Víctor Cardona Galindo
Nuestros ancestros de la tercera raíz, los negros, llegaron
como esclavos con los primeros españoles que pisaron el territorio guerrerense.
Después los traficantes los fueron introduciendo de manera paulatina para
trabajar en las haciendas y minas españolas. Desde principios de la Colonia se
explotó la llamada mercancía de ébano.
Dice Moisés Ochoa Campos en su Historia del estado de Guerrero: “En la región suriana, la mayor
parte de la población negra se encontraba asentada en Taxco y en las costas. En
el siglo XVI, en Taxco había setecientos negros esclavos trabajando en las
minas. En Zacatula, había ciento cincuenta negros esclavos y el Coyuca,
cuarenta negros”.
En su Memoria
copalense Cristina García Florentino dice: “Y una vez que la raza europea
requirió de la raza negra para aguantar los trabajos forzados de las minas de
oro, los españoles comenzaron a trasladar a estas costas guerrerenses a gente
de piel oscura en la segunda mitad del siglo XVI, que eran originarios
principalmente de Batún y de Guinea”. Es el caso de los negros que se
extendieron por San Marcos, Copala, Azoyú y Cuanicuilapa, quienes dejaron como
una herencia el plátano guineo “que
hasta nuestros días sigue siendo orgullo copalense, por ser una fruta
sabrosísima, comercial y fácil de cultivar”, dice Cristina.
Los negros que llegaron a la Costa Grande y que luego se
fueron liberando del yugo hispánico escogieron para vivir los lugares cercanos
a las lagunas, poblaron La Barra de Coyuca, Hacienda de Cabañas y Llano Real.
En el caso de Hacienda de Cabañas está ubicado en la margen
izquierda del río Atoyac, próximo a la laguna de Coyuca y el estero de Maguán.
Dice don Luis Hernández Lluch que ahí levantaron chozas circulares, construidas
de horcones, techo de palapas o de juncos. Las casas eran forradas con varas
trenzadas y como todas las cabañas fueron construidas con las mismas dimensiones,
de manera uniforme, el pueblo fue bautizado como Hacienda Cabañas.
En cuanto a nuestra cuarta raíz, la asiática, nuestros
ancestros llegaron al puerto de Acapulco en El Galeón de Manila, también
llamado la Nao de China. Gran
parte de los costeños de Guerrero somos descendientes de aquellos hombres y
mujeres fuertes, de viajeros que sobrevivieron al escorbuto, que asolaba esas
grandes embarcaciones que pasaban más de cinco meses en altamar.
Luis Hernández Lluch en su Monografía de San Jerónimo dice el en el siglo XVI, Acapulco ya
tenía contacto con el Oriente, de vez en cuando venían las Naos de China, con
mercadería, trayendo de las islas Filipinas o de otras islas de la Polinesia,
trabajadores que se contrataban en el “Mercado chino de Acapulco”. Que la mayor
parte de estos trabajadores venían del archipiélago filipino y eran contratados
por hacendados de ésta región. Ya una vez en las haciendas sus amos los
trataban como esclavos. En dicho mercado también se vendían negros de África,
pero por lo regular éstos eran solicitados por rancheros de la Costa Chica.
Los esclavos de origen asiático, que se adquirían en la
región de la Costa Grande, daban buenos resultados en las labores que
desempeñaban, eran educados por los frailes con el mismo trato que los nativos.
Dice Luis Hernández que en esa época se dio una oleada de aventureros españoles
que venían en busca de fortuna empleándose como capataces y otros se
convirtieron en comerciantes. Con el tiempo esos aventureros españoles, se
mezclaron con los esclavos asiáticos y con los nativos, así nació nuestra raza
de mestizos que dio vida al pueblo costeño.
La apertura comercial transpacífica entre los puertos de
Acapulco y Manila en la segunda mitad del siglo XVI, trajo consigo el
intercambio de plantas tropicales a través del Galeón de Manila, lo que a su
vez modificó las costumbres alimenticias en la naciente sociedad novohispana.
Hay registros que se intercambiaron más de 230 especies de plantas. Por eso sin
temor a equivocarse Acapulco fue el primer punto de América donde se sembró,
durante la época colonial, tamarindo, mango, marañona, arroz y cocotero con semillas
venidas del archipiélago filipino, para de allí extender su cultivo a todas las
costas mexicanas.
