Víctor Cardona Galindo
Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez Ramos estaban
de regreso reinstalados en la escuela “Modesto Alarcón”, cuando los maestros y
padres de familia de la “Juan N. Álvarez” fueron a pedirles el apoyo. Ellos y
los demás maestros del Movimiento Revolucionario del Magisterio habían logrado
en su plantel cambiar a la directora y poner un director más sensible con la
situación de los padres de familia. Tanto Lucio como Serafín aceptaron apoyar al
naciente movimiento de la antes llamada Escuela
Real y el movimiento incluyó al pequeño comercio, campesinos y colonos.
Serafín Núñez recuerda que fue Alberto Martínez
Santiago y Anastasio Flores Cuevas quienes se reunieron con ellos para pedirles
el apoyo.
El Zócalo de Atoyac, al centro el tamarindo llamado El árbol de la Víctoria, donde se hacían los mítines en los años sesenta. |
En
el tiempo de los acontecimientos, Lucio moraba en la casa que fue de su abuela
materna, Enedina Barrientos, donde vivía su tío Antonio Onofre Barrientos con
su esposa Florentina Gudiño y sus hijos. A este domicilio llegaron los docentes
de la escuela “Juan N. Álvarez”. Se dice que platicaron como una hora y se pusieron
de acuerdo. Mientras su tío Antonio miraba todo aquello con desconfianza y
aconsejó a Lucio “ya no te hubieras de meter en ese problema, no es asunto
tuyo, no pertenece a tu escuela. Mejor déjalo”. Pero Lucio estaba comprometido
con las luchas del pueblo y no le prestó atención a la advertencia. Algo
parecido opinaba Serafín quien pensaba que los maestros de la escuela Juan
Álvarez deberían de vivir su propia experiencia y foguearse al calor de la
lucha. Sin embargo la opinión de Lucio se impuso y terminaron con firmeza
encabezando el movimiento.
A partir del 20 de abril iniciaron
las marchas con antorchas a las que llamaron cabalgatas. El 21 se llevó a cabo
un mitin en el zócalo en el que se pidió la salida de la directora Julia Paco y
el regreso de Martínez Santiago. Desde ese día los mítines se hicieron
cotidianos y el 22 tomaron las instalaciones de la escuela y montaron guardia
permanente. Hubo ligeros
enfrentamientos con la gente de la directora y se fue radicalizando el
movimiento.
El domingo 23 a las 13 horas se presentó a la escuela
el subprocurador de justicia Humberto Romero Palacios y el Director de
Educación en el Estado Prisciliano Alonso Organista. Al tratar de entrar a la
escuela con la directora y la directiva de la Sociedad de Padres de Familia
fueron sacados a empujones. Se
dice que en este altercado a Julia, la directora, las mujeres que estaban de
guardia, la tiraron al suelo y en el forcejeo le desgarraron la ropa. Por eso
la reunión se trasladó al Palacio Municipal y los enviados del gobierno
amenazaron a los manifestantes con meterlos a la cárcel, porque tomar la
escuela era delito.
Los
alumnos del profesor Martínez Santiago se juntaban con él por las tardes.
Reuniones a las que asistían Serafín Núñez Ramos y Lucio Cabañas Barrientos.
Los niños participaban en la elaboración de la propaganda, mantas y pancartas
que se exhibían en las cabalgatas que salían por las noches. “Era impresionante
ver el gran número de personas que pedían la salida de la directora y que
salían a manifestarse alumbrándose con hachones”. Dice Elizabeth.
El
primero de mayo se realizó una cabalgata con antorchas, los manifestantes
recorrieron las calles con lo que festejaron el día del trabajo y de paso
pidieron el regreso de Martínez Santiago y la salida de Paco Piza. Al frente de
esta movilización iba Lucio Cabañas Barrientos. Lo mismo ocurrió el 5 de mayo y
casi todos los días había mítines en el zócalo.
“La
sociedad ha mantenido cordura porque no quiere igualarse con la plebe y sólo
prefiere mantener vigilado que no sea saqueado el edificio tomado desde el
viernes 20 (de abril) por los alborotadores, ya que la construcción de este
edificio lo costeó dicha sociedad y paga para su mantenimiento y conservación”
publicaba El Rayo del
Sur el 30 de
abril.
