Víctor
Cardona Galindo
La carretera
Al
momento de crearse nuestro estado de Guerrero, las únicas vías de comunicación
eran los caminos reales. El principal era el México-Acapulco, que desde tiempos
precoloniales unía el centro con el mar del sur. Por ese camino se movieron por
más de dos siglos los cargamentos que traía y llevaba el galeón de Manila. El camino real se mantuvo por más de un siglo
en el México independiente, hasta que al masificarse la presencia de los
automóviles en la Ciudad de México, los movimientos posrevolucionarios exigieron
la construcción una carretera.
La recién estrenada carretera a San Jerónimo
de Juárez en 1935. Foto: Colección de
Rubén Ríos Radilla.
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La
construcción de la carretera fue una demanda del movimiento escuderista de
Acapulco. Con ello se pretendía acabar con el aislamiento regional del que se
beneficiaban los miembros de la colonia española del puerto quienes acaparaban
la producción y controlaban el comercio local.
Muerto
Juan R. Escudero la demanda de la carretera la retomó el general Amadeo Vidales
Mederos con su Plan del Veladero dado mismo que fue dado a conocer el año de
1926.
El 11
de noviembre de 1927 fue inaugurada la carretera México-Acapulco, con sus 485
kilómetros del Palacio Nacional de la ciudad de México a la plaza principal de
Acapulco.
Retomando
los datos que aporta Tomas Bustamante Álvarez en el volumen IV de la Historia General de Guerrero, “En 1926
se inició la construcción de la carretera Acapulco-Puerto Marqués y la de
Acapulco hacia Costa Grande. Los habitantes de Coyuca de Benítez, Zacualpan,
San Jerónimo, Atoyac y Tecpan, comenzaron los trabajos de sus carreteras
partiendo de sus respectivos pueblos para conectarlas con la carretera en
construcción que venía de Zihuatanejo a Petatlán, por el oeste y de Acapulco,
por el este”.
Antes
de la llegada de la carretera se iba para Acapulco a lomo de bestias por un
camino de herradura y se tardaba hasta tres días en llegar al puerto y
viceversa. La gente dormía en el camino. El general Silvestre Mariscal en sus
memorias nos habla del recorrido que se hacía de Acapulco-Atoyac a lomo de
bestias por la orilla de la playa. El trayecto del Carrizal a la Barra de
Coyuca o a Pie de la Cuesta se hacía en cayucos donde se podía admirar esa
hermosa laguna que por las mañanas asemeja un inmenso espejo extendido entre
las frondas costeñas.
Luego
el trayecto se completaba en carretas jaladas por bueyes. “Cuando llegaban a la
Frente del Diablo (un lugar lleno de arrecifes y acantilados con historias
espeluznantes), la brecha era demasiado angosta, y las llantas de la carreta
quedaban al pie del precipicio”, por eso la gente se bajaba hasta que el carretero pasaba ese tramo, eso
nos narra Graciela Guinto Palacios en su novela Palpitaciones costeñas.
En ese
tiempo en Atoyac había un viejo camino que pasaba por la orilla de El Humo,
Barrio Nuevo y entraba a Los Arenales. Era una brecha por la que circulaban las
carretas. Por ese camino escabroso comenzaron a llegar a nuestra ciudad los
primeros juegos mecánicos a finales de los años veinte. Los carros que los
transportaban llegaban llenos de las ramas que arrancaban al pasar por los
callejones llenos de vegetación.
El
cronista de San Jerónimo don Luis Hernández Lluch registró que fue el señor
Zeferino Torreblanca Ávila quien compró el primer camión, en diciembre de 1926,
que fungió como primer transporte a partir de febrero de 1927 entre San
Jerónimo y Atoyac.
Nuestro
cronista por excelencia Wilfrido Fierro Armenta registró que general Rafael
Sánchez Tapia jefe de operaciones Militares del estado de Guerrero trajo, el 23
de enero de 1929, el primer coche marca Pontiac,
tipo coupé, así como el primer camión de redilas Chevrolet. “Los vehículos
fueron conducidos por el camino a la playa”.
Rosa
Santiago Galindo tiene 94 años, nació en 1923, recuerda que en aquel tiempo
Atoyac era un pueblo chico, vivía pura gente criolla y honesta, así como se ven
de carros ahora por las calles, así había de bestias: burros, mulas, caballos y
atravesaban las calles marranos por doquier. Su mamá les decía cuando salían a
la calle “váyanse por la orilla no las vaya atropellar un burro”.
Rosita
dice que el primer carro llegó frente a la escuela Juan Álvarez, era una
camioneta de redilas grande de color azul con bancas incrustadas a su interior
para trasportar gente, se llamaba El
Gaucho, llegó poco después otra camioneta roja que se llamaba El Rosita.
