Para
Juan Angulo y Maribel Gutiérrez,
por estos 25 años de perseverancia.
Víctor Cardona Galindo
“¿Qué era la nao de China? –Fernando Benítez se contesta-
Algo que se escapa a la historia, una nave de Turner esfumada en el resplandor
del crepúsculo, un tesoro de Aladino que cabalgaba sobre la espalda del Océano,
un purgatorio marinero, un barco fantasma, la nave de los locos, la ambición de
los reyes, el botín de los piratas, la falda de las mujeres, los manteles de damasco,
el pañuelo de los adioses, el sufrimiento humano, la lotería de los pobres, la
riqueza de las naciones, el ave del paraíso, esa magia que duró 250 años y sólo
se extinguió cuando el viento de la Independencia la echó a pique y permanece
intacta en el fondo del mar”.
A pesar de ser un hombre de la
tercera edad
el tubero recorre, de vez en cuando, las calles
de Atoyac,
ofreciendo ese néctar delicioso.
Foto:
Francisco Magaña de Jesús
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En 1815, cuando aún no terminaba la Guerra de
Independencia, zarpó para siempre de Acapulco el último galeón español. Esas
embarcaciones que traían un cargamento de dos mil doscientas a dos mil
quinientas toneladas de mercancía, generalmente especias, aromas del Oriente,
drogas, porcelanas, cofres de Japón y de China, sedas, telas de algodón,
muselinas y otros tejidos de la India, delicadas obras de plata y oro de China.
Dice Marcelo Adano en su Mirada al Pacífico “Los pasajeros se embarcaban en los muelles de
Cavite, frente a Manila. Ante el inicio de un viaje incierto, encomendándose a Nuestra
Señora de la Paz y Buen Viaje, sellaban sus oraciones con la frase: ‘a Acapulco
o al purgatorio…’”
La Nao de China cruzaba la inmensidad del océano Pacífico,
hasta llegar a la bahía de Acapulco. Se regresaba en el mes de febrero o marzo.
Y se llevaba de nuestro país barras de plata y moneda acuñada como pago de su
cargamento. También llevaba algunas cantidades de grana, vino, cacao, aceite,
tejidos españoles de lino y de lana. Asimismo, muchísimos pasajeros se
embarcaban para ir a Manila principalmente religiosos.
Como dije por influencia de la Nao en toda la región
costera del Pacífico se diseminó el cultivo de palmeras para la producción de un
aguardiente conocido como vino de cocos. La tradición de producción de esta
bebida provino de Filipinas donde era conocida como tuba. Aquí también la
conocemos con el mismo nombre, es fácil encontrarla en el crucero de Santa Rosa
municipio de San Jerónimo de Juárez y de vez en cuando un tubero toca nuestra
puerta ofreciendo ese néctar delicioso.
Otro resultado de la conexión directa con Asia y la Nueva
España es la aparición de nuevas formas artísticas de menor tamaño como los
biombos. Parián es palabra de origen tagalo (idioma de Filipinas) que puede
significar mercado. Aparecieron parianes en Puebla, Guadalajara y Acapulco.
Algunas palabras como “zarangola” son de origen malayo, nosotros la usamos para
referirnos a un tipo de papalote o cocol, al que también llamamos palometa o
culebrina.
Como se ve el Galeón de Manila o Nao de China repercutió en
el ámbito del patrimonio inmaterial: la cultura popular y el consumo. Junto a la
costumbre de beber vino de cocos también pudo sumarse la llegada de la técnica
de preparación del ceviche, un platillo preparado marinando pescado en limón y
chile, ahora es muy típico en diversas regiones costeras de Hispanoamérica.
Otro elemento importado de Filipinas fue el método de construcción de cabañas
llamadas palapas, vocablo proveniente del tagalo.
A Coyuca de Benítez llegaron algunos filipinos y chinos.