“El 27
de abril de 1967 Hilda Flores y Roberto Arceta encararon al enviado del
gobernador. El 4 de mayo en la sala de Cabildos hubo una discusión ríspida entre
Manuel García Cabañas y Lucio Cabañas. Manuel quería que aceptaran como
director a Ramón Díaz Pantaleón […] Los padres de familia que están
posesionados de la escuela Juan N. Álvarez, en Atoyac, se muestran decididos a
no desocupar el plantel mientras no sea reinstalado el profesor Alberto
Martínez Santiago, que está comisionado en una escuela de Coyuca”. Da a conocer el Trópico, Diario Independiente de información el 7
de mayo de 1967.
Al crecer el
movimiento se fue la directora y el gobierno del estado nombró como director
sustituto al maestro Ramón Díaz Pantaleón, desde el 3 de mayo; sin embargo al no
volver el maestro Alberto Martínez Santiago la lucha continuó y las cosas
siguieron igual.
“En
lugar de Julita nombraron director a Ramón Pantaleón López. Ya que más de 400
alumnos estaban sin clases” dice El
Rayo del Sur en su
edición del 7 de mayo de 1967.
En mi opinión en la escuela
Juan Álvarez se reprodujo el mismo esquema del movimiento de la Modesto
Alarcón. Movieron a Lucio y a Serafín y cayó la directora. Los padres siguieron
movilizándose regresaron a Lucio y Serafín. En la Juan Álvarez cayó la
directora y regresó Alberto Martínez Santiago. Pero aquí con el agregado que
después los padres querían que se fueran todos los maestros que apoyaron a la
directora.
“El día de la madre, los
manifestantes reciben la buena noticia de que, por órdenes del gobernador del
estado, se decreta la salida de la directora… Así como la reinstalación del
maestro removido”, escribe Fritz Glockner, en Memoria Roja. Historia de la
guerrilla en México (1943-1968).
De acuerdo a un acta que
Rene García desempolvó de los archivos, a las 9 de la noche del 10 de mayo de
1967 las demandas iniciales quedaban resueltas, se llegaba a los acuerdos: de
entregar la escuela, se quedaba como nuevo director Ramón Díaz Pantaleón,
regresaba a la escuela Alberto Martínez Santiago y el gobierno del estado se
comprometía a no ejercer acción penal en contra de los manifestantes. Se firmó
el acta. Por parte de los docentes: Anastasio Flores Cuevas, Miguel Sánchez
Tolentino, Sebastián López Luna, Celestino Lévaro Ocampo, Margarito Flores
Quintana, Guillermina Nava Pineda, Hilda Ríos Pérez, Cenelia Salgado Salas,
Teresa Damián Bahena, Felipa Cabañas y Alberto Martínez Santiago.
Firma también el director
Ramón Díaz Pantaleón, Alberto E. Camacho Agente del Ministerio Público y como
testigo el Presidente Municipal Manuel García Cabañas.
Como los mítines se hacían bajo un tamarindo que
estaba en un extremo de la plaza, los maestros inconformes lo bautizaron como
“el árbol de victoria”, porque habían logrado sacar a la directora. Bajo ese
árbol colocaban el aparato de sonido para arengar a los ciudadanos que asistían
a las concentraciones. Eso fue el 12 de mayo cuando festejaron el triunfo de la
salida de Julia Paco. “Año con año conmemoraremos éste acontecimiento bajo la
sombra de éste tamarindo, hoy árbol del triunfo”. Dijo el maestro Anastasio
Flores Cuevas.
Glockner también subraya
que durante la asamblea del 12 de mayo se expone que también deber salir de la
escuela aquellos maestros que apoyaran a Julia Paco Piza: “la limpia se antoja
completa, pues si han conseguido la caída de la directora, ahora desean
terminar la tarea. La autoridad se niega a considerar siquiera aquella nueva
solicitud y con el fin de vigilar el buen desempeño de la escuela, es enviado
un grupo de policías judiciales de la motorizada”.
“Ahora piden
el cese de otros maestros los revoltosos de Atoyac y sigue el lío” cabeceaba
el Trópico el 13 de mayo de 1967 y agregaba en la nota
“Quienes creían que el problema de la escuela
primaria Juan N. Álvarez había llegado a su fin con la renuncia de la maestra
Julia Paco Piza, se equivocaron pues los ‘cívicos’ no entregaron el plantel
como se comprometieron y ahora están exigiendo la renuncia del resto de los
mentores que estuvieron apoyando la conducta de la profesora destituida”.
Por
eso el 17 de mayo muy temprano arribaron a esta ciudad el Procurador de Justicia
del Estado Horacio Hernández Alcaraz y el director estatal de educación
Prisciliano Alonso Organista, acompañados del capitán Enrique Arellano,
comandante de la Policía del Estado, dependiente de la Dirección de Seguridad
Pública y del jefe del grupo de agentes de la Policía Judicial con sede en
Petatlán Rafael Radilla Maganda.
