de las fuerzas gubernamentales que atacaron el mitin que era encabezado por Lucio Cabañas en la plaza de Atoyac.
“En medio de la balacera /gritó Regino Rosales, /con mi pistola en la mano /para mi no hay judiciales, /viva el pueblo de Atoyac /que muere por sus ideales”. Cantó Rosendo Radilla.
Los que todavía recuerdan a don Regino Rosales dicen que era común verlo vestir con su traje gris, con su pistola 45, fajada misma que portaba con libertad porque tenía permiso federal en reconocimiento a los servicios prestados como revolucionario agrarista. Don Regino Rosales quedó tirado bajo la sombra de uno de los tamarindos que tenía la plaza. Por desgracia, dicen muchos, ese día que lo mataron no lo acompañaba su inseparable 45, traía un verduguillo con el que se defendió de las fuerzas del gobierno de Raymundo Abarca Alarcón.