Víctor
Cardona Galindo
La
Brigada Campesina de Ajusticiamiento estuvo en el arroyo Oscuro cuatro días
antes de lograr su cometido. Uno de los eventos que retrasó la acción armada
fue un accidente que sufrió uno de sus miembros. En el momento que preparaban
sus alimentos cayó un cartucho en la fogata y explotó. Los fragmentos de latón
del casquillo hirieron a Ramón. Este percance los obligó a esperar dos
días hasta que el guerrillero se recuperó y pudo caminar bien.
Es que
esos días el principal problema que tenía la guerrilla era la falta de
alimentos, sólo comían plátanos hervidos con sal. Dice Eleazar Campos Gómez en
su libro Lucio Cabañas y el Partido de
los Pobres. Una experiencia guerrillera en México que una comisión salió a
buscar plátanos y a su regreso llegaron mojados por la lluvia. “La ropa mojada
la pusieron a secar al calor de la lumbre, tendiéndola del palo de donde
colgábamos las ollas para cocer los alimentos. Alguien de los compañeros no se
fijó que en la bolsa de la camisa iban unos tiros de 9 m.m., que al colgarla
arriba del fogón los cartuchos cayeron en las brasas y tronaron casi
simultáneamente; Ramón, que en ese
momento se encontraba parado junto a fogón, fue herido en las dos piernas al
incrustársele varios pedazos de latón del casquillo de los cartuchos”.
Por
eso se retomó el ritmo al tercer día del accidente de Ramón. “La idea era atacar a los militares cuando regresaran de
Atoyac y no cuando vinieran de San Vicente, ya que se sabía que, por lo general,
el Ejército detenía a campesinos en los barrios y podrían llevar a algunos en
el convoy, de tal suerte que al momento de emboscarlos podrían matar también a
los aprehendidos”, dice Eneida Martínez.
El 22
de agosto, volvieron poner la emboscada, pero las cosas volvieron a complicarse
con la presencia de personas extrañas a la acción. Eran cuatro trabajadores que
llegaron en una camioneta amarilla de la Secretaría de Obras Públicas (SOP).
“Se pararon en medio de la emboscada y se bajaron para arreglar las pequeñas
zanjas que había hecho la corriente del agua de las lluvias. Eran precisamente
las zanjas las que obligaban a todos los choferes a pasar lentos frente a
nosotros y era una de las condiciones para que nosotros pudiéramos abrir fuego
con mucha ventaja sobre los carros del Ejército”, dice Eleazar Campos.
Cuando
los guerrilleros vieron que comenzaban a trabajar, entonces Lucio abandonó su
puesto y habló con los trabajadores. Iban al mando de una persona joven en la
que se notaban los rasgos de extracción humilde, es a quien se dirige
primeramente Lucio, les explicó que en ese lugar tenían una emboscada y que no
era conveniente que ellos trabajaran ahí y que por el momento no era posible
que se fueran porque era peligroso para los guerrilleros.
“No se
podían ir, sino que se iban a quedar hasta después de la emboscada se iban a
ir. Entonces pues sí respondieron, gente muy tranquila, los llevamos hacia a la
parte más boscosa, más arbolada, en un lugar seguro no fuera que los balazos fueran
a dar allá donde estaban. Pues la única comida que les dimos, me acuerdo, fue
de plátanos hervidos verdes, nada más, era lo que teníamos nosotros. Entonces
pues los cálculos eran de que el Ejército pasaba en la mañana y en la tarde de
regreso, eso era casi diario”, dice Pedro Martínez.
La
camioneta fue escondida en el monte hasta las seis de la tarde que se quitó la
emboscada, entonces todos los guerrilleros se fueron a platicar con los
trabajadores y compartieron los últimos plátanos hervidos que les quedaban en
la ración. Los trabajadores se mostraron muy contentos y comentaron sus
temores. Estaban preocupados de que no los dejaran ir, pues ya se habían
aguantado todo el día sin comer. Finalmente los trabajadores abandonaron el
lugar después de recibir 10 mil pesos de parte de los guerrilleros y con la
promesa que regresarían llevando unas compras.
Para
ese momento había desánimo entre los brigadistas, porque ese 22 de agosto
tampoco se logró el cometido. Pero además ya se tenía el problema de que los
hombres que habían encontrado en la brecha, sabían los planes de la Brigada y ya
era un verdadero peligro quedarse ahí. “Muchos pensamos que ya no iba a ver ya
nada, porque primero ya nos habían visto los que iban a trabajar en la
carretera, lo cual no nos garantizaba seguridad. Y pues ya hablamos con ellos,
les dijimos que nosotros ya nos íbamos a ir de ahí, que ya no nos íbamos a
quedar ahí, que la emboscada ya no se iba a realizar y que les agradecíamos el
haber pues tomado en cuenta nuestra petición de no trabajar. Y entonces, pues
se les dio dinero para encargarles unas cosas, les preguntamos si podían
[comprar] algunas botas, algunos enseres para el uso de la guerrilla y quedamos
que en esos lugares nos íbamos a ver para que nos entregaran las cosas, más o
menos un tiempo considerable les dimos, eso fue para medio camuflajear las
cosas ahí de que ya nos íbamos”, dice Pedro.
Finalmente
decidieron confiar en la palabra de los trabajadores de que no iban a delatar su
presencia. Otra vez corrieron el riesgo. El 23 de agosto regresaron con mucha
cautela, a las 11 de la mañana, a donde tenían las trincheras, se cercioraron
de que no existiera alguna presencia extraña, no fueran a ser ellos los
emboscados. La lluvia era insistente, pero ni eso hacía mella en el ánimo de
los guerrilleros “y la
lluvia sobre nosotros, los mosquitos sobre nosotros, los zancudos, aguantando,
sin hacer ruido, nada. ¡Era un sacrificio eso! y la lluvia se quitaba y la
lluvia volvía, ni modo que usáramos plástico, todo teníamos allá en el
campamento provisional que teníamos, incluso ya habíamos dejado bien hechas
nuestras mochilas”, recuerda Pedro Martínez.
Los
brigadistas se colocaron en ambos lados de la brecha, situándose de tal manera
que en el momento de abrir fuego no fueran a herirse entre ellos. Pasaban las
horas, la lluvia ya se había calmado y el sol estaba en su apogeo, alrededor de la una de la tarde se escuchó un
ruido que llegaba de lo lejos, dos carros grandes transportando militares
salieron de la curva y entraron en la celada, aquella tarde del 23 de agosto,
de hace 44 años.
Dice
Eleazar Campos: “A las 12:45 oímos en la vuelta de la brecha el ruido de carros
que venían, luego aparecieron frente a nosotros una camioneta de doble rodada
con pocos soldados y atrás de ésta un Dina o troca que iba repleta de soldados.
En ese momento todos los compañeros seguramente apuntábamos nuestras armas
sobre los camiones, esperando el disparo de los encargados de abrir fuego: Samuel e Isaías; creo esto porque precisamente es lo que yo esperaba para
disparar”. El sol abrió ese momento muy fuerte y dejaba caer sus rayos a
plenitud haciendo que el reflejo de los cascos verdes metálicos, de la tropa,
lastimara los ojos a los guerrilleros.
Sonó
una ráfaga de M-2. Los comisionados dispararon contra el último camión y
automáticamente siguieron los demás disparos. Hubo momento que no se escuchó
otra cosa que no fueran las descargas cerradas de las armas. Lucio vació tres
cargadores grandes de su M-2 en pocos segundos. A las primeras descargas la
camioneta que iba al frente recibió un chorro de plomo en la parte delantera y
sin ninguna perspectiva de salir del área de fuego, quedó atascada en el lodo
al pie del paredón. El carro que le seguía no pudo continuar porque la
camioneta le cerró el paso, y no se pudo regresar para atrás porque la lluvia
de balas se lo impidió. La camioneta y el carro quedaron atascados en dirección
al paredón como si hubieran querido subir por él.
Los
soldados comenzaron a caer dentro de los camiones, sorprendidos por tableteo de
las carabinas automáticas. Algunos en medio de la confusión pudieron empuñar
sus armas y tiraban hacia arriba, otros procuraban sentarse en el piso del
camión para resguardarse. “Al principio del combate algunos soldados dispararon
sus armas echando ráfagas hacia el cielo. Ningún disparo de estos siquiera fue
dirigido hacia el monte o a nuestras posiciones”, dice Eleazar Campos.
En
la cabina de la camioneta iba el mayor Bardomiano de la Vega Morales, quien, al
sentir las descargas, trató de salirse por la portezuela derecha, “pero sólo
alcanzó a abrirla y no pudo salir porque el compañero Raúl lo recibió con una ráfaga de FAL, y de la Vega, para evitar
que le pegaran, se rodó a la portezuela izquierda abriéndola también, pero
sucedió lo mismo el compañero Raúl lo
recibió de la misma manera, obligándolo a meterse a media cabina, de donde Raúl lo obligó a rodarse a la portezuela
izquierda y por ella salió finalmente”.
El
camión grande que venía atrás al ser herido su chofer fue a incrustarse en el
paredón, en ese momento Oscar le pegó
a dos tanques de gas grandes que transportaba ese vehículo. Al ser agujerados
los tanques se fugó el gas formando una pequeña nube blanca. Los soldados
maniobraban para evitar la fuga pero los disparos se lo impidieron. “Ellos
traían unos tanques de gas, entonces se les pegó a los tanques de gas echaban
chorros así, se veían como humo,
entonces yo tenía al lado a Rufino, o sea, Rufino era Juan
Lino Avilés, por cierto lo mataron en Michoacán, entonces él empezó a decir ‘es
una bomba es una bomba’ y ya alguien le dijo ‘no –dice– ese es gas, son tanques
de gas’”, recuerda Pedro Martínez.