Por
Acapulco llegaron vía marítima, de las milenarias culturas asiáticas, la
costumbre de cocer el pescado con limón, el asado de mariscos y pescado, la
preparación de la tuba, una bebida que se extrae al cortar la flor del
cocotero; el famoso relleno de cuche y las comidas elaboradas a base de leche
de coco como el guinatán. Entre las influencias filipinas a nuestra comida,
está también el arroz que conocemos como “Morisqueta” y que ahora disfrutamos
con frijoles negros, con chiles en vinagre, carne asada o queso fresco, hay
quien le agrega salsa de molcajete, acompañado de jocoque
(crema virgen) o un pedazo de pescado frito.
Fue en
nuestra región donde se establecieron los ancestros asiáticos que trajeron los
saberes en el manejo de sus vegetales. El cronista Rubén Ríos Radilla dice que
de las comidas que heredamos de nuestros ancestros filipinos es muy importante
el relleno de cuche. Ese platillo es una combinación de ingredientes que
aportaron los europeos, los americanos y los asiáticos. El relleno es típico de
la Costa Grande, es necesario un lechón que se hornea toda la noche
condimentado y acompañado de diferentes especias, recaudos, verduras y frutas
como: piña, aceitunas, papas, zanahorias y plátano macho. Al servirlo se
acompaña con bolillo, tortillas hechas a mano o arroz blanco.
Se ha
dicho que si buscamos una imagen representativa de la Costa Grande sería un
bolillo con relleno. Porque éste platillo no falta, por la mañana, en ninguno
de los mercados de la Costa Grande desde Coyuca de Benítez hasta Zihuatanejo
donde hay muchas mujeres que son por oficio relleneras. En Tecpan de Galeana
fue muy famosa Petra Galeana Ruiz, La
Pilinca.
Hace poco el chef acapulqueño y delegado en Guerrero del
Conservatorio de la Cultura Gastronómica Mexicana (CCGM), Javier Reynada
Castrejón, advirtió que tres recetas identitarias de Guerrero están en riesgo
de desaparecer por la falta de algún ingrediente, derivado de la desatención en
el campo, entre esos platillos están el guinatán de Coyuca de Benítez, hecho a
base de pescado bagre, guisado con crema de coco, guajillo y epazote, cuya
ascendencia es filipina.
El segundo platillo es el “cabeza de viejo”, típico de la
comunidad de Zacualpan, perteneciente al municipio de Ometepec, que es pollo o
guajolote guisado en caldo rojo y hierba santa. También está el riesgo de
desaparecer el “vaso relleno” que es típico de Ometepec.
Acapulco
es también el precursor de las ferias internacionales desde 1571. Con el arribo
de la Nao a esta tierra concurrían viajeros de tres continentes, Europa, Asia y
América, para comprar, vender o trocar artículos de diversa índole. El varón
Von Humboldt la llamó la feria más grande del mundo, porque hasta 1803 no
existía otra en toda Europa que alcanzara esas dimensiones.
Durante la época colonial desde Acapulco se repoblaron, los
territorios que ahora comprenden Coyuca de Benítez y el municipio de Atoyac de
Álvarez, con nativos de Asía principalmente de Filipinas, India y Sangleyes.
Por datos que obran en el Archivo General de la Nación
(AGN), en 1631 en Cacalutla vivían ocho chinos (filipinos, podrían ser de
origen malayo o sinceramente chinos) que se dedicaban a la siembra de arroz. En
los pueblos como Cacalutla y Cayaco se hablaba tepuzteco y en Atoyac
cuitlateco. En Coyuca los indios que quedaban hablaban tepuzteco.
En los siglos XVII y XVIII había entre 40 mil y 50 mil
asiáticos viviendo en Nueva España. Por eso había más filipinos que españoles,
viviendo en la región que ahora es nuestro municipio. Como muestra están los
apellidos, Quiñones, Nogueda, Zuñiga y Bataz que el cronista de San Jerónimo
Luis Hernández Lluch, quien murió a los 100 años, registró como de origen
filipino. Escribió que una mujer de apellido Nogueda llegó de Filipinas por el
Perú, sentó su residencia en Atoyac y se
casó con un joven de apellido Gutiérrez, pero los hijos adoptaron el apellido
de la mamá. De ahí proviene la dinastía Nogueda.
