lunes, 21 de julio de 2025

Jueves pozolero

 Ese jueves salí a las cinco de la mañana de mi casa, para alcanzar la urvan de la seis, estar a las nueve en Chilpancingo y coincidir con las aperturas de las oficinas.

Ir a la capital es deambular de aquí para allá buscando a los funcionarios con los que se quiere platicar. A las tres de la tarde estaba cansado y las oficinas cierran para comer. Tenía la ultima reunión a la siete de la noche, tomé un lunch y me puse a buscar un lugar donde descansar. Encontré un cuarto barato en un hotel cerca del centro. Me dieron una habitación en el fondo de la planta baja. Estaba todo tranquilo, limpio y fresco. Me dispuse a descansar y dormí profundamente.

Como a las seis de la tarde me despertaron una serie de sonidos: como que le daban con frecuencia a un cajón que no cierra, se escuchaban el chocar de varias chanclas y gritos desesperados. Arriba y a los costados las camas rechinaban. Todo era ruido.

De pronto los sonidos se fueron apagando. Solamente quedó uno muy persistente y constante: Chaka, chaka, chaka, me cambié para salir y seguía: chaka, chaka, casi una hora y no paraba. Lo pensé y al fin me animé. Dije: “voy a preguntarle a ese cabrón como le hace para aguantar tanto”. Ya listo para salir caminé hacia donde venía el sonido ¡oh decepción! El sonido era de una lavadora que limpiaba los fluidos, de energías acumuladas, en una tarde de pozole y mezcal.

El cabeza de perro

 

A mi amigo Maximino Villa Zamora  

El Cabeza de perro es un cerro encantado. Le llaman Cabeza de Perro porque desde una parte del camino, al pasar por Mexcaltepec, la montaña asemeja un perro echado.

En la cima se han encontrado tepalcates y fragmentos silbatos. Para nuestros antepasados fue un centro de culto a las deidades de las lluvias, dice Miguel Pérez Negrete que esas “divinidades que vivían en las cúspides de los cerros prominentes según la cosmogonía prehispánica y se les veneraba para lograr lluvia y buenas cosechas. Los nahuas llamaban a esas divinidades Tlaloques”. Los chaneques pues.



Es un cerro encantado donde se han observado pequeñas bolas de fuego que salen y entran cerca de la cúspide. El vulgo los llama arbolarios, hay quien también dice haber visto una serpiente gigante que brama. Zeferino Serafín nos comenta que en los años cincuenta del siglo pasado se decía que en el cerro Cabeza de perro “habitaba un ser fabuloso que llamaban Sierpe”, es decir una serpiente alada de gran tamaño.

Una familia de El Ticuí solía pasar todos los años nuevos en las faldas de cerro Cabeza de Perro, a orilla de las limpias aguas del majestuoso río Atoyac. Una noche cuando estaban festejando, vieron pasar, entre los árboles que adornan la montaña, una pequeña bola de fuego que volaba río arriba. No tenía ni un minuto que había pasado cuando se escuchó un estruendo que por poco los deja sordos. Suspendieron el festejo y pasaron el resto de la noche en silencio. Al día siguiente, con el amanecer, se vino una monumental parvada de zopilotes que nubló los contornos, entonces los hombres de la familia fueron a donde bajaban los zopilotes. Encontraron esparcidos por el lugar los restos de una gigantesca serpiente verde, parecía que la había destrozado la explosión de una granada, solamente la cabeza y la cola estaban intactas. Los zopilotes se peleaban las vísceras y despegaban sus restos de las piedras a picotazos. La familia no volvió a festejar el Año Nuevo en ese rancho, que abandonaron por la inseguridad abrumó la zona y por lo inusitado de este fenómeno. Nunca habían visto una culebra tan grande. La bola de fuego sigue pasando por el rumbo, hace poco sorprendió a los habitantes de San Juan de las Flores.

Otros dicen que el cabeza de perro es el centro de un volcán, a tal grado que por tanto rumores una comunidad llamada Arroyo Grande fue totalmente abandonada por sus pobladores, porque de pronto se escuchaban rugidos que venían del centro de la tierra.

Dicen los de Mexcaltepec que en el cerro Cabeza de Perro hay unos monos que irradian luz. Un hombre subió buscando riquezas y encontró los monos de luz, cargó uno, pero al avanzar todo se oscurecía, colocaba el mono en su lugar y la luz volvía. Estuvo a punto de desbarrancarse al querer salir con rapidez con un mono de luz. La oscuridad no le permitió ver por donde avanzaba. Por eso nadie los ha podido mover esos monolitos de su lugar y siguen alumbrando. De noche se ven de lejos.

El Cabeza de perro es una de las montañas más grandes del municipio de Atoyac, donde la leyenda dice que está escondido el tesoro del general Juan Álvarez y en cuyas faldas Lucio Cabañas establecía su campamento guerrillero. Se puede subir caminando solamente por la comunidad de Agua Fría.

De la calle 5 de mayo de El Ticuí se ve de frente el mítico cerro Cabeza de Perro, donde hombres valerosos acudieron en el pasado a realizar sus pactos con El Cuera Negra. Ese demonio elegante que recorre por las noches los pueblos a caballo. Se dice que exactamente frente al Cabeza de Perro en las faldas del cerro de La Florida está La Piedra del Diablo.

