viernes, 19 de agosto de 2016

Guerrilleros XX


Víctor Cardona Galindo
Después del ataque de la guerrilla en arroyo de Las Piñas, el Ejército redobló su fuerza, había más efectivos. Subían y bajaban de la sierra, tenían muchos campamentos, uno estaba en San Vicente de Benítez, cuando bajaban traían campesinos “mecateados” tirados en el piso de las camionetas. La guerrilla se apostó en el arroyo Oscuro para esperarlos durante cuatro días, en silencio y conteniendo la respiración, hasta que lograron su objetivo.
Siendo todavía un niño y alumno de la Escuela Tecnológica
 Agropecuaria de Río Santiago, Marcos Téllez Ramírez, 
fue detenido por el Ejército en San Francisco de Tibor, 
su pueblo natal, y encerrado en la cárcel municipal de 
Acapulco acusado de pertenecer al Partido de los Pobres. 
Foto anexo fotográfico de la Comverdad

Ese día, la naturaleza se hizo cómplice, callaron hasta las ranas, las mariposas huyeron y las flores blancas de la vera del arroyo escondieron su aroma. No había sonidos, se sentía únicamente la putrefacción del bosque, porque hasta el aroma a pino se extinguió. Había llovido pertinazmente esos días. Las zanjas abiertas por las lluvias en la brecha hacían que los carros fueran despacio, a vuelta de rueda.
Los soldados apenas alcanzaron a percibir el silencio, cuando se vino el trueno, se escucharon las ráfagas, como cuando se desbarranca en la sierra un pino derribado. Sólo tronidos y ese olor a chuquío de la sangre que invadió todo, junto con el aroma al monte podrido. La sangre brotó de los cuerpos de los soldados y se escurrió al arroyo que a la mitad del agua dejaba ver un hilito rojo.
Los guerrilleros bajaron al camino, despojaron a los militares de fornituras, armas, medicina y comida. A los que se rindieron les perdonaron la vida. Un soldado corrió a donde estaba el maestro Lucio Cabañas y le ofreció su casco. Más por miedo que por devoción a la guerrilla. Ese miedo que se siente ante la presencia de la muerte que se susurra al oído. Con ese temblor del cuerpo y el castañear de los dientes.
Un día me dijo un guerrillero: “cuando alcanzas a disparar se te va el miedo con el tronido”. Pero ese soldado no alcanzó a disparar, se le engarrotaron los dedos, cuando los guerrilleros los rodearon él ya estaba rendido, el miedo lo había vencido, por eso como para implorar por su vida corrió hacia Lucio y le entregó su casco.
Los guerrilleros se fueron, solamente quedó un callejón de hierba trillada por donde pasaron. Después desaparecieron, se los tragó la selva. Se confundieron en ese olor a hierbajo, a podrido, a gordura, a tierra, a pino y los pájaros cantaron otra vez. La selva fue toda cómplice de su retirada.
La carretera por la que transitaban los soldados, era muy mala, fue abierta únicamente con el propósito de extraer la madera. Hasta 1956 el municipio de Atoyac estaba comunicado por caminos de herradura y en la parte montañosa de la sierra no existía ninguna brecha, fue la compañía Maderas Papanoa, S.A la que construyó los primeros caminos de terracería que iban a El Paraíso y al Filo Mayor, mismos que solamente eran transitables en temporadas de secas. Los caminos eran muy malos, porque a la compañía maderera lo único que le interesaba era que sus camiones llegaran para sacar los troncos de árboles centenarios que crecían majestuosamente en nuestra selva y que en esos años fue devastada.
Por ejemplo en 1957, la empresa Maderas Papanoa realizaba explotaciones en: San Vicente de Jesús, San Vicente de Benítez, San Francisco del Tibor y El Paraíso. Se había comprometido construir escuelas, ayudar para lograr la introducción del agua potable y mejorar las vías de comunicación. Había una fuerte oposición a esta explotación por parte del Comité Regional Campesino encabezado por Rosendo Radilla Pacheco, de la Asociación Regional de Cafeticultores y de la Liga Femenil. Esta inconformidad se reflejaba en El Trópico del  7 de noviembre de 1957.