Varios se establecieron en El Bejuco y en Las Lomas; otros en la misma Coyuca
en donde vivían algunos españoles, los cuales se unieron con las mujeres
orientales y con las nativas dando como resultado diversas mezclas. Fue así
como surgió en este municipio costero, una raza indomable y bravía, que no es
negra ni blanca, ni filipina ni china ni indígena. Dice Graciela Guinto
Palacios en su libro Sangre Bronca
que algunos tienen la piel muy oscura, otros morena, morena clara, apiñonada,
trigueña o casi blanca; y la mayoría con rasgos negroides u orientales.
El cabello de los negros y los que tienen la piel menos
oscura, es “musuco”, otros “puchunco” o chino. Los de piel apiñonada y trigueña
—porque se han mezclado con la raza blanca—, su pelo es domado o un poco chino,
es decir ondulado, y algunos tienen ojos claros. Los descendientes de
orientales e indígenas, tienen su pelo lacio y su piel morena clara o trigueña.
Hay algunos nativos muy blancos, y de facciones finas, porque mezclaron su
sangre con la europea y con la indígena, y su pelo es lacio u ondulado. Sin
embargo, los mulatos tienen su cabello musuco o puchunco y sus rasgos toscos,
como una peculiaridad heredada de sus genes
africanos. Pero algunos mulatos son muy blancos y de
facciones delicadas.
“Esta raza, nacida de los designios de Dios, sólo es
característica del municipio de Coyuca de Benítez, que seguimos sufriendo el
sello ignominioso del racismo; que ha hecho que algunos sean vengativos,
violentos, indolentes, conformistas, incultos y sin deseos de superación;
capaces en un momento de furia, de agarrar el machete con sus manos morenas
tostadas por el sol, y destrozarse con saña hasta vencer o morir, como las
fieras del monte. Y dejan en un charco de sangre al rival, que sin duda había
sido su más fiel amigo, y quizás por cosas triviales terminaron así”, dice la
cronista vitalicia de Coyuca de Benítez.
Anteriormente, los afromexicanos, sembraban arroz, maíz, y
frijol, pero para el sustento familiar. Y aun cuando allí, estas semillas se
producían en abundancia, no aprovechaban las tierras vírgenes que había
disponibles en aquel entonces; porque su ingreso de mayor importancia era la
pesca.
Cuando cosechaban el arroz, lo descascaraban igual que en
el África, en pilones de un metro de altura y cincuenta centímetros de
diámetro, aproximadamente. Éstos eran hechos de una pieza, cortada del tronco
de algún árbol sólido, a quienes les hacían la forma del carrete; y en medio
tenían una cavidad circular como de treinta centímetros de diámetro por veinte
de profundidad, en donde colocaban el grano para pilarlo con un sólido basto de
madera semejante al metlapil, llamada “mano”. Con ritmo suave pilaban el arroz
entre dos personas, una frente a otra, sin coincidir en el mismo golpe, hasta
dejarlo desprovisto de la cascarilla. Había jóvenes, con tanta habilidad para
pilar, que lo hacían tres al mismo tiempo. Aún en algunas comunidades, siguen
cosechando el arroz y usan pilones. Sus chozas las situaban en la ribera de la
laguna, lejos de la barra. De manera que no se inundaran cuando había venidas
de ríos y la barra se abría. Las chozas eran hechas de bajareque con techos de
palapas en forma de cono, como una reminiscencia de nuestros antepasados
africanos.
“Cuando salían a pescar en sus rústicas canoas,
seleccionaban la noche propicia para ello, siempre que no hubiese tormenta.
Porque entonces el mar es muy celoso y no quiere un intruso en la cima de sus
aguas saladas. Además, los peces, también tienen sus noches de luna para ir a
pasear; y lucir con garbo la fosforescencia de sus escamas que asemejan
moneditas de oro y de plata en la inmensidad del océano. Y ello hace que éstos
caigan con facilidad en las redes de los pescadores”, seguimos con Graciela.
