Víctor
Cardona Galindo
El 30
de agosto Rosa Santiago Galindo cumple 94 años, es una de las madres que lleva
décadas buscando a su hijo Antonio Urioste Santiago, pidiéndole al gobierno que
le diga donde está, es una búsqueda que a veces la ha puesto al borde de la
muerte pero también le ha dado fuerzas para aferrarse a la existencia. Ella que
con una vida de sufrimiento y trabajo ha visto pasar casi un siglo de la
historia de Atoyac. Rosita es fuerte y de lúcida memoria.
Nació
en 1923 en la comunidad serrana de Los Valles es hija de Fortino Galindo Gómez
y de Bernabé Santiago García. En 1926 su padre la trajo junto con sus cuatro
hermanos a la cabecera municipal y él se remontó a lo alto de la sierra con sus
hijos mayores, dejando a su mujer y los pequeños encargados en una casa de la
calle Juan Álvarez Norte. Allá en la sierra corrían peligro porque los Galindo se
habían involucrado en la guerrilla de Amadeo Vidales, los perseguía el gobierno
y al que agarraba lo fusilaba sin miramientos.
Al año
doña Silvestra García, mamá de Bernabé mandó por ellos y se los llevó a vivir a
la calle Hidalgo. Fortino regresó a los siete años, encontró a Bernabé casada
con otro hombre y de sus hijos estaban: Aurelia la mayor, Cliserio, Rosa y
María porque había muerto Inés. Los niños estaban estudiando en la Escuela Real,
los sacó y se los llevó de regreso a Los Valles en 1933. Allá los esperaban Severiano,
María, Apolinar, Lorenzo, Agustín, Emiliana y Victorino que eran sus hermanos
mayores.
En ese
tiempo Los Valles eran un pequeño pueblo donde vivían pocas familias: los
Lugardo, los Galindo, los Flores y los Reyes. Las casas eran de bajareque,
techadas con zacate cortador y para construirlas hacían rollitos y los iban
amarrando amontonados, otras estaban techadas con pasto de arroz al que llamaban dellame. Había viviendas que estaban techadas con tablitas de ocote,
llamadas tejamanil. Corría un arroyo
por medio pueblo donde abundaba el zapote prieto e iban al agua a los Pozos. Su
padre cultivaba una huerta en medio del barrio, había mangos, limón dulce,
toronja, pomarrosa, plátano, sidra, limón real, lima, aguacate y mamey.
Rosita
de niña no jugó porque desde muy chica se dedicó al quehacer del hogar. Aprendió
a coser a los 12 años, haciendo los calzones y los cotones de manta para su
padre. La mayor parte de su juventud la pasó en San Juan de Las Flores, con su
tío materno, Clemente Santiago quien representó una segunda figura paterna. Rosa
Santiago es como todas las mujeres de su tiempo, siempre apegada al trabajo. Ella
fue obrera de la fábrica del Ticuí, cocinera asistiendo peones en las huertas
de café, agricultora, lavandera y empleada doméstica en las casas de Atoyac.
Claudia
Rangel Lozano entrevistó a Rosa Santiago Galindo su testimonio sobre la
desaparición de Antonio se recoge en el capítulo 2 del libro: Desaparición forzada y terrorismo de Estado
en México. Memorias de la represión de Atoyac, Guerrero durante la década de
los setenta. También participó con su testimonio en la elaboración del
documental: 12.511 Caso Rosendo Radilla:
Herida Abierta de la Guerra Sucia en México.
Antonio
Urioste Santiago nació el 5 de julio de 1944 en la ciudad de Atoyac es hijo del
ex Presidente Municipal José Urioste García y Rosa Santiago Galindo, estudió en
la escuela Juan Álvarez después pasó a la escuela particular de Anita Téllez porque
era de lento aprendizaje y juguetón. Cuando tenía 10 años, vendía el periódico El Rayo del Sur, le daban 10 periódicos
que entregaba y se iba a la escuela.
Reprobaba
porque era distraído, no terminó la primaria sólo aprendió a leer y a escribir,
pero era muy responsable y trabajó como mecánico. Era educado y trabajador
siempre buscó la forma de ayudar a su mamá, cuando ocurrió su desaparición
trabajaba como cobrador en las Camionetas Unidas de Atoyac esas que van a la
sierra. Como era el mayor les enseñaba buenas costumbres a sus cuatro
hermanitos, como pedir permiso y dar las gracias a la hora de comer. Antonio saludaba
con gusto a la gente, era muy atento y sencillo.
