Víctor Cardona Galindo
A
lo largo de las comunidades que componen el municipio de Atoyac y sus
alrededores, se reproducen leyendas y cada paraje da vida a una historia, cada
tramo de río tiene un encanto, cada hondonada de la Sierra Madre esconde un ser
mítico y un sin número de vestigios prehispánicos, como La Gloria donde se
encuentra una zona arqueológica muy importante. En los montes que rodean ese
lugar se respira una tranquilidad que motiva la meditación, se percibe mucha
paz, seguramente es un gran sitio de poder donde fluye la energía de nuestros
antepasados.
Cuentan
que ciertas noches se pasea un guerrero, ataviado a la usanza antigua. Con su
gran penacho entra en silencio a las chozas y se sienta en la orilla de las camas,
mientras los moradores observándolo contienen la respiración para no hacer
ruido, hasta que se levanta, atraviesa la pared y se va. La Gloria es verdad y
leyenda. Los arqueólogos que llegaron para estudiarla quedaron fascinados con
sus encantos.
Carita
de barro encontrada al sur de la ciudad de Atoyac,
en las inmediaciones de El
Rancho de los Coyotes.
Foto Víctor
Cardona Galindo.
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De
la sierra de Atoyac el doctor Álvaro López Miramontes cuenta una historia. Dice
que en el primer periodo de Rosalío Wences Reza en la Rectoría de la
Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), se le acercó un huarachero de Atoyac y
le pidió apoyo para realizar una expedición a la sierra, porque sabía dónde
estaban enterrados los verdaderos restos Cuauhtémoc, el último emperador
azteca. El huarachero buscaba el respaldo de la Universidad para una
investigación, porque en el campamento de su huerta de café se le estuvo presentando
un hombre en sus sueños que decía ser el Tata Cuauhtémoc que le pedía que
desenterrara sus restos y los llevara a la Ciudad de México.
Al
escucharlo el rector Wences llamó a doctor Álvaro López Miramontes para que lo
atendiera. Pensaron poner pronto manos a la obra y buscar dicha tumba. Porque
el hombre sabía exactamente donde estaba enterrado, nuestro héroe de la
resistencia ante los españoles. Se pusieron de acuerdo y quedaron de verse en
Atoyac. Álvaro llegó desde el vienes en la noche y se hospedó el único hotel
decente que había en el pueblo. Eran los esos días de 1974 cuando el Ejército
mexicano tenía tomadas las comunidades del municipio.
A
las cinco de la mañana vio al huarachero en la plaza. Antes de que amaneciera
totalmente y después de recoger el bastimento en casa del huarachero, enfilaron
en el Jeep que Álvaro manejaba rumbo a la sierra. Pronto estuvieron en una
comunidad donde dejaron el Jeep y luego continuaron el camino montados a
caballo. Habían avanzado poco cuando encontraron una familia que venía
caminando a concentrarse a una población más grande, ya los militares los
habían desalojado de su comunidad.
Luego
más adelante encontraron a los militares que no los dejaron continuar. Álvaro
tuvo que explicarle al capitán que hacía ahí, con comida para una semana, con
libros, libretas, lapiceros y cámara fotográfica. Además de todo lo necesario
para montar un campamento provisional. Álvaro tuvo que insistir que era un
universitario y mostraba el oficio de comisión que le había dado el rector. Por
eso para evitar tener problemas con los militares dejaron la búsqueda de la
tumba de Cuauhtémoc para una mejor ocasión, que ya no volvió a presentarse.
Han pasado muchos años
y Álvaro no se acuerda muy bien del nombre de las poblaciones por donde anduvo
con el huarachero, pero pudo ser para cualquier pueblo de la sierra. Porque
todo el municipio y sus alrededores son una zona arqueológica. Hace muchísimos años había tribus
diseminadas en toda la región, muestra de ello son los vestigios arqueológicos,
que hay por todos los rumbos. Los hay en El Abrojal, en El Guapinol, La
Angostura, La Meca, Almolonga, La Gloria, Piedras Grandes, El Cacao, La
Pintada, Alcholoa, en las islas de la laguna de Mitla, El Camarón, San Juan de
las Flores, Santo Domingo, la Florida, San Martín, la Y Griega y la cabecera
municipal.