La tierra y el mar eran sus amigos, y el cielo, un libro
sagrado, el único que podían leer, porque desde niños aprendían a descifrar sus
enigmas. Con el ceño fruncido observaban las estrellas, olían el viento, y
daban el veredicto para ir a pescar: conocimientos empíricos que han pasado a
través de las generaciones y que están latentes en sus neuronas como una gota
de sangre perdida en las arterias del destino.
Las chozas de estos nativos, eran chicas y de una sola
pieza. Casi todos dormían en petates. Pero algunos, tenían sólo una cama de
varas, no más, hechas por ellos con otates o carrizos delgados que cortaban
entre los mangles de la laguna. Formaban una base con los mencionados carrizos,
los amarraban con bejucos de soyates o “mecahilos”, y la colocaban sobre dos
bancos de madera, a la medida del anchor de la cama. Encima de ésta, tendían un
petate con su sábana de varios remiendos, o toda de manta. Las almohadas las
forraban de rojo para guardar la mugre; y las rellenaban de fresco pochote que
aún brota silvestre en los árboles. El pochote produce una bellota color café.
Cuando el fruto inicia el ciclo de maduración, éste comienza a crecer y a
crecer. Después se hincha, parte su cáscara en gajos y revienta triunfante,
ofreciéndole al hombre su lana refulgente en forma de flor, como un crisantemo
de finísimo vidrio cortado que lastima los ojos con la luz solar. En ese
instante, los nativos le quitan la semilla que es similar al pimentón, luego,
juntan el fino pochote y rellenan sus almohadas con ello.
Cielo, agua y mar era la vida de los negros cimarrones de
La Barra. Para ellos no existía el futuro ni meditaban en él; porque la madre
natura les ofrendaba todo; de tal manera que no perdían el tiempo pensando en
algo que no estaba en su mente. Se conocían por sus nombres y sus apellidos o
por apodos, tanto en los barrios cercanos como en Coyuca de Benítez.
Y la cultura filipina, está bastante mezclada con nuestra
cultura como ejemplo, el guinatán, que es una sabrosísima comida filipina, y
obviamente también costeña.
En su Sangre bronca
Graciela Guinto recrea el ritual para cocinar el guinatán. “Molieron en el
metate una porción de chiles guajillos con suficientes ajos. Cortaron varias
ramas de epazote de una mata que tenían sembrada cerca de la casa; ‘jimaron’
algunos cocos secos que habían reunido con anterioridad; y ya desprovisto del
bonote, los partieron a la mitad, derramándose en el piso el agua de los
mismos. Luego, con un “rallador”, rasparon la pulpa a los cocos y las molieron
en un metate limpio, para sacarles el jugo y guisar con ello los pescados en
‘guinatán’: guiso heredado de los filipinos, cuyo significado quiere decir
‘cocinado con leche de coco’”.
Presurosas, colocaron sobre unas hornillas de barro —que
tenían en la rústica chimenea—, las cazuelas con la leche de los cocos adentro,
pero ya colada con un lienzo delgado. Y mero cuando la leche comenzó a sacar el
aceite, le pusieron a cada cazuela las ramas de epazote y la salsa hecha con
chiles guajillos y ajos. Todo comenzó a hervir, y cuando adquirió la
consistencia del mole, con cuidado, le echaron los pedazos de los robalos a las
cazuelas y dejaron que hirvieran de cinco a ocho minutos aproximadamente, de
manera que éstos se cocieran sin que se desbaratasen. Los olores impregnaban el
ambiente que hacían despertar el apetito. Enseguida, en ollas de barro,
cocieron el arroz para la morisqueta que comerían —en vez de tortilla— con el
“guinatán”.
El coco, conocido como “La semilla más grande del mundo” y
también como “La semilla viajera” (ya que a través del mar ha llegado a otros
continentes), no solo es un producto cuya agua es sabrosa, fresca y saludable,
así como su carne, ahora se puede aprovechar su concha y el bonote. En países
como Tailandia, Filipinas, Taiwan y otros, del oriente asiático, lo aprovechan
para hacer hasta 23 artículos diversos.
