Víctor
Cardona Galindo
“La palabra huracán se deriva de Huraken, dios de las tormentas, adorado
por los indios ribereños del mar Caribe y aplicado a los vientos tropicales de
violencia catastrófica. Esta palabra fue adoptada por los españoles y portugueses,
los anglosajones la interpretaron como ‘hurricane’ y los franceses como ‘orugan”.
Se lee en la página web del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred).
Así quedó el río Atoyac después de El Tara |
Cuando
sucedió el huracán Tara en la sierra no
paraba de llover durante muchos días, era un “tapaquiague” dicen los testigos. Los arroyos bufaban, se oía nada más el
estruendo de los árboles y el ruido de las piedras arrastradas por la fuerza de
la corriente. Frente a la ciudad de Atoyac todas las huertas de la orilla del
río se miraban en el agua. La gente abandonaba las partes bajas y buscaba donde
guarecerse de tanta lluvia. “Cayó una culebra
de agua” comentaron los viejitos. Los vientos soplaron todo el día. Cuando
pasó la tempestad varios pueblitos habían desparecido y los cerros quedaron
como si una fiera gigantesca los hubiera arañado. Desde lejos se veían los
deslaves. En el río donde hubo pozas hondas el agua daba a los tobillos,
quedaron playones.
Don
Luis Bello a sus 76 años recuerda que tenía como ocho días lloviendo y antes
que se viniera El Tara llegó un
fuerte olor a pólvora que traían los vientos del mar, luego comenzó a oler a
lodo y posteriormente cayó ceniza como cuando quemaban El Tular, la gente que
salía a la calle regresaba con la cabeza blanca. A las ocho de la noche comenzó
el viento que arrasó con todo, “por arriba de El Ticuí, pasaban volando los
manojos de ajonjolí”.
Todos
los terrenos planos estaban llenos de agua, “se escuchaba aquel bugido y toda
la gente gritaba que se iba a perder el mundo y se escuchaban los tronidos de
los cerros. La gente creía que el mar ya venía saliéndose por el norte”. Ya que
se calmó la tormenta los vecinos fueron a sacar a los de Boca de Arroyo que después
se refugiaron en El Ticuí. Desde entonces una parte de gente de Boca de Arroyo
se salió y fundó la colonia Lázaro Cárdenas. Los ticuiseños no sufrieron hambre
porque tenían en sus casas parte del maíz que acababan de cosechar. Desde
entonces quedó el dicho entre los vecinos “Eres peor que El Tara” para
referirse a aquellos que todo lo acapararan o son muy destructivos.
El
Cenapred tiene registrado a El Tara
como uno de los ciclones tropicales más destructivos de México el cual causó
435 decesos en Guerrero por encima de Paulina
del que se cuantifican 250 pérdidas humanas.
Una
descripción precisa de lo que fue El Tara
nos la dejó don Wilfrido Fierro Armenta el mejor cronista que ha tenido Atoyac.
Por eso hoy ofrecemos un resumen de su texto sobre ese fenómeno meteorológico
que tanto daño causó y marcó a toda una generación…
Era domingo 12 de noviembre
de 1961, desde la tarde del sábado, se acentuó un fuerte y torrencial aguacero.
A las seis de la tarde comenzaron a sentirse las primeras rachas huracanadas
procedentes del Océano Pacífico cortando el servicio telegráfico. La radio
informaba la formación del “Ciclón Tara” con altas y turbulentas marejadas
frente a la Costa Grande del estado de Guerrero.
La tempestad aumentaba
poco a poco su intensidad; a las 12 de la noche se cortó el servicio eléctrico
debido a que el poste de fierro que estaba instalado en el paso del río fue
arrancado por la corriente junto con el muro que le servía de soporte. La
población quedó en la oscuridad y el ciclón agudizó su furia entre las 12 de la
noche y las dos de la madrugada de ese domingo. Los muros de ladrillo del
segundo piso de la escuela, en construcción, “Gral. Juan Álvarez” fueron
arrancados por la fuerza del viento, el agua de la lluvia se colaba en la
mayoría de las viviendas, los vecinos permanecían despiertos llenos de pavor. El
huracán fue menguando su fuerza a medida que amanecía. Ya con la luz de día cundió
la alarma por el desastre: la carretera Acapulco-Zihuatanejo estaba destrozada
en su totalidad y estaba suspendido el servicio de camiones, no se podía salir
de la ciudad. Al mismo tiempo el pueblo se
enteraba de la tragedia que estaba viviendo la familia del maestro albañil
Armando García Alarcón en el islote donde tenían su casa. La familia se defendía
en el muro del brocal de un pozo de agua propiedad del señor Luis Urioste. Su
pequeña vivienda había sido arrastrada, en el transcurso de la noche, por la
corriente del embravecido río que cada minuto aumentaba su avenida ante el
descomunal aguacero que caía a torrentes, ocasionando el desgaje de los cerros
que circundan la ciudad y parte de la costa, dando el aspecto –después que pasó
el ciclón– de haber sido arañados por un gigantesco animal.