Ese
día fue a un mandado a San Luis la Loma para visitar a su tía Alicia Santiago
Pino que estaba enferma, era un domingo 8 de septiembre de 1974. Salió de su
casa como a las nueve de la mañana, Esperanza Rumbo le dijo a Rosita que lo
detuvieron en el autobús cuando iba en el retén que estaba pasando el río de
Tecpan.
Lo
buscó en el retén y le dijeron que ahí no estaba porque no era cárcel. Rodeó el
campamento e hizo un hoyo en la orilla del alambre y se metió donde estaban los
soldados que cuando la encontraron dentro del campamento la trataron mal muy
mal, pero ella buscaba a su hijo al precio que fuera no le importaba lo que
pasara. La desesperación hacia que no tuviera miedo, el oficial la reprendió
por su osadía y le dijo que ahí no lo tenían.
Lo fue
a buscar al cuartel de Atoyac donde se lo negaron, le dijeron que ahí no era
cárcel.
Luego
se fue ocho días hasta Oaxaca, acompañada de su hija Santa Anita y de su
hermana Alicia, iban de retén en retén y se bajaban en los pueblos para
buscarlo en las cárceles. Estaba tan desesperada que en la Base Aérea de Pie de
la Cuesta se metió por la playa, donde las olas le quitaron los huaraches y
estuvo a punto de ser arrastrada por el mar. Se asomaba a los galerones
gritando “Antonio, Antonio” vio muchas caras. Había un Antonio de Los Llanos de
Santiago. Estaban encerrados. “Había muchas caras de tantísima gente amontonada
en un galerón grande”.
El
primero de abril de 1975 cuando iba a tomar posesión Rubén Figueroa Figueroa en
las instalaciones del Ayuntamiento de Chilpancingo, el lugar estaba acordonado,
los soldados tenían filas de dos en fondo así Rosita se metió por debajo de la
valla cuando un soldado del 50 batallón estaba redoblando el tambor y el otro
se descuidó, se metió y abrazó al Presidente de la República Luis Echeverría le
dijo: “discúlpeme pero ando muy desesperada, quiero que me ayude. Él me dijo
donde está el beso, y le di un beso a él, a la esposa y a la acompañante”. Le
entregó un escrito y el Presidente se lo echó a la guayabera y le dijo que iba
a buscar a su hijo. Después Echeverría le mandaba telegramas.
De
tantas veces que le negaron a su hijo en el cuartel de Atoyac y en el de
Acapulco, buscó entrevistarse con el titular de la 35 zona militar de
Chilpancingo porque le dijeron que a los presos los enviaban allá. En Chilpancingo
se encontró con el abogado Felipe Cortés que era presidente del Partido Zapatista
y había sido agente del Ministerio Público en Atoyac, lo conocía por que ella
le lavaba y planchaba a todos los Ministerios Públicos que llegaban a la
ciudad.
Felipe
Cortés redactó un documento donde ella firmaba como miembro del Partido
Zapatista dirigido al general Oscar Archila Moreno jefe de la 35 Zona Militar y
el mismo abogado la llevó en su Jeep al cuartel donde los recibió el general
que les dijo que él no tenía conocimiento. Pero si su hijo estaba detenido debería
estar en Atoyac y le dio una tarjeta para el general Eliseo Jiménez Ruiz.
Regresó
a Atoyac y preguntó por el general se lo negaron entonces mostró la tarjeta, el
militar de la puerta la vio por curiosidad, luego se la quitó y se la llevó. No
tardó y regresó para decirle que la iba
a recibir el general. La pasaron adentro del cuartel con su hija Santa Anita
que la acompañaba a todos lados. El general Jiménez le negó que allí fuera
cárcel y le dijo que no anduviera con mentiras que ya estaba bueno que fuera de
chismosa con el jefe de la 35 zona. Ella le contestó que ahí tenía a su hijo
que no se lo negara. Él le dio a entender que su hijo a lo mejor se había ido a
la guerrilla: “El no anda con esa gente, él va del trabajo a la casa, él no me
falla”.
El
general le dijo que entre su familia había una hija que andaba en malos pasos
que él no sabía al principio pero que ya la tenía castigada. Le dio a entender
que Antonio también andaba en malos pasos y que ella no sabía, que lo dejara
castigarlo, como él ya había castigado a su hija. Le dijo que ya no anduviera
con chismes y la regañó.
