Víctor Cardona Galindo
Después
del ataque de la guerrilla en arroyo de Las Piñas, el Ejército redobló su
fuerza, había más efectivos. Subían y bajaban de la sierra, tenían muchos campamentos,
uno estaba en San Vicente de Benítez, cuando bajaban traían campesinos
“mecateados” tirados en el piso de las camionetas. La guerrilla se apostó en el
arroyo Oscuro para esperarlos durante cuatro días, en silencio y conteniendo la
respiración, hasta que lograron su objetivo.
Ese
día, la naturaleza se hizo cómplice, callaron hasta las ranas, las mariposas
huyeron y las flores blancas de la vera del arroyo escondieron su aroma. No
había sonidos, se sentía únicamente la putrefacción del bosque, porque hasta el
aroma a pino se extinguió. Había llovido pertinazmente esos días. Las zanjas
abiertas por las lluvias en la brecha hacían que los carros fueran despacio, a
vuelta de rueda.
Los
soldados apenas alcanzaron a percibir el silencio, cuando se vino el trueno, se
escucharon las ráfagas, como cuando se desbarranca en la sierra un pino
derribado. Sólo tronidos y ese olor a chuquío de la sangre que invadió todo,
junto con el aroma al monte podrido. La sangre brotó de los cuerpos de los
soldados y se escurrió al arroyo que a la mitad del agua dejaba ver un hilito
rojo.
Los
guerrilleros bajaron al camino, despojaron a los militares de fornituras,
armas, medicina y comida. A los que se rindieron les perdonaron la vida. Un
soldado corrió a donde estaba el maestro Lucio Cabañas y le ofreció su casco.
Más por miedo que por devoción a la guerrilla. Ese miedo que se siente ante la
presencia de la muerte que se susurra al oído. Con ese temblor del cuerpo y el
castañear de los dientes.
Un
día me dijo un guerrillero: “cuando alcanzas a disparar se te va el miedo con
el tronido”. Pero ese soldado no alcanzó a disparar, se le engarrotaron los
dedos, cuando los guerrilleros los rodearon él ya estaba rendido, el miedo lo
había vencido, por eso como para implorar por su vida corrió hacia Lucio y le
entregó su casco.
Los
guerrilleros se fueron, solamente quedó un callejón de hierba trillada por
donde pasaron. Después desaparecieron, se los tragó la selva. Se confundieron
en ese olor a hierbajo, a podrido, a gordura, a tierra, a pino y los pájaros
cantaron otra vez. La selva fue toda cómplice de su retirada.
La
carretera por la que transitaban los soldados, era muy mala, fue abierta
únicamente con el propósito de extraer la madera. Hasta 1956 el municipio de
Atoyac estaba comunicado por caminos de herradura y en la parte montañosa de la
sierra no existía ninguna brecha, fue la compañía Maderas Papanoa, S.A la que construyó
los primeros caminos de terracería que iban a El Paraíso y al Filo Mayor,
mismos que solamente eran transitables en temporadas de secas. Los caminos eran
muy malos, porque a la compañía maderera lo único que le interesaba era que sus
camiones llegaran para sacar los troncos de árboles centenarios que crecían
majestuosamente en nuestra selva y que en esos años fue devastada.
Por
ejemplo en 1957, la empresa Maderas Papanoa realizaba explotaciones en: San
Vicente de Jesús, San Vicente de Benítez, San Francisco del Tibor y El Paraíso.
Se había comprometido construir escuelas, ayudar para lograr la introducción
del agua potable y mejorar las vías de comunicación. Había una fuerte oposición
a esta explotación por parte del Comité Regional Campesino encabezado por
Rosendo Radilla Pacheco, de la Asociación Regional de Cafeticultores y de la
Liga Femenil. Esta inconformidad se reflejaba en El Trópico del 7 de
noviembre de 1957.
Igual sucedió con la
otra ruta serrana. El 26 de junio de 1961 comenzaron los trabajos de
la carretera a la zona cafetalera que pasa por los poblados de Mexcaltepec,
Agua Fría, San Juan de las Flores, La Cebada y va para Santo Domingo y Pie de
la Cuesta. Y tiene ramales que llevan al Río Chiquito y El Camarón. Los
trabajos fueron ejecutados por la compañía constructora Continental, que presidía
el ingeniero Manuel León Ortega, misma que se encargó de explotar la madera en
esa zona.