Los vestigios arqueológicos que existen constan de
dibujos hechos en piedras, monitos de barro y de piedra, vasijas y cuentas de
jade. Los monolitos que son esculturas hechas de una sola piedra se han
encontrado por muchos rumbos. En la región hay piezas de diferentes
influencias, principalmente olmeca, teotihuacana y tolteca. Algunos muchachos
venden piedras para adorno. Un día me tocó ir en un camión rumbo al puerto de
Acapulco donde un policía federal le quitó un monolito a un joven que lo había
encontrado en un cerro de la colonia Buenos Aires.
Los
arqueólogos Edgar Pineda Santacruz y Gloria
Clemente Barrera realizan un
rescate arqueológico
en la comunidad de Alcholoa en octubre del 2008.
Foto: Víctor Cardona Galindo.
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En
lo personal los primeros contactos que tuve con los vestigios arqueológicos
fueron allá en lo alto de la sierra. Esas navajillas llamadas piedras de rayo
abundaban en los barbechos de El Caracol, se le llama piedras de rayo porque la
gente tiene la creencia que caen con el rayo. Luego un día mi padre encontró en
el monte un silbato esculpido en barro que emitía un sonido muy elegante que se
escuchaba muy lejos. El paraje donde vivíamos tomada su nombre de una imagen de
caracol esculpida en una roca.
Cerca
de El Caracol, como a 20 minutos caminando desde Los Llanos de Santiago, está
un lugar mítico conocido como El Cerro de la Iglesia donde hay unos escalones
labrados en piedra. Cerca está también el cerro de La Campana donde durante la
Navidad se escuchan sonar campanas y dice Laurentino Santiago que allí unos
maestros escarbaron y encontraron un ídolo esculpido en piedra verde. Luego
está el Cerro de la Silla, donde dicen los lugareños que hay una cueva que llega
hasta Alcholoa. La letrada, otro lugar con vestigios, está a dos horas a pie de
los Llanos de Santiago rumbo a Las trincheras.
Al
poniente de El Caracol, estuvo Tlacolulco una comunidad desaparecida que fue
cabecera de un centro prehispánico, algunos dicen que ahí estuvo el verdadero
Mexcaltepec. Todavía existen unas piedras en forma de ollas, con dibujos
esculpidos, en las tierras los Castro que llegaron a tener grandes cultivos de
caña en ese lugar. Al norte de Tlacolulco está La Mona.
Simón
Hipólito Castro en las leyendas que cuenta a sus nietos recuerda ese paraje
serrano llamado La Mona, denominado así, por la gente del lugar, porque existe
una piedra grande de color oscuro que tiene grabada una mujer acostada, con las
piernas entreabiertas y el rostro mirando al oriente. “Nadie sabe en qué siglo
la cincelaron, sus senos también fueron esculpidos a la perfección”, anotó para
su libro Cuentos para niños preguntones.
Por
eso digo que en toda la sierra hay huellas de la presencia de nuestros
antepasados. Por ejemplo en el camino a Los Valles, está La Piedra del Mono,
así le llama la gente, pero parece la imagen de un guerrero esculpido en esa
roca, en la cabeza se ve un penacho o parece que carga un costal. Seguramente
tiene un significado que los antiguos pobladores quisieron transmitirnos, o tal
vez represente una antigua ruta de los viajeros. La piedra está adelante de San
Andrés, en la primera lomita donde ya se divisan Los Valles.
Cuando
se abrió la carretera a ese pueblo, los trabajadores encontraron muchos
monolitos y figuras de barro, que los ingenieros se llevaron, otros los
vendieron a las familias pudientes de Atoyac que completaban su colección de
vestigios arqueológicos.
Acosados
por problemas familiares y la presión a la guerrilla, nos bajamos de la sierra
a vivir al norte de la ciudad de Atoyac allá por 1977, personalmente me llamó
la atención que los niños de aquí tenían un extraño entretenimiento, era salir
después de la lluvia a buscar monos de barro que nuestros antepasados dejaron
enterrados en la tierra. La
lluvia erosionaba las barrancas y los destapaba. Los niños los recogían y los
vendía a algunos comerciantes del centro. En la ciudad es muy común oír decir
“tienes cara de mono jayao”, es la chanza pesada para aquellos que
tienen algún desbalance en el rostro.
En la calle Allende se han
encontrado muchos vestigios de la cultura olmeca, “olmecoides” le llaman los
expertos. De hecho toda la parte norte de la ciudad es una zona arqueológica
enterrada. Una ocasión se les repartió un volante para informar que si
escarbaban en sus terrenos deberían avisar al Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) nadie lo hace por miedo a que el gobierno les
expropie sus terrenos. Claro está que el gobierno nunca le expropiará sus
predios aunque encontraran una pirámide enterrada.
Con el tiempo me volví también
explorador de sitios arqueológicos hasta que un campesino de San Andrés de la
Cruz me expulsó de su terreno, “amablemente” con su machete en la mano. Le
había dicho que tomaría unas fotos a unos petrograbados que estaban debajo de
unos árboles de mango, pero él me dijo que me fuera de ahí porque seguramente
le quería robar el tesoro que estaba debajo de la piedra. Muchas personas
escarban debajo de esas rocas en busca de tesoros. Como siempre no encuentran
nada, dicen que el “Amigo” se los escondió porque algunos de los que estaban
excavando “llevaban mal corazón”. Otros han encontrado ollas con ceniza o con
restos humanos, también ollas con diversas figuras de barro y cuentas de jade o
piedras de obsidiana.
La abundancia de sitios
arqueológico ha dado pie a diversas leyendas. Se dice que en el cerro
Cabeza de Perro hay un encanto… Hay unos monos que irradian luz. Un hombre
subió motivado por que otros que le dijeron que había un tesoro. Encontró los
monos de luz, cargó uno, pero al avanzar todo se oscurecía. Ponía el mono en su
lugar y el sol salía. Estuvo a punto de desbarrancarse al querer salir con
rapidez con un mono de luz. La oscuridad no le permitió ver por donde avanzaba.
Por eso nadie los ha podido mover esos monolitos de su lugar y siguen
alumbrando. De noche se ven de lejos.
Nuestro cronista por excelencia
Wilfrido Fierro Armenta dice en su Monografía
de Atoyac, “entre las cordilleras de los cerros de Cabeza de Perro, La Meca
y San Juan de las Flores, en el punto conocido por Arroyo de los Corales,
existe una ciudad arqueológica; posiblemente haya sido habitada por las tribus
Matlazingas, Xopes, Coiscas, Cuitlatecos o Mexicanas, o quizá sería solamente
un templo donde estas razas solían celebrar sus ritos”.
“El orden simétrico en que está
trazada y dado a los vestigios existentes, solamente cabe formarse en nuestras
mentes variadas hipótesis. La ciudad de referencia mide 200 metros por cada
lado y está situada en plena altura de la montaña citada, habiendo señales de
haber existido comunicación con el centro del país por un ancho camino que aún
se ve en aquella agreste serranía; es en sí una verdadera joya arquitectónica
digna de admiración de nativos y extraños”.
Wilfrido también habla de una loma
artificial a 700 metros al Noroeste de Corral Falso y que en este lugar se han
encontrado grandes depósitos de figuras de barro y piedras.
Otra de nuestras cronistas, doña
Juventina Galeana Santiago, era una apasionada del pasado de este pueblo y la
arqueología, conservó a lo largo de su vida vestigios arqueológicos para que
los depredadores no se los llevaran al extranjero. Conservó piezas encontradas
al crecer la ciudad y cuando se abrieron las carreteras. Logró tener la más
grande colección regional registrada ante el Instituto Nacional de Antropología
e Historia (INAH) de piezas de los periodos preclásico y clásico, con rasgos
olmecoides; líticas y cerámica.
Dentro de las actividades
culturales que realizó doña Juventina está la de haber pugnado por la
instalación del museo municipal, lo que no se ha concretado con seriedad,
tomando en cuenta la gran riqueza arqueológica de la zona. En el periodo del
alcalde Javier Galeana Cadena se instaló un pequeño museo en la parte baja del
kiosco de la plaza principal. Pero terminando ese mandato las piezas fueron a
parar a diversos domicilios y unas quedan de adorno en las oficinas de la secretaría
general en la Ciudad de los Servicios. Rubén Ríos Radilla por un tiempo movió
un museo itinerante y el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) instaló
un pequeño museo en Los Planes que ya desapareció y nadie sabe dónde quedaron
las piezas. También hubo una pequeña muestra de piezas en la Casa de la Cultura
auspiciada por Enrique Hernández Meza.