Los vecinos trataron de
auxiliar a la familia Alarcón, formada por don Armando, su esposa Isabel Pérez
y sus hijos, Jorge de 8 años, Armando de 7 y uno de pecho. Los esfuerzos fueron
inútiles pues la impetuosa corriente imposibilitaba toda maniobra. La corriente
poco a poco iba rebasando el muro de protección y a las 10 de la mañana, ante
el grito desgarrador de todo un pueblo que se había congregado en la orilla a
contemplar esta horrible tragedia, un enorme árbol cortó de tajo el reducto que
los protegía lanzándolos al agua. Muchas personas lloraban, otras se postraron
de rodillas rogando al Todo Poderoso que salieran vivos, y mientras tanto en
las turbulentas aguas se debatían nadando el maestro Alarcón y sus dos hijos,
no así la señora que a los pocos minutos fue sumergida por la aguas llevando en
brazos a su niño para no salir jamás. Su cadáver y el de su niño fueron buscados
por toda la ribera del río y nunca fue encontrado. El maestro Alarcón mostrando
serias contusiones logró salir frente al poblado de Corral Falso donde le dieron
albergue; sus dos hijos lograron también salvarse milagrosamente, uno de ellos alcanzó a
cogerse del mismo árbol que los tiró, llevándolo hasta la orilla. Las familias
del lugar les brindaron hospedaje; el doctor Raymundo Benavides les proporcionó
los primeros auxilios y los mantuvo en su consultorio bajo observación. Después
de las 12 del día fue disminuyendo el aguacero despejándose por la tarde. La
carretera Acapulco-Zihuatanejo quedó trozada desde Zacualpan a San Luis, en los
siguientes lugares: El Camalote, Las Salinas, Quinto Patio, puente de San
Jerónimo, Monte Alto, Granja del Cerrito hasta el Arroyo del Juquiac, cortando
el puente de Tecpan del extremo poniente. Entre Tecpan y San Luis hubo siete
trozaduras. El río Atoyac en algunas partes alcanzó una altura de 6 a 8 metros
encima de su nivel normal y una extensión de anchura de doscientos metros. A su
paso destruyó parte del nuevo Rastro Municipal arrancando de cuajo varias casas
ubicada al Sur del Calvario.
Después
de El Tara quedó un playón que se
veía desde Atoyac hasta la fábrica de hilados, Rafael Martínez Ibarra pintó un
cuadro de cómo se veía la fábrica por atrás desde su casa.
El canal de la fábrica
de el Ticuí fue totalmente azolvado en una extensión de cuatrocientos metros desde
la boca toma. Las islas cubiertas de palmeras que había en su curso desaparecieron.
A su paso el río inundó el poblado de El Humo, donde junto con el Arroyo del
Japón tiraron cinco casas. En La Sidra y en Los Arenales donde fue mayor el
número de casas arrastradas por la corriente muchas de las familias emigraron
hacia la colonia Buenos Aires y otras se refugiaron en la azotea de la
Gasolinera “Santa Rosa”, algo parecido le ocurrió a La Hacienda de Cabañas y
Las Tunas en donde hubo otro ahogado. En San Jerónimo de Juárez, cortó el aproche
poniente del puente de unos 8 metros de ancho, entrando la corriente por el
centro de la cuidad en donde hubo partes que alcanzó un nivel de 2 a 3 metros
de altura, arrancando más de 40 casas, por fortuna no hubo pérdidas humanas que lamentar. En
Corral Falso, el barrio quedó rodeado por las aguas del río, el Arroyo del
Cuajilote y Caña Castilla.
Muchos
años más tarde Gustavo Ávila Serrano en su novela Ahuindo, el pueblo al que irás y no
volverás tratará sobre los
destrozos que causó El Tara en siembras que estaban a punto de cosecharse, en
árboles frutales, palmeras y animales que murieron ahogados. Y como vivió la
gente aquella situación.
En la ciudad de Atoyac,
la furia del ciclón tiró la casa de la señora Francisca Rendón quién murió al
caerle el tirante. Las casas que estaban a la vera del Arroyo Cohetero se
inundaron causándoles serias averías. Las aguas se desbordaron por las calles
de Arturo Flores Quintana, Reforma, Juan Álvarez y Francisco I. Madero. En el
“Cine Álvarez” el nivel del agua subió unos tres metros.