Orbelín
Soberanis Núñez, en su libro Como ha sido
el Tecpan que yo he vivido, recuerda
que hasta 1932 de Tecpan se iba a Acapulco “cabalgando a caballo por los
médanos en dos días se llegaba al entonces pequeño Puerto de Acapulco.
Quedándose a dormir la primera noche en el rancho El Guiñote localizado en el
municipio de Coyuca de Benítez, propiedad de un señor conocido como Perico
Diego”.
“La
carga se transportaba en carretas en un recorrido de ocho largos días y en la
época de lluvias, como siempre estaban crecido los ríos, la carga se pasaba de
un lado a otro en canoas y a veces se llegaba a mojarse o llenarse de lodo en
los charcos que tenían que cruzar durante su largo recorrido”.
“A las
cinco de la mañana salíamos de Tecpan ya fuera a caballo, en mulas o en
carretas, recuerdo que al llegar a un lugar llamado ‘Monte alto’, si el viaje
era en carreta, al pasar por enormes charcos llenos de lodo se nos impregnaban
las nalgas de esa mezcla de agua y tierra; se hacían más o menos tres horas a
San Jerónimo” donde se cruzaba el río en pangos.
Durante
1931-1933 el paso de camiones para ir al puerto de Acapulco se hacía por la
playa, en esos años de Atoyac a los Arenales se utilizaban los servicios del
coche Dodge de Felipe Rodríguez. Dice
Wilfrido Fierro que “el camino de carretas hacia el puerto de Acapulco y
Zihuatanejo, sirvió mucho para el tráfico de camiones a partir del año de 1933
hasta que dio paso a la carretera nacional”.
Anituy
Rebolledo retoma a Carlos E. Adame y su Crónica
de Acapulco donde rememora esos tiempos. “Una camioneta salía de Atoyac con
pasaje y carga con destino al puerto. Paraba en el río de San Jerónimo donde ya
esperaban los viajeros de ésta última localidad. Todos montaban en carretas
ahora tiradas por bueyes para un viaje accidentado por angostas y lodosas
veredas”.
“Se
llegaba al Zapotillo casi al medio día luego de un recorrido de alrededor de 20
kilómetros. Allí se cambiaba de medio de transporte, de carretas a camión de
redilas. El destino siguiente era El Carrizal, distante 40 kilómetros, al que
se llegaba entre 2 y 4 de la tarde. El viaje se hacía por el llano que separaba
la laguna del oleaje marino”.
Al
respecto dice Orbelín: “Ya estando en El Zapotillo se abordaban unos camiones
parecidos a las camionetas que se usan hoy, donde transportaban pasajeros con
algunos bultos de carga, de las cabeceras municipales hacia las comisarías;
eran un poco más largas, los asientos estaban unos frente al otro, eran bancas
acomodadas de la cabina del vehículo a la cola del mismo; los pasajeros nos
íbamos viendo cara a cara”.
“Estos
incomodos camiones –sigue Orbelín- arrancaban sus motores dándoles cran (el
cran era una varilla gruesa que tenía dos ángulos) y entonces circulaban estos
transportes por toda la playa, por todo el médano, y de El Zapotillo se llegaba
al Carrizal del municipio de Coyuca de Benítez en un tiempo aproximado de
cuatro horas; ahí nos embarcábamos en lanchas de motor y navegábamos por toda
la laguna en donde veíamos de vez en cuando algunos lagartos. La travesía
llegaba a la Estación, de la Barra del Río de Coyuca”.
“Las
pangas –dice Carlos E. Adame- salían de la barra a esperar el pasaje
produciendo un ruido característico al ir rompiendo las aglomeraciones del
lirio acuático o ‘patos’ invasores de la laguna. Las hileras de costales de
copra y ajonjolí se alineaban por toda la localidad. El olor a gasolina
impregnaba el ambiente y los viajeros abarrotaban las fondas a orillas de la
laguna (…)
Los 8
kilómetros entre el Carrizal y la Barra se cruzaba en dos o tres horas a bordo
de lanchas gasolineras o pangos característicos de la región”.
“En
seguida –habla Orbelín- se abordaban camionetas del mismo corte para terminar
el viaje al llegar a Acapulco en un tiempo aproximado de 12 horas… Algunas
veces nos embarcábamos en El Carrizal en un pequeño barco de un señor Mac
Hudson que nos trasladaba hasta Pie de la Cuesta”.
“El
tramo final entre la Barra y Acapulco –alrededor de 30 kilómetros-, se cubría
en plena oscuridad para llegar al puerto a eso de las 9 de la noche. Un viaje
de 15 horas”, comenta Carlos E. Adame.