Los
guerrilleros gritaban: ¡Viva la Revolución! ¡Viva el Partido de los Pobres! ¡Viva
la Brigada Campesina de Ajusticiamiento!
A
pesar de que habían perdido cualquier oportunidad de recuperarse, del carro de
atrás varios soldados alcanzaron a saltar al suelo, arrastrarse y cubrirse un
poco debajo del camión, uno de ellos empezó a disparar, pero luego fue
eliminado por los guerrilleros que habían abierto fuego. Hubo un soldado que al
empezar el combate saltó del carro y empezó a correr hacia la orilla de la
brecha y con el FAL en las manos listo para disparar, pero Samuel le disparó varios tiros y lo hirió cuando estaba llegando a la orilla. Herido
cayó al suelo soltando el FAL y en seguida comenzó a arrastrarse a la orilla; “yo
alcancé a verlo cuando se iba arrastrando e intenté dispararle, pero luego
decidí no hacerlo al ver su FAL lejos de él”, dice un guerrillero que se
identifica como Eusebio. Samuel platicó que al huir el soldado
fue a dar a una alcantarilla y allí se quitó y abandonó la fornitura con los
cuatro cargadores del FAL, que él fue a recogerlos cuando abandonó su puesto. “Tiempo
después supimos que habían encontrado el cadáver del soldado 15 días después
del combate”, comenta Eusebio.
“El
ataque continuó furioso –dice el Diario
de un Combatiente I- por nuestra parte, hasta que se les da a los soldados
nuestra orden de rendirse, pero lo curioso es que cuando Lucio grita: ‘soldados
ríndanse, no queremos derramar más sangre’, entonces de inmediato responden;
‘ya estamos rendidos’; pero con el ruido de los disparos que no permitían
escuchar bien, nosotros en vez del ‘estamos rendidos’ entendemos ‘Aquí estamos
bandidos’, al producirse la confusión, el fuego se intensifica en medio de
nuestros gritos de: ‘ríndanse’”.
Los
disparos por parte de los guerrilleros siguieron arremetiendo sin darse cuenta
que los soldados ya estaban rendidos, no había ninguna posibilidad que éstos
respondieran al ataque. Lucio Cabañas volvió a dar la orden de parar el fuego:
“Viva la revolución pobrista” y esta vez sí se escuchó la rendición de los
militares. Como pudieron, los sobrevivientes salieron de los camiones, mientras
tanto cada una de las comisiones empezó a realizar su tarea correspondiente.
“Como
estábamos formados por comisiones, las comisiones de recoger armas las recoge,
las comisiones de credenciales, documentos que trajeran, por cierto, ahí falló
el comisionado de tomar fotos, al tiempo que quiso tomar fotos se rodó y descompuso la cámara, entonces ya
no hubo fotos (...) era una Polaroid una que saca unas fotos bien chicas”, comenta
Pedro.
Eleazar
Campos comenta: “Entre los rendidos estaba Bardomiano de la Vega Morales, éste
se paró de donde estaba tirado levantando la mano izquierda, pues la derecha la
tenía inutilizada de un balazo cerca del hombro. Hizo esfuerzos por quitarse el
cinto con que llevaba fajada una 45 y no pudo, un soldado le desabrochó el
cinto con todo y pistola y lo tiró lejos de ellos. Después de esto, Bardomiano
se fue a sentar al pie del paredón, junto a los demás y allí donde estaba
sentado empezó a decir: -si quieren las chingadas armas, allí están,
llévenselas pero a nosotros déjennos ir”.
Los
sobrevivientes, rodeados por Chelo, Ramón, Manuel y Ruperto, fueron
formados para que escucharan el discurso de Lucio Cabañas quien, les habló de
arriba del paredón, y les dio una buena regañada diciéndoles que ellos eran
gente del pueblo y por ese motivo no deberían de andar sirviendo al gobierno en
las persecuciones y asesinatos contra los pobres, que también ellos eran pobres
y debían de luchar junto al pueblo volteándoles las armas a los oficiales que
les ordenaban torturar y asesinar a su misma clase.
Pedro
Martínez recuerda que Lucio, les habló “de cuestiones históricas como la lucha
de Benito Juárez, a Villa, Zapata, la lucha de los pobres, les hace ver el
papel que juega el Ejército, que el Ejército pues defiende a los ricos y que
los militares que lo dirigen son los que no vienen a sufrir lo que sufrieron
ellos (...) finalmente luego dice vivas a Zapata, vivas a Pancho Villa, ¡Viva
Juárez!, ¡Viva Genaro Vázquez! (...) finalmente Lucio dice que quién le quiere
regalar un casco ya se acerca un soldado y le da su casco y cuando él dice
todos esos vivas también los soldados repiten, o sea, será por el miedo y todo
pero ellos repiten los vivas”.