Dice
Wilfrido Fierro que los funcionarios se dirigieron a la escuela “General Juan
Álvarez”, para darle posesión al nuevo director y a los maestros: Javier Alonso
Sagal, Martiniano Cantú, Juan Rivera, Fortunato y Clemente Díaz, Malaquías
Pérez Alejo, Andrés Rabadán, María del Socorro Montoya, Mario Martínez, Antonia
Nava Zamora y Teófilo Salas que habían permanecido leales a Julia Paco. Luego
de cumplir su cometido a las tres de la tarde regresaron a Chilpancingo,
dejando al capitán Enrique Arellano Castro como responsable del orden. Los
policías se hospedaron en las oficinas del PRI ubicadas en Nigromante 3.
La
noche de ese 17 de mayo, los integrantes del movimiento se reunieron en la
escuela “Modesto Alarcón” donde organizaron el mitin del día siguiente a las 10
de la mañana. Fue una asamblea popular en la que se pedía el apoyo de la
población.
Dice
Ángeles Santiago Dionicio que los policías que vinieron a reprimir eran “puros
escogidos, fornidos y con cascos blancos”. Días anteriores había llegado un dispositivo
policiaco. Porque la escuela “Modesto Alarcón” donde trabajaba Lucio ya estaba
vigilada, había guardias de civil apostados alrededor, que se asomaban a la
escuela para enterarse de lo que ocurría al interior. En ese contexto se dio la
reunión de la noche anterior a la masacre. Laura Castellanos en su libro México Armado 1943-1981 (2008) recoge el
testimonio de Octaviano Santiago Dionicio que escuchó que un viejo le dijo a
Lucio Cabañas:
“-No salgas Lucio. Hay informes de que si te ven en
la calle te van a matar –dijo el señor.
-Si me quisieran matar ya lo hubieran hecho
–respondió Lucio.
-No, no vayas –insistió el viejo.
-Sí, si voy a ir. Y voy a ir porque no creo que se
atrevan a mucho. A lo más que se pueden atrever es a darnos unas pescozadas,
quitarnos el aparato de sonido, y a meternos unas horas a la cárcel. Pero por
si las moscas –dijo al final-, quien pueda llevar una piedra, que se las lleve,
y allá nos vemos.”
El 18 de mayo, Hilda Flores Solís estaba en su casa
cuando unas mujeres del mercado la fueron a ver, porque estaban preocupadas por
la presencia de los policías, por eso ella antes de que comenzara el mitin se
fue a ver el presidente Manuel García Cabañas para convencerlo de que se
retiraran los agentes policíacos.
Según Laura Castellanos, le dijo “–Oye Manuel, a ver
como está esta gente ahí.
Él le contestó –Yo no puedo hacer nada, ésta gente
está por órdenes del gobernador, lo que pueden hacer ustedes es retirarse”.
Ese día Lucio salió por la mañana de
la casa de su tío Antonio Onofre, como lo hacía diario, a dar clases a la
escuela Modesto Alarcón. Era jueves y se sentía el ambiente pesado, había un
silencio misterioso y la familia Onofre Gudiño estaba en tensión. Lucio llegó a
la escuela como era su costumbre, era muy responsable en el horario. Faltaban
15 minutos para las 10 de la mañana de aquel fatídico jueves, cuando abandonó
la escuela.
Era
la hora del recreo, dejó a sus alumnos jugando salió de la escuela primaria
Modesto Alarcón, caminó por la calle 18 de marzo, acompañado por algunos padres
de familia, luego por Obregón y Arturo Flores Quintana. Al pasar por la calle
Agustín Ramírez, le gritó al administrador de correos: “Córdoba vente para que
te tiemblen las corvas”, luego subió por el callejón Melchor Ocampo y
Nigromante para finalmente llegar a la Plaza Morelos, que estaba rodeada de
policías judiciales y de la montada. Algunos estaban apostados como
francotiradores en las azoteas. La
gente lo vio llegar por un costado del Ayuntamiento.
El
mitin se llevaba a cabo frente a la presidencia municipal, en el Zócalo, el
sonido estaba bajo un árbol de tamarindo que había sido bautizado como “árbol
de la victoria”. Había mucha gente del pueblo. Lucio Cabañas tomó el micrófono
y subió a una silla para dirigir el mitin. Comenzó su incendiario discurso que
movía las fibras más profundas del pueblo presente.
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