Las noticias
procedentes de la Sierra decían que el Arroyo Grande se desbordó arrasando el
pequeño poblado del mismo nombre y causando la muerte de una señorita y resultó
herido por el derrumbe de un cerro el señor Julián Fierro. En El Cucuyachi, el
río se desbordó tirando varias casas y causando una víctima. Zacualpan estuvo a
punto de desaparecer por la inundación que causó la Laguna de Mitla, varias
casas se cayeron, por fortuna se abrió una barra de 300 metros de ancho en el
lugar conocido por Boca de Mitla llevándose la compuerta que servía de puente
hacia Costa de Plata. En Alcholoa fue necesario cortar la carretera para
descongestionar el agua del arroyo que entró al poblado ocasionando el derrumbe
de la escuela y varias casas. El Tomatal, nuevamente fue inundado por el arroyo
tirando las pocas casas que había dejado la creciente del año 1955.
También en la Colonia
Buenos Aires y en Cacalutla hubo casas tiradas por el ciclón, en este último poblado
se desbordó el arroyo del mismo nombre arrasando uno de los tres barrios que lo
forman. Las pérdidas ascendieron a varios millones de pesos entre palmeras,
siembras, casas y ganado vacuno, porcino y caballar.
Como decía
anteriormente, en Tecpan el río se llevó la mitad del puente y a su paso
arrancó de cuajo la escuela “Hermenegildo Galeana”, haciendo cauce por el
centro de la ciudad, tirando parte de las casas que servían de cuarteles al
3er. Batallón e inundando los centros sociales “La Riviera” y “Río Escondido”.
Entre este lugar y San Luis hubo siete trozaduras en la carretera y fue
arrancado el puente del Arroyo de Marcelo. La vía a Tenexpa quedó inservible y
el poblado fue inundado por las aguas del río que alcanzaron niveles de 3 a 4
metros de altura llevándose la mayoría de las casas y ocasionando 35 víctimas
entre hombres, mujeres y niños. En Tetitlán también arrasó muchas casas. En el
poblado de Nuxco tal parece que el meteoro concentró toda su furia.; aquí el
arroyo se desvió de su cauce en la parte norte entrando por en medio del
poblado en la madrugada del domingo 12 de noviembre. La corriente embravecida
del arroyo, la fuerza torrencial del aguacero y el desenfrenado ciclón en
aquella oscuridad parecía el juicio final, imposibilitaba mantener en pie a los
que trataban de salvarse; pereciendo ahogadas más de 70 personas y escapando un
número reducido; 35 milagrosamente se salvaron refugiándose en el techo de la
casa de señor Ramón López Rendón que fue la única que soportó el embate del
aluvión. Enormes árboles fueron arrastrados por la corriente y represados en lo
que fuera un barrio alegre y pintoresco hoy convertido un playón con hoyancos y
“arronsaderos”. Las pocas familias que lograron salvarse andaban semidesnudas,
sus ropas mojadas y pegadas al cuerpo
hechas girones; lloraban incansablemente la pérdida del papá, la mamá, el
hermano o el hijo. Las innumerables palmeras, en las cuales estaba fincada la
riqueza de ese pueblo, fueron arrancadas por la furia del ciclón y la corriente
de las aguas, las pocas que quedaron en pie fueron hechas trizas de sus
potentes penachos como si un remolino gigantesco las hubiera batido. Era un
panorama sólo descrito en el Apocalipsis.
Desde entonces quedó el
dicho “Más se perdió en Nuxco” cuando alguien pierde una apuesta, le roban u
olvida algo.
Al segundo día
comenzaron a llegar las primeras brigadas de auxilio a través de avionetas,
arrojaban víveres, ropa y medicinas por medio de paracaídas y a la vez hacían
vuelos de reconocimiento para ver los estragos causados por el ciclón, así como
para poder localizar a posibles sobrevivientes en las partes pantanosas de la
laguna. Desde el aire reportaban numerosos cadáveres que se encontraban tirados
en la playa, cuyo hedor, junto con el de los animales que perecieron, era
insoportable. La falta de comunicación por tierra dificultaba trasportar víveres
y otras cosas indispensables. De Atoyac partió hacia Tecpan una brigada de
médicos encabezada por el doctor Juventino Rodríguez García, la gente se
organizaba para llevar víveres y el día 4 de diciembre de 1961, la esposa del
Presidente de la República, Eva Sámano de López Mateos, llegó hasta la zona siniestrada
con ayuda y empezaron la construcción de un nuevo Nuxco con los sobrevivientes.