Víctor
Cardona Galindo
El
municipio de Atoyac es prolífico en escritores. Muchos nacieron aquí y otros
venidos de otras latitudes han escrito sobre los sucesos ocurridos en nuestra
tierra. La guerrilla de Lucio Cabañas Barrientos nos proyectó al mundo, mucho
se escribe sobre ese acontecimiento, ejemplo de ello es la novela Guerra en el paraíso, de Carlos
Montemayor que se tradujo ya a muy diversos idiomas. El general Juan Álvarez
Hurtado es motivo de numerosas investigaciones históricas, desde mexicanos
hasta extranjeros han publicado sobre su vida, obra y trascendencia.
De los cronistas, periodistas, novelistas, poetas, cuentistas e investigadores nacidos en Atoyac, en esta ocasión nos ocuparemos solamente de algunos que se nos adelantaron en el paso a la eternidad.
De los cronistas, periodistas, novelistas, poetas, cuentistas e investigadores nacidos en Atoyac, en esta ocasión nos ocuparemos solamente de algunos que se nos adelantaron en el paso a la eternidad.
Arturo Martínez Reyes
El
domingo 22 de julio de 2007, a eso de las 6:30 de la mañana, Arturo Martínez Reyes,
murió. Arturito nació el 15 de diciembre de 1940 en San Francisco del Tibor una
comunidad de la parte alta de la sierra de Atoyac. Sus padres fueron Alfonso
Martínez Javier y Elodia Reyes Flores. Muy joven se casó con Margarita, su
compañera con quien procreó a sus hijos: Arturo, Juana, Magda Luz y María
Nelly.
Trabajó
en las brigadas sanitarias de combate al paludismo en el estado. Entró en
contacto con las lecturas de Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz, Antonio
Plaza y Rubén Mora, entre otros poetas que se encontraban de moda en los años
cincuentas y sesentas del siglo pasado en Guerrero.
No sólo
se conformó con leer. Continuó cultivando las letras de forma autodidacta.
Incluso su amor por las letras lo convirtió en impresor e instaló un taller en
Acapulco.
Algunos
de sus primeros textos fueron publicados en el semanario La Gran Tribuna que era
dirigido por José Domingo Gallardo en 1976 y en la revista Ambiente, editada
por el desaparecido periodista Ernesto Caballero Vela, allá por 1997.
Posteriormente y ya como parte del Taller Alebrije, Arturito
publicó una gran cantidad de trabajos de su autoría en el suplemento cultural Zona
Desierta del periódico El Observador del Milenio, bajo la
dirección de los periodistas Pedro Huerta Castillo y Rodrigo Huerta Pegueros;
incluso algunos de sus trabajos fueron publicados en el suplemento cultural La Furia del Pez, que
dirige el destacado escritor Víctor Roura en el diario nacional El Financiero.
La
incorporación de Arturito en el Taller Alebrije fue
fundamental en su proceso de formación. Para Arturo fue un choque
doloroso porque escritores con trayectoria como Pedro Escorcia, Judith Solís
Téllez, Jeremías Marquines, Victoria Enríquez y algunos miembros del propio
taller le mostraron que no tenía caso hacer malas copias de los poetas que le
habían servido de arquetipo, sino que era necesario que buscara su propia voz…
¡Y lo intentó! Así lo demuestran numerosos escritos en Zona Desierta, y en
las antologías Alebrije
en Otoño (1997), El Color de la Blancura (2001) y
sobre todo en su propia antología personal La Piel se Retuerce en el Tiempo (2004)
donde muestra una profunda ruptura y una renovada transición con respecto a sus
primeros trabajos, más apegados a la métrica tradicional de la que había
abrevado en su origen.
El Taller
Alebrije fue
determinante en su formación, incursionó también con un grupo cultural que se
denominó “Netzahualcóyotl” y en el año 2000 tomó una serie de talleres con
escritores de la talla de Mariana Tussain, Mónica Lavín, María Elena Aura,
Jaime Sequeida, Claudia Soreda y Jaime Augusto Shelley.
Fue uno
de los pilares fundamentales que hicieron posible que el Encuentro Estatal de
Escritores El Sur
Existe…a pesar de todo haya logrado verificarse durante 18 años
ininterrumpidos en Acapulco. Donde tuvo la oportunidad de conocer y tratar a
los mejores escritores de Guerrero y algunos de los más importantes de México
como el ya citado Víctor Roura, Elsa Cross, Rafael Ramírez Heredia, Eduardo
Langagne, Eduardo Cazar y David Huerta, entre otros. (Resumen del texto de
Humberto Aburto Parra publicado en la revista Cronos. Lo que el tiempo no
disuelve, número 4).