El ingeniero Federico Lorenzana Arzeta en un artículo nos
explica como llego el cultivo de mango a México: “Tenemos muchos tipos de
frutas de mango, los hay verdes, amarillos, violetas, rojos, anaranjados y uno
que otro de coloración morada; todos de sabor agradable; la primera variedad o
cultivo de mango llegó a México por el puerto de Acapulco, es el mango manila
proveniente de Filipinas. En 1779 los españoles trajeron los primeros frutos, y
pronto su semilla germinó y los arbolitos se establecieron en patios de
los comerciantes del puerto; 120 años después llega el mango criollo al puerto
de Veracruz procedente de las Antillas. En 1950 Santiago Ontañón trajo a
Cuajinicuilapa Guerrero 12 mil árboles de las variedades comerciales Haden, Palmer,
Keith, Kent, Tommy Atkins, Irwin, Smith, Sensation, Carrie y Carabao
provenientes de La Florida Estados Unidos, con ellos estableció 130 hectáreas
en el rancho denominado Las Petacas; es por eso que a los mangos bolas les
llaman petacones”.
Recientemente en el 2010 La Universidad Autónoma de
Guerrero en coordinación con el Colegio de Postgraduados trajeron con fines de
investigación cuatro variedades proveniente de La Florida, mismas que están
trabajando en Cuajinicuilapa”.
Las islas Filipinas
recibieron ese nombre en homenaje a Felipe II, rey de España, bajo cuyo reinado
fueron colonizadas por Miguel López de Legazpi. La colonización duró tres
siglos por lo que la herencia cultural en ambos lados del océano se puede
sentir muy patente hoy en día. Ahí están el relleno, guinatan, los gallos, el
mango manila, la tuba, y las familias: Bermúdez, Diego, Lobato, Batani, Funes,
Liquidano, Tellechea, Guinto, Balanzar y Zúñiga, le agrega al tema Anituy
Rebolledo.
Hola Víctor,
ResponderEliminaraquí encontré un mejor espacio para felicitarte por tu contribución a difundir entre tus lectores lo que ha sido la CUARTA RAIZ.
Yo creo que los interesados en la cultura de la región seguimos viendo con tristeza que no son datos de mucho interés entre la gente, de otra manera tuvieras docenas de comentarios aquí mismo.
Pero así también nos sabemos que somos por naturaleza resilentes y nada nos desalienta.
Tus datos son bastante buenos considerando que se basan en la tradición oral y en tus conocimientos preconcebidos, me da un gran gusto leerte.
Quiero agregar que para nuestra fortuna hay, entre el 100% de científicos de las ciencias sociales, un tal vez 1% que se ha dedicado a la CUARTA RAIZ, pero que vienen siendo un Montón con trabajos magníficos a nivel nacional y mundial, pero que aún no hay nada muy en particular de las Costas de Guerrero, salvo lo que tu has hecho y a las personas que ya has mencionado, que en conjunto han hecho una fantástica contribución.
Quiero que sepas Víctor y paisanos en general ....
ResponderEliminarque luego de una larga espera ya por fín me llegó la hora de meterle las manos y el ánimo a la CUARTA RAIZ de nuestras Costas.
Acabo de empezar el Doctorado y está centrado exclusivamente en demostrar que los nietos de los Filipinos siguen entre nosotros y que de hecho, somos nosotros mismos esos descendientes.
Debes saber que ya está integrada esa lista de los legados Filipinos en México, tu has incluído a la perfección todos los conocidos,
Mi Tesís lleva dos partes:
Voy a utilizar la genética para demostrar que los Filipinos existen en millares
Y quiero agregar otros 5 elementos a la lista.
Bien has anotado que el Relleno es una herencia Filipina y has mencionado al Lechón, ese cerdo en la región del CEBU donde son los maestros en su preparación.
Aquí quiere dar a conocer que en mi tesis quiero hablar de la
ZARANGOLA,
Qué sabes de ella Víctor??
Un fuerte abrazo !