Pero Rosita
volvió al tercer día. El general la volvió a regañar feo. Otra vez le dijo que
no era cárcel que no había ninguno. En eso estaban cuando llegó un helicóptero
con unos hombres vendados de los ojos y con las manos amarradas hacia atrás, al
parecer eran padre e hijo. Rosita aprovechó para decir que si no era cárcel que
hacían esos campesinos allí. El general regañó en su presencia a los soldados
que traían a los hombres amarrados y por eso les quitaron las ligaduras.
Después
del incidente el militar le dijo que la iba ayudar, que iba a investigar el
paradero de su hijo, que se fuera a su casa y que allá lo esperara.
Pero
regresó a buscarlo cuando soltaron a Israel Solís Ayerdi y le dijo que había
estado junto a Antonio en el cuartel. Que lo vio vendado con la misma ropa que
cuando lo agarraron, sin zapatos y sucio. Entonces Rosita fue al cuartel y le
dijo al general que le diera a su hijo que ahí estaba. “Yo sé que aquí está déjeme
traerle ropa”. Entonces el general le contestó: “está bien aquí está, váyase
tranquila aquí está, si es inocente llegará a su casa. Espérelo en su casa. Ya
no venga no la quiero volver a ver aquí”. Se fue segura que iba a dejarlo libre
porque era inocente.
Rosa
Santiago dice que Antonio Urioste estuvo detenido en el cuartel militar de
Atoyac junto con don Rosendo Radilla Pacheco, por eso asegura que en las
instalaciones que ahora son el Ayuntamiento se le perdió su hijo, por eso apoya
a Tita Radilla Martínez en la búsqueda de su padre.
Desde
su desaparición Rosita dejaba la puerta abierta, escuchaba el ladrido de un
perro y salía a ver, siempre esperando a su hijo. Vendió su casa para buscarlo
y se quedó en la calle.
No comía no dormía. El doctor Juventino
Rodríguez le hacia transfusiones de sangre para reanimarla. Pero luego le
reventó un tumor en el vientre. Ella sabía que tenía el tumor, porque traía
mucho dolor y el doctor Apolinar Castro le decía que se operara lo más pronto posible.
Pero por buscar a su hijo no se atendió, después que le reventó la operaron y
se vio grave. Se la llevaron a México y no sabe que tiempo estuvo allá, porque tardó
en componerse. Su hija Francisca Benítez Santiago está enferma de sus
facultades mentales porque se llevaron a su hermano y luego detuvieron a su
marido. Francisca corría de noche al cuartel iba a gritarle a su hermano. Se
enfermó feo, lloraba y gritaba.
Rosa
Santiago Galindo junto con Jovita Ayala acompañaron a la representante de la Fiscalía
Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) Georgina
Landa, a Los Arenales a ver un soldado viejito que había dicho que en Hacienda
de Cabañas el mar había arrojado restos humanos. Pero el anciano al verlas no
quiso hablar.
Cuando
terminó la Fiscalía especial Rosita se involucró con la Asociación de
Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violación a los Derechos
Humanos (Afadem) con quienes ha ido a México a buscar entrevistas con
funcionarios. Rosita dice que ella no se mete en política únicamente reclama su
derecho. No estuvo de acuerdo como los trataron unos abogados del Partido
Socialista que los llevaron a la ciudad de México a exhibirlos como animales
raros.
Dice
que el día de la toma de protesta de Rubén Figueroa, Rosario Ibarra estaba en
Chilpancingo había mucha gente haciendo cola para verla, ella prefirió ir
directamente con el presidente. Nunca se acercó a ninguna huelga de hambre,
porque no está de acuerdo con que se les llame desaparecidos políticos. Su hijo
no era político y no tenía nada que ver con Lucio Cabañas. Su familia no sabía
que buscaba el guerrillero, lo único que entendían es que andaba en contra del
gobierno. Por eso tampoco está de acuerdo en que durante los eventos de los
desaparecidos se rinda homenaje a Lucio Cabaña porque se trata únicamente de la desaparición de nuestros seres queridos.
Si alguien está agradecido con Lucio Cabañas que lo celebre en otro lugar: “Lo
nuestro es fino y delicado”.
De la
indemnización dice que no es asunto de cambiarles su vida por un miserable
dinero. La doctora Landa les ofrecía de 50 mil pesos para abajo. Decir indemnización
era decir cierre del caso. Ahora están dando un recursos y le denominan
reparación del daño a ella no le tocará nada por no estar acreditado su caso.
Le dieron un folio pero está vacío sin expediente.