Francisco Galeana
Nogueda
Francisco Galeana Nogueda nació el 11 de mayo de 1922. Para
el deleite de muchos escribió el libro, Conflicto
Sentimental, Memorias de un Bachiller en Humanidades, que salió a la luz
pública en 1994, editorial Altres Costa-AMIC, de Cholula Puebla. Es un texto
donde el autor nos narra, su pasó por la vida, desde su nacimiento en Atoyac,
una ciudad pintoresca, con sus bellezas naturales, sus canciones y su río, sus
leyendas, su violenta historia y la huella que dejaron los militares en la
posrevolución, que marcaron su infancia llena de aventuras en los corrales de
las vacas y huertos que circundaban la ciudad en la década de 1920 a 1930. Reconstruye
su árbol genealógico empezando por la familia Pinzón y los Nogueda.
Nos retrata las fiestas de aquel tiempo con las carreras de
caballos y la presencia del padre Manuel Herrera Murguía en la parroquia Santa
María de la Asunción. La hacienda de Almolonga. Su paso por la escuela Real,
hoy Juan Álvarez, y el reloj de la iglesia que desapareció con el tiempo.
Galeana Nogueda dejó de existir el 3 de mayo del 2007. Nos dejó una obra
llena de colorido, un escrito al que los atoyaquenses debemos recurrir para
llenarnos de nuestro pasado.
Francisco Javier Pérez
Fierro
Pérez Fierro a escribió ¡El
alma nunca muere! El rito a los difuntos tradición que se resiste a morir
en el 2004, “Ellos” lo mataron, que
se editó el mismo año y que habla del asesinato de Zacarías Barrientos
Peralta, Lucio Cabañas Barrientos y la Guerrilla en Guerrero que se publicó
en el 2009, edición de autor.
Francisco Javier Pérez Fierro nació en Santiago de la Unión
el 4 de enero de 1953, fue profesional de la Comunicación, en el año 2002
obtuvo el primer lugar en el VIII certamen periodístico “Juan R. Escudero”. Es
autor además de “Maremoto”, de Mara
Salvatrucha Chavos Banda, Comunidades
afromestizas de la Costa Chica de Guerrero, De Popotla a San Jerónimo, Tres
Palos: El poblado de la ilusión, pero el libro más importante para los
atoyaquenses es Agua que se derrama, Atl
Toyahui, UAGro 1995.
Laboró en diversos medios comunicación en el puerto de
Acapulco y fue trabajador de la Universidad Autónoma de Guerrero, con base en
la oficina de prensa en la Zona Sur. Obtuvo el primer lugar de cuento en el
concurso organizado por la página de los atoyaquenses que publica El Sol de Acapulco dirigida por el
cronista René García Galeana. Francisco Pérez Fierro falleció
el 18 de agosto del 2015, era hijo de Francisco Pérez Juárez y Petra Fierro
Pino.
Gustavo Ávila Serrano
Durante
la lectura de sus textos llama mucho la atención la pasión que sentía por
Corral Falso, su tierra natal, a la que le dedica dos de sus libros. Los otros tratan
sobre la Universidad Autónoma de Guerrero, en donde laboró.
Ahuindo, el pueblo al que irás y no
volverás (2004) y Con
el Jesús en la boca, son dos novelas con las que, sin duda, el costeño
se sentirá identificado. El término “Ahuindo”, según Baloy Mayo es de origen
Náhuatl y quiere decir “donde hace temblar el agua fría”. De atl agua; huihui temblar
de frío. Según distintas versiones, ése era el nombre original de Corral Falso.
Ahuindo, puede
ser cualquier pueblo de la Costa Grande, en los tiempos anteriores a luz
eléctrica, cuando la vida circulaba alrededor del billar y de los eventos que
se llevaban a cabo en el patio de la escuela, como las funciones de cine los
domingos, con maquinaria sostenida por una bomba de gasolina.
Los
apodos que se endilgan entre sí sus habitantes, el molino de nixtamal y la
tienda del pueblo. Cuando no se conocía el jabón y la ropa se lavaba con chicayote. La
tradición del viacrucis durante
la Semana Santa. El protagonista de la novela, Juan Cruz de quien nadie sabía
de donde había venido, sólo que apareció por el lugar conocido como La Zanja
Salada, personaje escurridizo, que casi no hablaba y a menudo era jugado por
los chaneques que lo dejaban aguado y babieco.