La
carretera entre Acapulco-Atoyac-San Jerónimo quedó terminada en 1935. Dice
Tomas Bustamante que en parte fue la industria forestal la que impulsó la apertura
de carreteras, porque a partir de ahí ésta actividad económica comenzó a tener
auge en las regiones del centro y Costa Grande; “ahí donde la comunicación por
carretera había llegado, los bosques fueron sometidos a intensivos sistemas de
explotación”.
Otro
recuerdo es el de Graciela Guinto, “Antes que la carretera entrara a Coyuca, el
pueblo no sabía de talas, todo estaba virgen. El ‘chicayotillo’ y el ‘panteco’
abundaban en el campo; y las mujeres, alegres, los cortaban, ocupándolos como
blanqueador. Las ancianas y otras no muy jóvenes, lavaban en el río con el tórax
descubierto, enseñando sin pudor sus pechos flácidos tostados por el sol.
Obviamente, ocupaban para lavar, la lejía y el jabón de sebo hecho en casa”.
“La
carretera nacional de México a Zihuatanejo estaba terminada. Cuando
construyeron el tramo cercano a Coyuca fue una novedad para los nativos,
quienes se asombraban ante la nueva maquinaria pesada que ocupaban en la
construcción de la misma, la cual era desconocida para ellos. Todo esto dio
trabajo a los lugareños y más vida al pueblo; pues llegaron muchos forasteros a
laborar en la carretera y en la construcción del puente. Algunas nativas
encontraron su pareja y se casaron con ellos; y otra vez, la sangre costeña se
mezcló a otra sangre de diferente idiosincrasia. Y la gente decía: —‘Se la
llevó uno de la carretera a vivir a su tierra’”, dice la coyuqueña en su otra
novela Sangre Bronca.
Después
de pasar por Coyuca la carretera de terracería llegó primero a San Jerónimo y
el ramal de Atoyac se abrió en 1939. Cuando la brecha se acercó a nuestra
ciudad, tarde con tarde, la población acudía a observar las máquinas que
trabajar. Se quedaban atónitos de ver como abrían la tierra. “Máquinas que
algunos pobladores bautizaron con el apodo de ‘cuchas’”, recuerda don Simón
Hipólito Castro.
Don
Inés Galeana Dionisio nació en 1926, tenía 13 años cuando llegó la carretera a
nuestra ciudad. Un día fueron con su papá Lino Galeana Reyes y su mamá Catalina
Dionisio Gómez a ver como trabajaban las máquinas de noche. Eran como a las 10
de la noche cuando se fueron y regresaron a las 12. Era admirable ver como
derribaban los árboles grandes. Los arrancaban con todo y raíz y los iban a
tirar a otro lado. Todos se admiraban de la fuerza de las máquinas. Al final de
su vida don Inés recordaba que atrás de la máquina venía una aplanadora y unos
carros regando la tierra.
Por su
parte Zeferina Pino iba al Rancho Verde donde estaba la propiedad de Joaquín
Paco papá de Álvaro Paco a ver el espectáculo de las máquinas excavadoras.
Todos estaban admirados de como llegaba el progreso a la ciudad.
Ya
terminada la carretera los primeros viajes en camión fueron muy tortuosos, “a
los lados del camino –nos recuerda Orbelín Soberanis- había muchos árboles,
incluyendo espinos cuyas ramas golpeaban al viajero si este no iba pendiente de
cubrirse oportunamente; además había unos baches tan grandes que más bien eran
pozos, los cuales al atravesarlos el camión, hacían que el viajero cayera sobre
el pasajero de enfrente y así lentamente se pasaba por Alcholoa, Cacalutla,
Zacualpan, El Cayaco, El Papayo, El Zapote hasta llegar al río de Coyuca, el
cual se cruzaba un sinfín de problemas, similares al tránsito del río San
Jerónimo”.
Al
llegar a la Frente del Diablo comenta Soberanis Núñez que la gente se bajaba
del camión, pues peligrosamente pasaba el transporte por una reducida brecha
entre el abismo y la montaña.
Es
Francisco Galeana Nogueda en su libro Conflicto
sentimental. Memorias de un bachiller en humanidades quien nos recuerda que
durante su niñez “corrían por la brecha polvorienta unos cuantos camiones que
hacían en servicio de dicha población al puerto, y según recuerdo los dueños de
esos transportes pioneros eran Chico el Loco; don Celso Salgado; Chuma Abarca,
Faustino Olguín y Ángel Olguín, su hijo; Rosendo –poco a poquito-; Felipe
Rodríguez y otros”.
Por la
carretera polvosa, que se iba abriendo poco a poco, llegó hasta Atoyac en 1933
el general Lázaro Cárdenas del Río candidato a la presidencia de la República
por el Partido Nacional Revolucionario, quien sentado en el poder cambió la
vida de los costeños.