Un censo que levantó en 1777 en Atoyac había 200 indios
naturales (nativos) y 50 familias de españoles, entre todos eran
aproximadamente unos mil pobladores y estaban dedicados al cultivo de maíz y
algodón. Vivían además adentro del pueblo, las haciendas y rancherías cercanas,
300 tributarios filipinos, negros y mulatos dedicados al maíz, algodón y arroz.
Por las costumbres de los filipinos que se asentaron en la
costa tomó carta de naturalización el juego de gallos. De aquí se extendió como
pasatiempo para todo el continente americano, el palenque de gallos siempre
figura como símbolo de las ferias mexicanas.
Por las playas de Acapulco pasó por primera vez en América,
una princesa hindú de nombre Mirra que a través de su curiosa vestimenta
modificó las prendas de vestir de sus contemporáneas y al paso del tiempo se
convirtió en representativa del estado de Puebla. Se le denominó popularmente la
China Poblana.
Aunque para Fernando Benítez la china poblana era una
esclava. Dice que la historia de Catalina de San Juan, la China Poblana, ilustra perfectamente el destino en México, de
las esclavas que ingresaban por Acapulco. “Para nuestro desencanto esa china,
que fue vendida como esclava a una rica familia poblana, nunca logró hablar
bien el español y era una mística, entregada a Cristo de modo delirante”. Marcelo
Adano Bernasconi en su libro Mirada al
pacífico comenta: “No es de extrañar que tal fervor místico,
tal vez correspondiera a una penitencia que, en la casta atmósfera poblana,
Catalina se impusiera para lavar los pecados cometidos durante las licencias,
excesos, ardores y furores, vividos entre las sábanas del Galeón de Manila”.
Sus dueños la obligaron a casarse con un chino “cuyas
acometidas nocturnas –dice Benítez- fueron resistidas con denuedo por Catalina
que se desembarazó de tal chino pidiéndole a Cristo, su verdadero esposo, se lo
llevara de este mundo, a lo que de buena gana consintió el Señor, llevándoselo
de este mundo mediante una muerte piadosa e indolora”. La verdad es que sus
propietarios no hicieron más que seguir la norma de vida adoptada por muchos
esclavos en Nueva España.
Dice Adano que numerosos esclavos de los llamados chinos
—en realidad filipinos, malayos, polinesios— se incorporaron a la vida de la
colonia mediante el matrimonio con mulatas y negras criollas.
Esclavos y esclavas viajaron una y otra vez de Manila a
Acapulco, amontonados en la bodega o sirviendo a sus amos en las necesidades de
los días o en las urgencias de las noches.
El mayor número de esclavos que ingresaron a Nueva España
por Acapulco, provenían de las islas Filipinas. Los españoles pronto los
utilizaron para la construcción de navíos para el tráfico comercial con
Acapulco. Los emplearon para el acarreo de maderas, hierro, equipamientos, y
como ayudantes de los maestros carpinteros, operarios, ebanistas, herreros y
otros que trabajaban en la construcción naval filipina.
Los esclavos eran embarcados rumbo a Acapulco en los
muelles de Cavite, frente a Manila, junto con los pasajeros que ante el inicio
de un viaje incierto, encomendándose a Nuestra Señora de la Paz y Buen Viaje,
sellaban sus oraciones con la frase “a Acapulco o al purgatorio”.
Entonces podemos concluir que una parte de nuestra historia, y la nuestros pueblos comienza, con la existencia de ese barco cuyo viaje desde Manila a Acapulco duraba de cinco a siete meses, tiempo en el que se recorrían 8 mil 200 millas marinas equivalentes a casi 15 mil 200 kilómetros más o menos.
Entonces podemos concluir que una parte de nuestra historia, y la nuestros pueblos comienza, con la existencia de ese barco cuyo viaje desde Manila a Acapulco duraba de cinco a siete meses, tiempo en el que se recorrían 8 mil 200 millas marinas equivalentes a casi 15 mil 200 kilómetros más o menos.
Fue en 1565 cuando fray Andrés de Urdaneta, descubrió el
tornaviaje desde Manila a Acapulco, iniciando un circuito comercial que duraría
250 años. El fraile llegó a Acapulco el 8 de octubre del año mencionado a bordo
del navío San Pedro. Por eso es que hacia finales del siglo XVI, Acapulco se
convirtió en el puerto más importante de la costa occidental de América del
Norte y América Central.
Muy buena historia
ResponderEliminarAhora conozco algo de la historia de la tierra de mis padres y familiares
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