El otro
protagonista es el cacique Jefe de las Reservas del Estado, en la Región Costa
Grande que duró en el cargo de comisario 30 años.
En la
novela se mezclan personajes ficticios y reales, como el profesor Ignacio
Fernández Fierro, un político de Atoyac, asesinado en el río de Corral Falso el
4 de abril de 1958; el padre Chilolo, que casó
y bautizó generaciones tanto en Atoyac como en los pueblos vecinos; los
extranjeros saqueadores de nuestras reliquias arqueológicas y La Llorona, que
encamaba con calentura a todos los que la veían.
En esta
novela se reflejan los desastres naturales que ha padecido la costa como El Tara, ciclón
que hizo destrozos y causó daños en siembras que estaban a punto de cosecharse,
en árboles frutales, palmeras, animales que murieron ahogados; además de
sepultar a la comunidad de Nuxco bajo toneladas de arena. Llama la atención las
premoniciones o indicios sobre El
Tara, cuando los gorriones construyeron sus nidos en las
ramas más bajas de los árboles. Las creencias costeñas, como la de hacer una
cruz de ceniza y clavarle el machete en el centro para que cese la tempestad;
los curanderos y sus diferentes formas de sanar a la gente; las carreras de
caballos que emocionaban a todos; los festejos del día de muertos acompañados
con la carne de marrano guisada con chile rojo y tamales nejos, la
conserva de limón o de papaya tierna y el manjar, un dulce hecho con maíz y
leche.
Gustavo
Ávila en este libro recuerda cuando Los Pachucos, un grupo
de guardias blancas al mando del cacique de lugar, desolaron la región dejando muchos
hogares sin padre, cuyo recuerdo todavía estremece a los que conocieron su
crueldad.
Por esta
mezcla de realidad, magia y mitos, sin duda esta novela bien podría enmarcarse
dentro del realismo mágico.
En Con el Jesús en la boca, volvemos
a encontrar como escenario ese pueblo tranquilo y apartado de la civilización,
donde todos quieren atrapar un duende, el ser enigmático que vive en la
espesura del bosque, quien logre atraparlo se volverá inmensamente rico y podrá
obtener del duende las respuestas a las dudas que el hombre ha tenido desde el
inicio de la creación:
“Me grabé
en la memoria el tamaño de su cabeza, la cual lucía calva. Así también su piel,
que es color tierra y su escaso… pero muy escaso nivel de estatura…Los chaneques
al principio no me causaban miedo. Y no les tenía desasosiego, porque me contó
que los pequeños personajes no eran malos como muchos los creían. Esos niños
pequeñitos que saben navegar por debajo del agua y salir casi sin mojarse. Que
viven al final del arco iris”.
Con un
cojincillo con especias colgando del cuello como amuleto, se protegía a los
pequeños de los ataques de los chaneques, quien no usara este pequeño cojín
podían dejarlo aguado y babieco.
Tanto en
esta obra como en Ahuindo, ese
pueblo abandonado de la Costa, Gustavo Ávila alude a las premoniciones
campiranas: “cuando el cielo está aborregado seguro que temblará”.
Gustavo
Ávila Serrano, abogado de profesión, nació en el pueblo de Corral Falso el 3 de
junio de 1953, municipio de Atoyac. El universitario guerrerense escribió: Génesis del STTAISUAG y 11 de octubre del 2002: Una
Historia que avergüenza al STTAISUAG; Corrupción y Fracaso Político de
Acción Revolucionaria; Ahuindo, el pueblo al que irás y no volverás y Con el Jesús en la Boca. Además
de otra novela Mujer
con olor y sabor a durazno. En 2009 dio a conocer tres obras más Memorias de un “chivito” internado 21, Rosalío
Wences Reza, anecdotario y La noche de San Jerónimo.
Gustavo Ávila murió el
jueves 2 de diciembre del 2010 en Chilpancingo de un paro cardiaco a las 11 de
la mañana. Apenas el 17 de noviembre había iniciado una huelga de hambre que
duró un par de horas para exigir su jubilación apegada al Contrato Colectivo de
Trabajo, con el reconocimiento de su antigüedad real en la universidad de
Guerrero.