El
18 de enero de 1962 el presidente de la República Adolfo López Mateos a través
de la prensa nacional, dio a conocer el programa de obras que desarrollaría la
Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas en estado de Guerrero y
contemplaba la construcción del camino vecinal Atoyac-Paraíso-Puerto Gallo. El
gobierno aportó 45 mil pesos y la Compañía Silvicultora Industrial 250 mil,
otra vez las compañías madereras que tanto agraviaron a los pueblos.
La
carretera tendría una extensión de 85 kilómetros, con 10 metros de ancho en
terracería, por 5 metros de revestimiento. La ganancia de la compañía fue una
concesión forestal en el Filo Mayor de la sierra de este municipio para extraer
madera. Los trabajos comenzaron en agosto y la obra estuvo a cargo del
ingeniero Rafael Vidrio Ruíz, nos dice Wilfrido Fierro.
Después
de terminada la carretera, que todavía cada temporada de lluvia registra
múltiples deslaves. El gobierno federal decidió pavimentarla a raíz de las emboscadas
que Lucio Cabañas ejecutó en contra del Ejército en 1972. A partir de entonces
se abrieron todos los ramales que comunican a la mayoría de las comunidades de
la sierra de Atoyac, esta gran cobertura en obras carreteras fue una estrategia
militar que tuvo como objetivo cercar a la guerrilla.
Dice
Eneida Martínez en Los alzados del monte. Historia de la
guerrilla de Lucio Cabañas que
“el triunfo de la primera emboscada por parte de la Brigada, sin haber sufrido
ninguna baja en sus filas, provocó confianza en los guerrilleros para volver
atacar a los militares. El éxito obnubiló la visión de los guerrilleros, esto
se puedo confirmar porque no se detuvieron a discutir las consecuencias que
hubo para con los pobladores inocentes aprehendidos, al contrario, a raíz de
esta victoria continuaron los planes para la segunda emboscada”.
El
“Diario de un Combatiente I” publicado en el libro Papeles de la sedición o la verdadera
historia político militar del Partido de los Pobres, compilado por Francisco Fierro Loza dice la “noche del 20
de agosto (de 1972) resultó histórica, ya que durante ella se planeó uno de los
ataques guerrilleros más importantes y exitosos que hubiera realizado la
guerrilla latinoamericana de aquella época en contra de un ejército”.
Comenzaron los preparativos. Antes de
salir del campamento en una breve reunión Lucio Cabañas dirigió la palabra a su
pequeña tropa, en el “Diario de un Combatiente I” se recogen estas palabras:
“Debemos tener fe en la victoria y fe en que vamos a triunfar. Estará pensando
cada uno de ustedes en este momento, a lo mejor me quedo en esta, a lo mejor no
regreso. Muchos se encontraran nerviosos, pero siéntanse seguros de que no nos
va a pasar nada, ya que todo lo tenemos previsto de la mejor manera. Los
guachos van a pasar y nosotros vamos a estar detrás de nuestras trincheras
tirando, y si nosotros sentimos feo, que no van a sentir ellos”.
“El que se ponga demasiado nervioso y
empiece a tirar pa’ los lados o bien para arriba, mejor que se quede quieto
detrás de las trincheras, porque si no, puede herir o matar a un compañero.
Pero debemos pensar que todos hemos escogido voluntariamente este camino de la
guerra y que hemos nacido para seguir al pueblo y que si es necesario, hay que
saber morir por nuestro pueblo. Pero hoy no nos pasará nada, todo está planeado
y nadie debe salir de su trinchera antes de tiempo, porque un compañero muerto,
no lo emparejamos ni con un pelotón de guachos”.
Por su
parte Pedro Martínez en entrevista con Eneida Martínez lo recuerda de esta
manera: “Antes de salir pues Lucio nos pintó un panorama como una cuestión de
dar ánimos, de que algunos estaríamos pensando de que a lo mejor me van a matar
aquí, que no había que pensar de esa manera, sino que había que pensar que
íbamos a ganar, que íbamos a salir bien de la emboscada. Porque él mismo decía
unas palabras textuales ‘si nosotros estábamos sintiendo feo y que íbamos a
estar atrás de una trinchera, ahora cómo sentirían los soldados, si se diera la
emboscada, que iban a estar en la intemperie, iban a estar a la descubierta’,
entonces por eso él decía ‘no hay que sentirnos mal, no hay que sentir que nos
van a matar, que nos va a pasar algo, si nosotros sentimos feo cómo sentirán
ellos’. Por otra parte, una de las cosas también que señalaba era de que nadie
se saliera de la trinchera, o sea, digamos que poniéndose al alcance del Ejército,
de los soldados, porque él nos decía ‘bueno si aquí matan a un compañero así podamos
matar a un pelotón del ejército, no lo recuperamos, nosotros valemos más que
los soldados, que un pelotón del ejército”.