Francisco Galeana escribió que el cerro está al norte de Atoyac, tiene un aspecto estéril y desértico, no muestra el tono azul como los otros, tiene su faz descolorida. Se ha dicho también que en ese cerro o en la cárcel que encierra su verde selva, existe una hermosa laguna, cuyo encanto consiste en vestirse de multicolor ropaje cuando el sol diluye sus rayos blanquecinos sobre la faz azul de su rostro cristalino.

“Y a la vez, en dicho perímetro abunda lujuriosa floresta, y en cuanto a su fauna hasta el ave del paraíso surca con sus alas medrosas el cielo limitado e impasible. La laguna hechizada tiene de todo y la habitan hermosas ninfas.

Un arroyo grande nace en esta laguna, cuyos bordes según cuentan quienes tuvieron la dicha de experimentar este sortilegio, forman el más bello ramillete de flores exóticas y raras; viñedos cuyas frutas almibaradas satisfacen al paladar más exigente.

Todo este sopor lo sentían quienes en alguna ocasión se aventuraban por esos contornos, pues se cree que es el lugar donde los habitantes de Tecpan, temerosos de las incursiones de los tarascos guiados por su rey Caltzontzin, depositaron sus riquezas en oro y piedras preciosas, tesoro que se cree que existe hasta la fecha.

Un nativo del pueblo de Atoyac, según versiones, entregó al general Juan Álvarez un pergamino, el cual contenía el mapa que señalaba exactamente el sitio donde estaba este encantamiento, con el objeto de que el patricio usara este tesoro para la causa de la Independencia; no sabemos si lo encontró, aunque se cree que no fue hallado y sigue reflejando en determinado tiempo la dorada llama de su existencia”.

Los pueblos de El Salto y Mexcaltepec duermen bajo la tutela del encantado Cabeza de Perro. El Salto toma su nombre por las dos hermosas cascadas que la naturaleza nos regaló y que están a unos metros río abajo. Por su parte Mexcaltepec (los burócratas le pusieron Mezcaltepec) su nombre es de origen náhuatl que significa: En el Cerro del templo de la luna (Meztli: Luna, Calli: templo o casa, Tepel: Cerro y C : En). Nuestros antepasados le pusieron así porque “hay un mes del año que la luna se posa en un cerro que se asemeja a una mesa, y se ubica al Este del pueblo” escribió el ingeniero Federico Lorenzana. Mexcaltepec es el pueblo madre de la cabecera municipal. Ahí se fundó lo que ahora es Atoyac.

(Texto de Víctor Cardona Galindo)

#Atoyacmimatria

domingo, 6 de julio de 2025

Té de manzanilla

Víctor Cardona Galindo

Fue esa vez en Chilpancingo. Llegué al hotel a las ocho y media. “No andes de noche en la capital -me dijeron- está muy violenta por estos tiempos”. Por esa recomendación me fui temprano al hotel. Me encontré una habitación con almohadas y sábanas nuevas, me sentía entre espumas cuando me acosté.

Estaba suave la cama, pero la ansiedad hizo levantarme.

No tenía ganas de escribir, tampoco de leer, la televisión sólo tenía cinco canales, todos aburridos. Nada interesante. Quise dormir, pero sentía la panza llena, muy llena. Me había atarragado de barbacoa de chivo en el mercado central.

Me acordé de que a media cuadra había visto abierto un Café. Dije entre mi: “No me caería mal un tecito de manzanilla”.

Me animé a salir.

La primera calle estaba toda sola, todo cerrado, eran las nueve y media de la noche. Me dio un poco de temor, pero estaba decidido a tomarme ese té. La calle del Café, una calle muy céntrica, por cierto, estaba casi sola, unas pocas almas caminaban al fondo.

En el Café una sola muchacha atendía en el mostrador, no tenía clientes, pedí un té de manzanilla grande y unas galletas de avena con canela. Lo deje enfriar.

Iba a la mitad de mi té, cuando vi, del otro lado de la calle, a un hombre con una bolsa de pechera, barbón, con gorra negra, un suéter de camuflaje, botas y pantalón tipo militar. El hombre, joven, me miraba detenidamente.

De pronto pensé: “Me van a querer levantar, ¿Pero porqué levantarme? ¿Me estarán confundiendo?”, rápido deduje que el hombre tendría sus compinches al doblar la cuadra, por donde yo tendría que pasar necesariamente de regreso a al hotel.

Me acordé de los consejos de mi padre: “Cuando ya hayas recalado a la casa ya no salgas”. “Ya no debí salir del hotel”, pensé.

Ya con miedo me fui tomando el té poco a poco, quería que no se acabara nunca. Mientras, el hombre de la pechera me miraba con insistencia y parecía ansioso. Comenzó a caminar de un lado a otro con pasos cortos.

Le observé la pechera, no pesaba. “Ahí no trae arma”, deduje. Observé su cintura tampoco se le notaba arma. En su caminar ansioso de lado a lado lo vi de perfil. No traía arma. “Pero si es suficiente fuerte para someterme” pensé. Sintiendo un nidito en la garganta, saqué valor de no sé donde y lo miré fijamente, tomé de un sorbo lo que quedaba del té.  Pedí la cuenta, pagué, y decidido di pasos afuera del local, entonces el hombre vino hacia mí, quise correr, pero mi orgullo no me lo permitió, creo que puse la cara de llanto, contuve el grito cuando el hombre casi pasaba ronzándome.

Estaba esperando que acabara mi té para bajar la cortina del local. Supongo que era el dueño.

Me regresé al hotel sintiéndome culpable, por caer en la maldita costumbre de juzgar a las personas por su aspecto.

#UnaSendaConCorazón