Igual sucedió con la otra ruta serrana. El 26 de junio de 1961 comenzaron los trabajos de la carretera a la zona cafetalera que pasa por los poblados de Mexcaltepec, Agua Fría, San Juan de las Flores, La Cebada y va para Santo Domingo y Pie de la Cuesta. Y tiene ramales que llevan al Río Chiquito y El Camarón. Los trabajos fueron ejecutados por la compañía constructora Continental, que presidía el ingeniero Manuel León Ortega, misma que se encargó de explotar la madera en esa zona.
El 18 de enero de 1962 el presidente de la República Adolfo López Mateos a través de la prensa nacional, dio a conocer el programa de obras que desarrollaría la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas en estado de Guerrero y contemplaba la construcción del camino vecinal Atoyac-­Paraíso-Puerto Gallo. El gobierno aportó 45 mil pesos y la Compañía Silvicultora Industrial 250 mil, otra vez las compañías madereras que tanto agraviaron a los pueblos.
La carretera tendría una extensión de 85 kilómetros, con 10 metros de ancho en terracería, por 5 metros de revestimiento. La ganancia de la compañía fue una concesión forestal en el Filo Mayor de la sierra de este municipio para extraer madera. Los trabajos comenzaron en agosto y la obra estuvo a cargo del ingeniero Rafael Vidrio Ruíz, nos dice Wilfrido Fierro.
Después de terminada la carretera, que todavía cada temporada de lluvia registra múltiples deslaves. El gobierno federal decidió pavimentarla a raíz de las emboscadas que Lucio Cabañas ejecutó en contra del Ejército en 1972. A partir de entonces se abrieron todos los ramales que comunican a la mayoría de las comunidades de la sierra de Atoyac, esta gran cobertura en obras carreteras fue una estrategia militar que tuvo como objetivo cercar a la guerrilla.
Dice Eneida Martínez en Los alzados del monte. Historia de la guerrilla de Lucio Cabañas que “el triunfo de la primera emboscada por parte de la Brigada, sin haber sufrido ninguna baja en sus filas, provocó confianza en los guerrilleros para volver atacar a los militares. El éxito obnubiló la visión de los guerrilleros, esto se puedo confirmar porque no se detuvieron a discutir las consecuencias que hubo para con los pobladores inocentes aprehendidos, al contrario, a raíz de esta victoria continuaron los planes para la segunda emboscada”.
El “Diario de un Combatiente I” publicado en el libro Papeles de la sedición o la verdadera historia político militar del Partido de los Pobres, compilado por Francisco Fierro Loza dice la “noche del 20 de agosto (de 1972) resultó histórica, ya que durante ella se planeó uno de los ataques guerrilleros más importantes y exitosos que hubiera realizado la guerrilla latinoamericana de aquella época en contra de un ejército”.
Comenzaron los preparativos. Antes de salir del campamento en una breve reunión Lucio Cabañas dirigió la palabra a su pequeña tropa, en el “Diario de un Combatiente I” se recogen estas palabras: “Debemos tener fe en la victoria y fe en que vamos a triunfar. Estará pensando cada uno de ustedes en este momento, a lo mejor me quedo en esta, a lo mejor no regreso. Muchos se encontraran nerviosos, pero siéntanse seguros de que no nos va a pasar nada, ya que todo lo tenemos previsto de la mejor manera. Los guachos van a pasar y nosotros vamos a estar detrás de nuestras trincheras tirando, y si nosotros sentimos feo, que no van a sentir ellos”.
“El que se ponga demasiado nervioso y empiece a tirar pa’ los lados o bien para arriba, mejor que se quede quieto detrás de las trincheras, porque si no, puede herir o matar a un compañero. Pero debemos pensar que todos hemos escogido voluntariamente este camino de la guerra y que hemos nacido para seguir al pueblo y que si es necesario, hay que saber morir por nuestro pueblo. Pero hoy no nos pasará nada, todo está planeado y nadie debe salir de su trinchera antes de tiempo, porque un compañero muerto, no lo emparejamos ni con un pelotón de guachos”.
Por su parte Pedro Martínez en entrevista con Eneida Martínez lo recuerda de esta manera: “Antes de salir pues Lucio nos pintó un panorama como una cuestión de dar ánimos, de que algunos estaríamos pensando de que a lo mejor me van a matar aquí, que no había que pensar de esa manera, sino que había que pensar que íbamos a ganar, que íbamos a salir bien de la emboscada. Porque él mismo decía unas palabras textuales ‘si nosotros estábamos sintiendo feo y que íbamos a estar atrás de una trinchera, ahora cómo sentirían los soldados, si se diera la emboscada, que iban a estar en la intemperie, iban a estar a la descubierta’, entonces por eso él decía ‘no hay que sentirnos mal, no hay que sentir que nos van a matar, que nos va a pasar algo, si nosotros sentimos feo cómo sentirán ellos’. Por otra parte, una de las cosas también que señalaba era de que nadie se saliera de la trinchera, o sea, digamos que poniéndose al alcance del Ejército, de los soldados, porque él nos decía ‘bueno si aquí matan a un compañero así podamos matar a un pelotón del ejército, no lo recuperamos, nosotros valemos más que los soldados, que un pelotón del ejército”.
La comisión de abrir fuego se le encargó a Isaías. El grupo que apenas contaba con veinte miembros, dejó su refugio de Las Patacuas y se trasladó a las cercanías del pueblo Río de Santiago, donde improvisaron un campamento en las cercanías de la brecha, de esa forma podían ir explorando y elegir el lugar preciso para hacer las trincheras.
“Estuvimos pues trabajando en la cuestión de hacer trincheras, de buscar los lugares adecuados para cada persona, para cada compañero. En una de esas pasó el Ejército y ya pues todos nos logramos esconder y los tuvimos así diez metros, otros más cerca. Son los momentos en que se siente el nerviosismo, o sea, era lo que todo mundo comentaba, ‘yo lo vi a tal distancia’, contando las reacciones que se sentían, entre miedo y gusto porque sí los íbamos a emboscar, porque sí estaban pasando. Entonces pues ese nerviosismo que muchos no habíamos sentido por lo menos los que ya habían ido a la [primera] emboscada pues ya no era tanto, pero los que no sí sentimos ese nerviosismo, esa adrenalina que se siente en ese momento”, comentó Pedro Martínez.
La seguridad de que efectivamente por ahí pasaban los convoyes militares, hizo que los brigadistas ya no buscaran otros lugares. Aunque posteriormente estuvieron a punto de abandonar el lugar, pues se dieron una serie de circunstancias contrarias a los planes. En una ocasión en que esperaban el tránsito del transporte militar: “El día permanecía en silencio, ni los pájaros hacían el menor ruido, parecía que ya era el atardecer, debido a lo nublado del tiempo, una lluvia no muy fuerte pero constante que se desató en ese momento provocó el vuelo de una parvada de pericos que se retiraron volando en medio de una ensordecedora gritería hacia un árbol verde y tupido follaje; para nuestra sorpresa, detrás de los pericos aparecieron corriendo detrás de ellos otra parvada de niños que con resorteras intentaban darles caza; lo que evidentemente entorpecería nuestra tarea y la ponía inclusive en riego de suspenderla”.
Uno de los niños cazadores llegó al sitio de la emboscada, topándose con uno de los guerrilleros atrincherados, quien le hizo señas para que guardara silencio mientras le explicaba la situación. Lucio dejó su trinchera y fue donde estaban los demás niños, que se habían acercado sin mostrar nerviosismo alguno. Les comentó que estaban esperando al Ejército para atacarlo para castigarlo por las torturas que hacían en contra del pueblo y por las detenciones injustas de campesinos inocentes. Les platicó casos concretos, de prisión y de tortura, incluso de algunos niños como ellos. Los niños escuchaban muy atentos y daban la razón a Lucio. Después ellos mismos proporcionaron información de casos de injusticias en contra de campesinos en su pueblo. Así la Brigada Campesina de Ajusticiamiento se enteró que dos jóvenes fueron aprehendidos por el Ejército en Río Santiago. De ahí eran los niños.
“Lucio advirtió a los niños acerca de los delicado que podría resultar que permanecieran en esta zona y lo peligroso que ellos comentaran a cerca de nuestra presencia con otras gentes y de que nos habían visto esperando al Ejército; los niños –a pesar de que su edad apenas llegaba a los nueve o diez años- se comprometen solemnemente con Lucio a guardar silencio”.
Esta situación alertó al grupo armado, porque corrían el riesgo de que los niños comunicaran a los lugareños la presencia de los guerrilleros en las cercanías del pueblo. Pero lo peor que podía pasar era ser delatados precisamente a los militares. Corrieron el riesgo: “A otro día fuimos y no había nada, porque antes de ir más o menos sopesábamos el ambiente cómo estaba, si no había movimiento de tropas por ahí con fines de encontrarnos, o sea, por si alguien hubiera delatado, pero no, todo tranquilo”, dice Pedro Martínez.





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