La comisión de abrir fuego se le encargó a
Isaías. El grupo que apenas contaba
con veinte miembros, dejó su refugio de Las Patacuas y se trasladó a las
cercanías del pueblo Río de Santiago, donde improvisaron un campamento en las
cercanías de la brecha, de esa forma podían ir explorando y elegir el lugar
preciso para hacer las trincheras.
“Estuvimos pues trabajando en la cuestión de hacer
trincheras, de buscar los lugares adecuados para cada persona, para cada compañero.
En una de esas pasó el Ejército y ya pues todos nos logramos esconder y los
tuvimos así diez metros, otros más cerca. Son los momentos en que se siente el
nerviosismo, o sea, era lo que todo mundo comentaba, ‘yo lo vi a tal
distancia’, contando las reacciones que se sentían, entre miedo y gusto porque
sí los íbamos a emboscar, porque sí estaban pasando. Entonces pues ese
nerviosismo que muchos no habíamos sentido por lo menos los que ya habían ido a
la [primera] emboscada pues ya no era tanto, pero los que no sí sentimos ese
nerviosismo, esa adrenalina que se siente en ese momento”, comentó Pedro
Martínez.
La seguridad de que efectivamente por ahí pasaban los convoyes
militares, hizo que los brigadistas ya no buscaran otros lugares. Aunque
posteriormente estuvieron a punto de abandonar el lugar, pues se dieron una
serie de circunstancias contrarias a los planes. En una ocasión en que
esperaban el tránsito del transporte militar: “El día permanecía en silencio,
ni los pájaros hacían el menor ruido, parecía que ya era el atardecer, debido a
lo nublado del tiempo, una lluvia no muy fuerte pero constante que se desató en
ese momento provocó el vuelo de una parvada de pericos que se retiraron volando
en medio de una ensordecedora gritería hacia un árbol verde y tupido follaje;
para nuestra sorpresa, detrás de los pericos aparecieron corriendo detrás de
ellos otra parvada de niños que con resorteras intentaban darles caza; lo que
evidentemente entorpecería nuestra tarea y la ponía inclusive en riego de
suspenderla”.
Uno de los niños cazadores llegó al sitio de la emboscada,
topándose con uno de los guerrilleros atrincherados, quien le hizo señas para
que guardara silencio mientras le explicaba la situación. Lucio dejó su
trinchera y fue donde estaban los demás niños, que se habían acercado sin
mostrar nerviosismo alguno. Les comentó que estaban esperando al Ejército para
atacarlo para castigarlo por las torturas que hacían en contra del pueblo y por
las detenciones injustas de campesinos inocentes. Les platicó casos concretos,
de prisión y de tortura, incluso de algunos niños como ellos. Los niños
escuchaban muy atentos y daban la razón a Lucio. Después ellos mismos proporcionaron
información de casos de injusticias en contra de campesinos en su pueblo. Así
la Brigada Campesina de Ajusticiamiento se enteró que dos jóvenes fueron
aprehendidos por el Ejército en Río Santiago. De ahí eran los niños.
“Lucio advirtió a los niños acerca de los delicado que
podría resultar que permanecieran en esta zona y lo peligroso que ellos
comentaran a cerca de nuestra presencia con otras gentes y de que nos habían
visto esperando al Ejército; los niños –a pesar de que su edad apenas llegaba a
los nueve o diez años- se comprometen solemnemente con Lucio a guardar silencio”.
Esta situación alertó al grupo armado,
porque corrían el riesgo de que los niños comunicaran a los lugareños la
presencia de los guerrilleros en las cercanías del pueblo. Pero lo peor que
podía pasar era ser delatados precisamente a los militares. Corrieron el
riesgo: “A otro día fuimos y no había nada, porque antes de ir más o menos
sopesábamos el ambiente cómo estaba, si no había movimiento de tropas por ahí
con fines de encontrarnos, o sea, por si alguien hubiera delatado, pero no,
todo tranquilo”, dice Pedro Martínez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario